Imagínense un paisaje veraniego en una ciudad europea, donde los cinco meses del año entre la nieve y las heladas, sus habitantes esperan este estallido de todos los matices del verde, en sus árboles, arbustos y pastos prolíjamente cuidados por los vecinos, cada primavera, plantando nuevas flores desde los maceteros del invierno. Donetsk, ubicada antes en el suroriente de Ucrania y ahora, perteneciente a una pequeña República rebelde, reconocida solo por un par de países del mundo, es conocida como la Ciudad de las Rosas. En el centro de Donetsk, desde hace años no hay tanques, ni misiles, ni trincheras, ni cuarteles militares, solo edificios, plazas, cines, oficinas, escuelas y comercios. El sábado pasado, 30 de julio, aproximadamente a las 21:35 al acostumbrado cañoneo de las fuerzas ucranianas que a diario practican contra toda la ciudad, sin elegir blancos y causando muertos civiles que jamás le dolieron a la comunidad internacional, se le agregó un nuevo sonido y en pocos minutos, el centro de Donetsk se cubrió de pequeños elementos metálicos, los que de inmediato fueron llamados popularmente “pétalos”. Los pétalos que explotan bajo los carros que pasan encima o las personas que los pisan. Son verdes, imposibles de divisar de noche y fácilmente se confunden con las hojas verdes de los árboles de este tan esperado verano. Miden un poco más de 10 cm, tienen solo 37 gramos de explosivo, con la superficie porosa, que absorbe el polvo rápidamente mimetizándose con cualquier paisaje, estas minas son casi invisibles. Son antipersonales y todos estos días muestran su gran eficiencia contra las personas que sacan a pasear a los perros, niños jugando y cualquier transeúnte irresponsable que todavía no se acostumbra a mirar bajo sus pies, antes de cada paso. Son imposibles de detectar con busca metales, ya que están dentro de una funda plástica. Su nombre oficial es PFM-1. Se diseminan disparando los cartuchos, cada uno con 64 “pétalos”. Están prohibidos por el Tratado de Ottawa que firmaron 163 países, incluida Ucrania. Es curioso que ni Rusia ni EEUU, ni China sean parte del tratado. Muchos de estos pétalos quedan atascados entre el follaje de los árboles y caen de a poco en partes ya supuestamente desminadas. Otros corren con el agua de la lluvia y aparecen a kilómetros del lugar de su caída. Todos estos días la gente se organiza para recolectar los pétalos, que son miles y ya se registran decenas de víctimas.
La prensa mundial, que es a la vez la cara y el espejo del crimen, hace lo de siempre: mira para otro lado y es generosa en epítetos tipo “supuesto”, “presunto”, igual que en el caso del reciente estreno en Donbass de las nuevas armas norteamericanas entregadas a Ucrania: cuando un rocket del sistema M142 HIMARS (High Mobility Artillery Rocket System) destruyó el campo de prisioneros de guerra ucranianos en la localidad de Elenovka (Olenivka en ucraniano), causando la muerte a 54 personas. Esto sucedió solo un día antes de la siembra de “pétalos” en Donetsk, el 29 de julio. HIMARS tiene capacidad de fuego de hasta 80 kms. Mientras los familiares de los prisioneros ucranianos sobrevivientes siguen adivinando si fue un error militar o un mensaje del gobierno de su país a sus militares, de lo que les espera si se rinden a los rusos, ayer uno de los mandos militares ucranianos, el general Vadim Skibitsky confesó que “todos los blancos de HIMARS antes de ser elegidos, son consultados y reciben la aprobación de Washington”, y el presidente ucraniano Zelensky dirigiéndose al pueblo, dijo que “en nuestro país la palabra HIMARS se convirtió casi en un sinónimo de la palabra justicia”.
Pero la noticia más vista de ayer fue otra. La señora Nancy Pelosi en su acción ejemplarmente irresponsable y provocadora aterrizó en Taiwán y menos mal que las autoridades chinas mantuvieron la calma. Se está haciendo exactamente lo mismo que con Ucrania y Rusia, estirando la tensión hasta que reviente. En los mismos días, vienen las noticias de guerra desde Kosovo y Serbia, y desde la frontera entre Armenia y Azerbaydzhan. Una mano invisible está prendiendo fósforos a lo largo de todo el barril de pólvora que es el continente euroasiático, un territorio no dominado todavía por completo por las grandes corporaciones.
Cuando el avión con Pelosi viraba ayer hacia la isla de Taiwán, ¿qué estaba haciendo ella? ¿Tomaba el último tecito del día, imaginando un espectacular punto final de su carrera de estadista? ¿Realmente creía que estaba cumpliendo su deber político asegurando la futura reelección presidencial para el candidato de su partido? El público ruso de telegram, siempre políticamente incorrecto, escribía casi exclusivamente sobre “la bruja volando en la escoba” apostando si “el compañero Xi le aplicaba o no la eutanasia”. El humor negro ruso poco escondía una tremenda preocupación por el futuro de la humanidad, que una vez más, pendía de un hilo. Muchos no dejábamos de preguntarnos, ¿realmente no ve lo que está haciendo? ¿realmente odiará tanto la vida?, ¿en vez del tecito en la mesa, tendrá sus ojos de buitre puestos en la ventanilla observando esta noche con las luces de las ciudades humanas que en cualquier momento pueden ser apagadas para siempre con un estallido nuclear?”. Cuando aterrizó, un desconocido bloguero ruso escribió aliviado sobre Xi: “A veces tener sabiduría es más importante que tener cojones”. No puedo afirmar nada sobre la sabiduría del compañero Xi, pero la conducta del imperio del norte cada vez más parece una locura en su expresión químicamente pura. Hasta el compa Trump ya no nos cae tan mal. ¿O ya estamos locos todos?
Y mientras Nancy Pelosi bajaba de su avión en Taiwán, solo a 7956 kms de ella, en Kiev, el Ministerio de Cultura de Ucrania, con su acostumbrado entusiasmo publicaba en su sitio oficial las nuevas directivas para las masas:
“El Consejo de Expertos del Ministerio, encargado de superar las consecuencias de la rusificación y del totalitarismo definió la lista de los diez topónimos más usados, recomendados para su reemplazo. En Ucrania muchos nombres de las calles, plazas, avenidas etc. están relacionados con los rusos, que nada tienen que ver con Ucrania, ni con su historia, ciencia o cultura. Estos son:
Yuri Gagarin
Alexandr Pushkin
Iván Michurin
Valeri Chkalov
Máximo Gorki
Mijaíl Lermontov
Alexander Suvorov
Vladímir Mayakovsky
Alexander Matrosov
Vladímir Komarov
Para minimizar la influencia de la narrativa soviético-rusa en la mentalidad de los ucranianos, el establecimiento de la justicia histórica y el restablecimiento de la toponimia histórica nacional ucraniana, nuestro Consejo de Expertos recomienda reemplazarlos…”
La guerra del neoliberalismo contra la humanidad continúa sin más novedades.