Por Ana Cristina Chávez Arrieta
¿Cuántas palabras habitan a una ciudad?, ¿cuántos vocablos la describen, la transforman o la regresan a la memoria?, ¿cuántos términos son suficientes para nombrar a una tierra que cumple 495 años? Las respuestas a estas y otras interrogantes las ofrecen hombres y mujeres vinculados con Santa Ana de Coro, la capital del estado Falcón, que este 26 de julio de 2022 celebra un nuevo aniversario.
Es bien sabido que el cachube que te ancla a un lugar no siempre debe ser el propio, basta que tus ancestros hayan sido paridos en un territorio para que a través de sus vivencias y sus nostalgias te transmitan la querencia por él, pero si durante tu niñez recorriste sus casonas familiares, solares y calles, el corazón se multiplica y florece con vehemencia. Ana Bracho, una zuliana con padre coriano, lo confirma usando una palabra clave para definir a la capital cumpleañera: Herencia.
«Alguna cosa tiene Coro que no se olvida y hasta se hereda, pues aquel paisaje de colores que contrastan, aquellas tardes de brisa y arena, de verdes miradores, dibujan en el alma espacios que definen una identidad orgullosa. De vivir, yo nunca he vivido en Coro salvo porque a la distancia, la memoria extiende los recuerdos de las tardes de infancia que se pasaron en el patio de los abuelos. De amarla, conozco de memoria su geografía y sus sonidos, y la miro como quien siempre la hubiese vivido, en un puñado de apellidos y nombres, que transitan la sangre que llevo. Por eso, la he vivido con los dulzores y amargos, con la rústica textura de la arepa pelada, la lisura de las natas, la gloria de los quesos de cabra», revela.
Por otra parte, para Miguel Fuenmayor, también del estado Zulia, Santa Ana de Coro significa Descubrimiento, no solo como ciudad sino como imagen erótica. Mirando de nuevo desde sus ojos juveniles ansiosos de aventuras, explica: «Mi primer contacto con la piel de Coro fue en 1986, en un viaje programado por el profesor de la cátedra de Comunicación Gráfica de la Universidad del Zulia. Todos los fines de semestre se realizaba ese viaje a la Península de Paraguaná, para tomar fotografías, entre otras actividades académicas y recreativas. Recuerdo que
nos fuimos en un autobús amarillo de la universidad a conocer un nuevo mundo.
Para mí ese viaje fue de descubrimiento por muchas cosas que pasaron en ese momento. Me fascinó el paisaje lunar del trayecto, que a veces parece infinito y donde los carros atropellan sin misericordia los espejismos… La noche de nuestra llegada salí del hotel Federal con mi amigo Óscar a comprar comida y agua. Caminamos un rato y de pronto vimos un lugar que parecía un bar, pero en letras de neón azul decía «Se sirven chicharrones de pollo». Cuando entramos, una chica bailaba sola una vieja canción de arrabal. Al poco rato se acercó a nuestra mesa y nos dijo: -¿Puedo sentarme? Nos pidió una cerveza, y le dijimos que no teníamos dinero, que éramos estudiantes. Se sonrió con conmiseración. Después agarró una pieza de pollo y se la comió eróticamente para nosotros. Tiempo después me pareció una de las escenas más eróticas que he visto en mi vida. Se despidió y nos dijo: – Disfruten ustedes solos».
Realmente Coro es el lugar perfecto para los solitarios, para vivir el silencio de la noche que revienta con el repique de tambores en la esquina de un barrio. Por eso, Mansedumbre es la palabra seleccionada por Olimpio Galicia para definir esta localidad. Él, de origen paraguanero, no solo sembró familia, poesía y pintura, sino que se mimetizó con el carácter de la población; nos relata el porqué: «Coro es una ciudad que se adapta a mi forma de ser, a mi personalidad, a mi sentir. Desde que llegué a ella aprendí a identificarme con su calor y su mansedumbre.
Siento que se parece a mí, que supo atrapar mi vuelo e hizo que me quedara para que la adorara desde su propio seno. Yo he andado de extremo a extremo por sus venas y a veces el torrente es turbulento, pero la mayor de las veces me lleva en una corriente serena y tibia. No escogí a Coro para vivir, pero ella me adoptó para que muera feliz en su vientre».
A su vez, Elvira García, nativa de la ciudad, enfatiza en la esencia femenina de la urbe falconiana, por eso califica a Coro con el término de Mujer. «Para mí Santa Ana de Coro es mujer predilecta bañada por el oro sublime de los hilos de arena fina de nuestro imponente médano, bendecida y rodeada del mar azul con sus oleajes, que la muestran majestuosa como la primera y simbólica capital de nuestra Venezuela», expresa con admiración.
Como hijo de una madre amorosa, Jesús Rodríguez sintetiza el afecto por la ciudad usando el vocablo Familia: «Para mí, Santa Ana de Coro representa el terruño, familia, tranquilidad, querencias, amigos, trabajo, lucha, esfuerzo, estudios, superación y futuro». Con un criterio similar, Marielba Chirino nos cuenta desde tierras ecuatorianas y con un dejo de melancolía, que Coro constituye su Nido: «Los recuerdos y experiencias más hermosas de mi vida… es mi nido, mi lugar favorito».
Para otras personas Coro es una metrópoli de poetas, de vida bohemia y de celebración bañada en cocuy. Douglas Villasmil, inspirado en la alegría que otorga el elixir patrimonial, define a esta tierra con un color: el Amarillo, y asegura: «En Coro no están mis raíces, éstas pertenecen a La Sierra y a la costa oriental de Falcón, sin embargo, en este bello y árido lar, están mis mejores e inolvidables vivencias, aquí nací y fui criado por dos seres maravillosos.
Coro es una ciudad bucólica con amaneceres y atardeceres deslumbrantes, que se clavan en la mirada. Coro es quietud, brisa, historia, medanal. Coro es amarillo, Coro se presta para el amor, para la aventura, para la bohemia, es canto y poesía, es tertulia y chismorreo, es ahora y siempre, es solar y taguara, es tambor y negritud, es Federación, es cuna del cantor, Coro será siempre Coro».
A 495 años de su fundación, Coro es el sitio ideal para brindar de la mano de sus fantasmas y alimentar las tradiciones. Es una ciudad que mira hacia el futuro a su propio ritmo, pero en palabras de Ana Cristina Bracho, «más que una cuadrícula colonial, Coro es la memoria, la sensación y la historia de un sentimiento que se lleva y se hereda, del que muchos de sus hijos y nietos, estamos profundamente orgullosos».