La guerra en Ucrania, como todas las guerras, nos debiera ayudar a extraer conclusiones. La principal es que el militarismo, lejos de defendernos de nada, nos pone a las personas y a aquello que sostiene la vida como objetivos a abatir. En este artículo se desarrolla esta idea principal en diez pequeñas reflexiones
Por Ovidio Bustillo García, Yayoflautas/El Salto diario
Entre los feos vicios del militarismo está el no dar cuenta de sus resultados, amparado por el secreto, la prepotencia, nuestra “minoría de edad” y, en ocasiones, por la necesidad de ocultar la realidad de sus actos. Así, casi veinte años en Afganistán, más de 4.000 millones invertidos y más de un centenar de muertos españoles no han sido suficientes para hacer una evaluación seria y pública, en el Parlamento, que justificara nuestro compromiso con una “libertad duradera” que nunca llegó al pueblo afgano. Tampoco sabemos si esas “misiones de paz” que nuestros heroicos y abnegados soldados realizan en el Báltico contribuyen a la paz o han ayudado a acelerar la guerra de Ucrania. De las más de cien intervenciones militares en el extranjero desde Felipe González apenas tenemos noticias y menos, una evaluación seria y pública a la que tenemos derecho. El problema de esta falta de transparencia militar es que, al no haber evaluación, podemos caer de nuevo en los mismos errores, y se da por hecho que todo estuvo bien.
De esta nueva guerra, no tan nueva, en la que estamos implicados, ya podemos ir sacando algunas lecciones que, a falta de explicaciones convincentes por parte de las autoridades, tenemos la sociedad civil el derecho y la obligación de hacer, pues actúan en nuestro nombre, lo financian con nuestros impuestos y además, nos va literalmente la vida y la seguridad humana en ello. A modo casi de enunciados expongo algunas de las lecciones que no debemos olvidar de esta guerra, por si puede ayudarnos a acabarla pronto y a evitar la siguiente.
1. La guerra en Ucrania ha sido una guerra evitable
Como todas las guerras, la de Ucrania era evitable. Queda muy bien para alimentar el relato de buenos y malos verla como la guerra de Putin, un loco, autoritario, nacionalista e imperialista, pero ayuda poco a la hora de analizar la realidad del conflicto y, por tanto, a buscar soluciones duraderas que eviten más muertes, ahora lo más importante. Como poco, debemos analizar qué pasó en el Euromaidan, quién lo alentó y con qué fines. Hemos de analizar por qué se jaleó al nacionalismo ucraniano que degeneró en una guerra en el Donbás, preludio del estallido de este mes de marzo. También, quiénes y por qué dejaron morir los acuerdos de Minsk, cuya justa resolución pudiera haber evitado la guerra. Si queremos mejorar el análisis podemos preguntarnos por qué tras la desaparición de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia no solo no se disolvió la OTAN, sino que fue incorporando a sucesivos países del Este, traicionando las promesas hechas a Gorbachov y al sentido común. Sin enemigo, no había necesidad de tal expansión. Ayudaría también un estudio de la historia de Ucrania en el siglo XX. Así como otras guerras, esta se ha ido cocinando a fuego lento, fomentando el nacionalismo, el militarismo, el rearme, el gasto militar, los agravios, odios ancestrales e intereses de las potencias. Preparamos la guerra y la guerra nos llega. No es una maldición, es la consecuencia de la lógica militar.
2. La guerra en Ucrania no es una guerra ideológica
No estamos en la Guerra Fría, donde capitalismo y comunismo pugnaban por su expansión y mutua eliminación. La guerra de Ucrania es una guerra de poder y de control de dos potencias con muchas más similitudes ideológicas de las que a primera vista podría parecer, y que se superpone a una guerra civil. En ambas potencias, se trata de un capitalismo salvaje que deja en la miseria a millones de ciudadanos, y es sostenido por magnates que deciden en último término quién puede ser presidente y quién no, controla en buena medida medios de comunicación y comparte paraísos fiscales.
Los argumentos de unos y otros para justificar la guerra, alentar a la tropa y subir en las encuestas son burdas mentiras para consumo propio, como viene sucediendo en todas las guerras. Ni la Rusia de Putin, nacionalista, autoritaria, militarista y poco respetuosa con los Derechos Humanos, está en condiciones de desnazificar nada, ni la Ucrania de Zelenski, azuzada por la OTAN, está luchando por la libertad y los Derechos Humanos. Hace años que en Ucrania los derechos y las libertades cotizan a la baja, con partidos prohibidos, graves violaciones de Derechos Humanos, sobre todo en el Donbass, y con el gusano del fascismo metido en sus propias instituciones: mal modelo para dar la vida por él.
3. Los ganadores de la guerra
Haríamos un mal análisis si, llevados por las ansias de paz y la evidencia de los desastres de la guerra, no nos paráramos a investigar quiénes sacan beneficio. Para empezar, las empresas de armamento americanas cotizadas en bolsa tuvieron una subida espectacular nada más comenzar la guerra. A la lista de beneficiarios habrá que añadir altos cargos de los ejércitos, asesores militares, exministros de defensa e interior, consejeros, proveedores, comisionistas, banca armada, empresarios del sector…
Sacarán beneficio las empresas energéticas que podrán volver a explotar las entrañas de la tierra porque la guerra ha vuelto a hacer rentable el fracking y porque, entre el fragor de las batallas, hemos vuelto a hacer oídos sordos a los gritos de emergencia del planeta. Sacarán beneficio quienes controlan los mercados del grano y otros productos y servicios básicos, porque nuestro sistema prima el beneficio sobre las necesidades básicas para la vida, condenando, en un mundo globalizado, a millones de personas a la emigración o a una muerte segura. También sacarán beneficio los partidos políticos más autoritarios, nacionalistas, y partidarios de resolver los conflictos con la violencia y la guerra. Sus políticas militaristas e identitarias, sus mensajes de odio y su habilidad para crearnos enemigos podrán convencer a mayorías bien manejadas, para hacerse con el poder en democracias formales, apoyados por la prensa, sin cuyo concurso sería más difícil hacer el mundo más inhabitable.
El creciente aumento del gasto militar reducirá servicios públicos y gastos sociales, hará más grandes las desigualdades, la pobreza y el necesario gasto en seguridad para controlar el “orden”. Como en la pandemia, también sacarán beneficio estraperlistas, oportunistas de ocasión, nobles sin escrúpulos u otros “emprendedores de éxito”.
4. La convivencia, por encima de la patria
La mayoría de los estados son producto de guerras ganadas o perdidas y de decisiones de reyes o gobernantes del pasado. Muy pocas veces lo son por voluntad de los pueblos que lo componen. Ucrania no es una excepción, con una parte muy importante de su población de habla y cultura rusa, además de otras minorías. La voluntad de hacer una Ucrania grande y uniforme nacida del Euromaidan pasó por laminar los derechos de gran parte de la población, mirar a Occidente y despreciar sus lazos históricos con Rusia, y eso provocó que buena parte de la población del Donbass se revelara contra tales pretensiones, iniciándose una guerra interna a la que Occidente aparentemente prestó muy poca atención pública, aunque sí apoyó al centralismo ucraniano que ya mostraba maneras autoritarias. Los estados plurinacionales deben comprender que, si no son capaces de respetar y valorar su pluralidad, deberán aceptar fórmulas democráticas que eviten derramamientos de sangre entre quienes habían podido vivir en paz. Europa debe buscar la manera de solucionar sus conflictos internos sin acudir a la guerra y sin que otras potencias ajenas se metan a decidir por ella.
La guerra en Ucrania no es solo ni fundamentalmente un conflicto interno, pero sí es, a la hora de la verdad, una guerra civil que ha roto estrechos lazos entre culturas, pueblos, barrios y hasta familias, por el afán identitario y los intereses económicos que los sustentan, del nacionalismo central y el periférico. Sin necesidad de que acabe la guerra podemos decir ya que los pueblos de Ucrania la han perdido. El trágico desmoronamiento de Yugoslavia nos dio algunas lecciones de lo que no se debe hacer, que no hemos aprendido.
5. Cuidado con el heroísmo, ¡perro peligroso!
La guerra ha destapado de nuevo el sentimiento de heroísmo de quienes toman las armas dispuestos a dar la vida… y sobre todo, a quitarla. Por la patria. Nadie pone en duda el derecho a la legítima defensa pero eso no quiere decir que la defensa armada sea la única manera de defenderse y ni siquiera, que sea la mejor ni la más eficaz. El heroísmo y las resistencias numantinas quedan muy bonitas para la propaganda patriótica, los libros de historia o alguna película de hazañas bélicas, pero ni salvan vidas ni aportan soluciones y, en términos de eficacia, son un fracaso porque nadie sobrevive.
Cada ciudadano tenemos el derecho de legítima defensa pero nos cuidamos muy mucho de no buscar broncas innecesarias, de no exhibir armas ni navajas ni bates que aumenten la tentación de defender-atacar y, por tanto, de ser agredidos. Buscamos fórmulas de cortesía, de buena vecindad, de convivencia, de apaciguamiento, de evitación y no descartamos la huida en caso de que las posibilidades de victoria sean escasas o cruentas. No es una deshonra, es un aprendizaje biológico que practican numerosas especies y una práctica de sentido común. Solo la estupidez y los intereses del patriarcado machista ponen el honor por encima de la vida.
El envío masivo de armas a Ucrania sustentado en la legítima defensa ha agravado el conflicto con esperanzas de victoria que multiplicarán el sufrimiento, la destrucción y las muertes, y dificultarán la restauración de la convivencia cuando miles de civiles estén armados en un mercado inundado de armas por la guerra. Sorprende que muchos políticos entusiastas de la entrega de armas no tengan hijos tan entusiastas que vayan voluntariamente a combatir por la libertad junto al batallón Azov, aunque sí estén dispuestos a pagar a mercenarios. No sabemos qué hubiera sucedido si el pueblo ucraniano hubiera recibido desarmado a los tanques rusos, como hicieron los ciudadanos checos en la primavera de Praga. Hemos de suponer que al menos estarían vivos, que no es poco, pues mientras hay vida hay esperanza y posibilidades de lucha.
Las guerras tienen un gran defecto y es que la inteligencia militar todavía no ha encontrado la manera de resucitar a los muertos y hacer justicia cuando acaba la guerra. La entusiasta puesta en escena como héroes del batallón Azov tiene su contrapartida en la presentación como villanos y traidores de quienes no quieran participar en una guerra fratricida, no tomar las armas, perdiendo sus derechos fundamentales y el más mínimo respeto, pues allá como acá, por la patria está todo permitido. No sé hasta dónde Europa es consciente de que está alimentando a un monstruo que puede de nuevo acabar devorándola.
6. Ucrania, el escenario
Sin quitar un ápice de responsabilidad al gobierno de Putin en el estallido de la guerra, lo cierto es que Ucrania está sirviendo de escenario a una confrontación de dos potencias, Rusia y EEUU, con Europa de perplejo actor secundario, sin que la libertad o el bienestar de los ciudadanos ucranianos importe a ninguno de los actores. Como ya hemos visto en Siria, es lo peor que le puede pasar a un pueblo, pues le toca poner la mayoría de los muertos, sufrir la destrucción, el exilio, y ver destrozada su convivencia. Esta vez tenemos sobre el escenario a un excelente actor, Zelenski, que no ha dudado en poner en práctica sus dotes interpretativas en distintos escenarios de Europa, para contrarrestar su escasa habilidad política al no haber sabido mantenerse en una más que razonable neutralidad. Los guiños mutuos entre la OTAN y Zelenski están entre los detonantes del conflicto.
7. No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti
No solo es un principio de ética elemental sino también una afirmación de sentido común que vale tanto para las personas como para los estados. Si a eso le sumamos ese ejercicio de yoga político consistente en ponerse en el lugar del otro evitaríamos numerosos conflictos. En octubre de 1962 los EEUU descubren que la Unión Soviética ha instalado en Cuba bases militares con misiles nucleares de medio alcance originando una tensión militar extrema. La Unión Soviética accedió a retirar los misiles, con el compromiso americano de no atacar Cuba y de retirar los misiles nucleares que había instalado en Turquía, creándose entre ambos contendiente una línea de comunicación directa que evitara la guerra, el teléfono rojo. Triunfó el sentido común, más allá de la libertad soberana de Cuba de albergar lo que quisiera en su territorio. La posibilidad de que Ucrania pudiera albergar bases americanas en Ucrania cerca de la frontera rusa con misiles nucleares capaces de alcanzar en pocos minutos Moscú y otras ciudades sin ser detectados o con escaso margen de maniobra, está entre los detonantes de la guerra.
La apelación ahora a la soberanía del pueblo ucraniano no deja de ser de un cinismo exasperante. No debería ser difícil de entender que si alguien se siente amenazado por mí, mi seguridad también está en peligro. Los gestos de confianza aportan mucho más que las amenazas a una seguridad global. Por ello es necesario avanzar hacia el desarme y la desmilitarización.
8. La guerra nuclear
La guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto una realidad que pasaba bastante desapercibida: el hecho de que vivimos como humanidad sobre un polvorín nuclear y que, un accidente, una mala interpretación, el cálculo de que siendo el primero tienes ventaja, o un abierto conflicto armado… pueden acabar con el planeta tal como lo conocemos. Que como ciudadanos no nos preocupe el tema da buena cuenta de la fe ciega que tenemos en el militarismo y de la escasa información que nos aportan los medios de comunicación.
La única garantía de que no se vayan a usar las armas nucleares es su eliminación total. Por ello es fundamental que todos los estados firmen el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) de Naciones Unidas. Pensar que puedan utilizarse armas de destrucción tan masivas como las nucleares para defender una “causa justa” da buena cuenta del desvarío de la lógica militar, de las políticas que la sustentan y de nuestra pereza mental civil en poner todos los medios para que semejante lógica no pueda triunfar. Las guerras, como los incendios, son más fáciles de prevenir que de parar, y se apagan mejor si se cogen a tiempo, antes de que se hayan descontrolado. Corren tiempos muy favorables al militarismo y las soluciones autoritarias; pero, aun cuando sólo sea por supervivencia, no debemos echar más leña al fuego y sí hacer lo posible por apagar llamas y rescoldos.
9. Un minuto de silencio por los olvidados
Son los soldados rusos, en su inmensa mayoría, jóvenes de poco más de veinte años. Se han visto envueltos en una guerra no declarada como actores involuntarios en un escenario no deseado por la inmensa mayoría. Son víctimas de un reclutamiento militar que les ha instruido en la obediencia ciega, en el odio al enemigo, la épica del guerrero y el fervor patriótico, como en todos los ejércitos. A pesar de todo ello sabemos que muchos han tenido el valor de desertar, con el riesgo de ser tratados como traidores y cobardes por el militarismo autóctono. Entre los fieles, está buena parte de la carne de cañón que nos ofrece el menú de esta guerra. Con suerte, si recuperan sus cuerpos, recibirán discretamente digna sepultura, con un emotivo discurso de alguna autoridad, una medalla y una bandera, para consuelo de padres, familiares y amigos, asegurando que nunca olvidarán a quienes dieron la vida por la patria, triste consuelo y triste mentira para un triste final. Tampoco faltarán los elogios de la iglesia ortodoxa rusa, asegurándole un lugar en el paraíso, mientras la iglesia ortodoxa ucraniana dará gracias al Altísimo por haber mandado a un ruso más al infierno. Pensándolo bien, no son menos víctimas los soldados ucranianos que darán su vida por una patria que a muchos les negó la educación, un trabajo digno y una vida digna. Vaya también por ellos este minuto de silencio.
10. Una guerra patriarcal
Como no podía ser de otra manera, la guerra en Ucrania ha mostrado su aire patriarcal, reavivando el valor del macho como protector, obligado a la sucia pero ennoblecida tarea de acabar con el enemigo. De nuevo nos encontramos con la mítica figura del héroe entronizado en los altares del patriarcado. En consecuencia, todos los varones entre 18 y 60 años tienen requisados sus derechos fundamentales y sus libertades, pasando a ser propiedades del estado, para situarlos donde mejor le parezca a la autoridad militar de turno. Pese al carácter salvífico y protector que el patriarcado otorga al macho, no ha podido garantizar ningún derecho a las personas más vulnerables, ancianos niños y mujeres, que deben buscar refugio y protección fuera de sus territorios, arriesgándose a ser blanco de múltiples abusos y, en ocasiones, a sufrir el rechazo y el desprecio más absoluto de las poblaciones por donde pasan o en las que esperan ser acogidos. No es el caso de los refugiados ucranianos, donde las autoridades europeas han demostrado que, si se quiere, se puede acoger, dejando en evidencia su hipocresía y racismo. La guerra no solo deja en evidencia la desprotección de la sociedad civil, especialmente de la más vulnerable, sino que deja en evidencia el desprecio por el mundo civil tomando como rehenes a la propia población, sometiéndola a ser escudo humano de los valerosos guerreros. ¿Quién defiende a quién?
No son menos víctimas los soldados ucranianos que darán su vida por una patria que a muchos les negó la educación, un trabajo digno y una vida digna
La misma población civil puede ser víctima del fanatismo patriarcal, que no dudará en abusar y violar a quienes se muestren poco entusiastas con la causa patriótica, acusadas de traición. Como el machismo, en la guerra, quienes dicen ser tus protectores, con frecuencia se convierten en tus abusadores, en tus enemigos. La guerra y su preparación se han convertido en una pesadilla para los pueblos, justificada en nuestra protección, evidenciando nuestra minoría de edad. Es urgente que comencemos a pensar como sociedad civil qué queremos defender, de quién tenemos que defendernos y cómo lo vamos a hacer.