Estamos a tan solo 4.500 m snm, después de haber subido hasta casi 5 mil. Estas son las tierras de la vicuña que tanto cuida Coquena, y que conviven con la llama, el guanaco y la alpaca. Estamos en las tierras en donde hasta no hace mucho los guaraníes, los kollas, los omaguacas y los tobas, en eternas disputas con los Incas, eran reyes. Dueños y señores. Estamos, aquí, en el mismo lugar en donde Brandoni y Franccella brindaban con aquella exquisita grapa italiana en esa obra maestra del cine nacional, disculpen la redundancia: “Mi obra maestra”. Y como ellos, y seguramente los aborígenes, nos deslumbramos con esta maravilla de cerro multicolor llamado Hornocal que no nos permite dejar de admirarlo como un fenómeno indescriptible y atractivo, como un imán… Y es aquí, justo aquí, donde desearíamos tener una grapita –salteña para el caso– y celebrar con la vida tanto derroche de belleza…

Aquí, frente a este maravilloso escenario, es cuando uno se da cuenta que bien valieron los 2.300 km recorridos, en parte por la bien llamada: “mítica ruta 40” pasando por Cafayate, Cachi, Tilcara, Humahuaca entre tanto otros pequeños poblados jujeños y salteños que deslumbran por la fortaleza que aún mantiene la vieja cultura que los originó hace más de 8 mil años.

Convengamos, para el caso y yendo a un tema más mundano y trivial, que en cualquier provincia, sobre todo en sus capitales y más allá de las diferencias de tonadas o sutiles costumbres, uno se siente argentino caminando entre sus pares. Hay “cosas” que nos identifican, que nos son propias. Sin embargo, en Cachi, en Humahuaca, Purmamarca, en Tilcara por nombrar los más poblados, no parece ser lo mismo… Uno percibe otro universo. Subyace otra nación. Un país –si es que lo es–, distinto. La palabra, la piel, el gesto, la ropa, las costumbres y sobre todo la mirada… perdida… allá, en un universo al que no aspiran y no alcanzan a comprender, parecen separarnos y, a la vez, inquietarnos… porque percibo que sabemos muy bien que, por los menos durante unas cuantas generaciones más, no podremos convencerlos del pregón fundamentalista que abrazamos los que queremos convencernos de las letanías de desregulaciones y libertad económica, etc., etc., les va a generar los mismos beneficios que, todavía, no nos generó a los que creemos creer en ello. Esta asimetría tiene que ver con especular que lo que fue y es bueno para una cultura, lo debe ser para cualquiera otra. Como tan claramente canta Rubén Blades: “…con modelos importados, que no son la solución…”  Exportar ideas no siempre es bueno. Y, entonces, con justa razón: sospechan. Ayudarlos a “salir de su zona de confort” en realidad, los ha quebrado para sacarlos de una economía de subsistencia en un ámbito de cohesión social en el que vivieron durante millones de cosas en otra “de mercado y desigualdad”, que los mantiene sentados en un banquito, durante horas, vendiendo artesanías que ni siquiera producen, porque la mayoría viene de Bolivia y Perú, al tiempo que regatean los precios con los turistas esperando la abundancia prometida que, por supuesto, no llega. Ni les llegará.

Salta y Jujuy están tan lejos, que vale la pena conocerlas.


Todas las fotos fueron tomadas con cuerpos digitales y objetivos analógicos marca Olympus- Zuico de 24 mm, 50 mm y 200 mm con más de 40 años de antigüedad con una calidad que está a la vista.