La Cumbre de las Américas, prevista para el 6 de junio en la ciudad californiana de Los Ángeles, puede convertirse en un duro revés diplomático para Estados Unidos, un golpe a su hegemonía fisurada por la decisión de varios mandatarios de América Latina y el Caribe de no concurrir a la cita, de persistir la exclusión de países cuyos gobiernos no gustan a Washington.
por Aram Aharonian
El motivo es el descontento que generó la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, determinación que EEUU suponía que atravesaría sin demasiados sobresaltos, pero se transformó en un problema para el gobierno del “demócrata” Joe Biden..
La historia vuelve a repetirse 60 años después y Biden vuelve a tomar una determinación con la misma lógica que la adoptada por la Organización de Estados Americanos (OEA) cuando en 1962 expulsó a Cuba en la Conferencia de Punta del Este, en medio de la Guerra Fría con la Unión Soviética en pleno siglo XX.
Un mes antes de esta programada novena Cumbre, el secretario de Defensa de Estados Unidos en tiempos de Donald Trump, Mark Esper, reveló cómo el expresidente planeó junto a Juan Guaidó, a quien ungiera como virtual presidente interino, invadir Venezuela y secuestrar al presidente Nicolás Maduro. Era 2019 y Trump había anunciado que “todas las opciones estaban sobre el mesa” para derrocar a Maduro.
Fracasó en elecciones, y con intentos de golpe y magnicidio, invasiones de mercenarios, atentados, desestabilización fronteriza. Incluso el consejero presidencial Robert O’Brien propuso un ataque militar de comandos de la Armada estadounidense al Complejo Refinador de Jose, en el oriente de Venezuela, apoyados por dirigentes de la oposición venezolana. Todo en nombre de la democracia, claro. Y Biden no cambió el libreto.
Estas gravísimas revelaciones debieron generar de inmediato una condena y una orden de investigación por parte del actual gobierno. Pero en lugar de esto, se ha guardado el silencio propio de quienes no son capaces de entender las nuevas circunstancias.
Mientras, el gobierno del presidente de Chile, Gabriel Boric, anunció que realiza gestiones para posibilitar la participación de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la novena Cumbre, dijo la canciller Antonia Urrejola, luego que México, Bolivia, Honduras y 14 países de la Comunidad del Caribe anunciaran que sus mandatarios no asistirían a una cumbre con exclusiones. Hay que cambiar la receta: la región necesita dialogar más allá de sus diferencias, dijo, antes de recordar que el que invita es el dueño de casa.
Urrejola agregó que el encuentro perdería fuerza si finalmente se margina a esos países y además, al citar a Boric, recalcó que “se han perdido los espacios de diálogo; la región está ‘superfragmentada’ y polarizada”, y señaló que “la exclusión no ha dado resultados en materia de derechos humanos”.
El declamado carácter abierto y sin restricciones de su convocatoria señala que “Estados Unidos ha demostrado, y seguirá demostrando, su compromiso con un proceso inclusivo que incorpora las aportaciones de las personas que representan la inmensa diversidad de nuestro hemisferio e incluye las voces indígenas y otras históricamente marginadas”. Una cosa son los documentos y otra la realidad.
Pero no se trata solo de la Cumbre presidencial, ya que el gobierno de Washington tiene previstos tres foros simultáneos. El que representa sus intereses comerciales es la llamada Cuarta Cumbre de los CEOs de las Américas. Habrá otros dos; uno de la “sociedad civil” (ONGs financiadas por la USAID) y otro de los Jóvenes de las Américas (que comulguen con el evangelio de Washington).
Según el vicecanciller de Cuba, Carlos Fernández de Cossío, en entrevista con The Hill, el gobierno estadounidense, como anfitrión del foro, se siente con el privilegio de llamar solamente a quien quiere y aun así llamar al encuentro Cumbre de las Américas. En realidad, la Casa Blanca pretende hacer una reunión de amigos que sean capaces de escuchar lo que dice Estados Unidos, aceptar su agenda y repetirla, agregó.
El ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro aseguró que aún valora su participación. “Depende de muchas cosas. Algunos dijeron que no sería recibido por Biden. Dios mío, me reciben jefes de Estado de todo el mundo. El mundo entero quiere hacer negocios con Brasil, ¿sabe por qué?, porque dependen de nuestros alimentos para su seguridad alimentaria”, respondió.
Por su parte, el ex presidente boliviano Evo Morales tuiteó: “Frente a la exclusión de Estados Unidos de países liberados de su hegemonía, qué bueno sería que #Bolivia se retire de la OEA, ratificando nuestra posición antiimperialista, la soberanía e independencia del Estado pero también la identidad, dignidad y libertad del pueblo boliviano”.
Un poco de revisionismo
En diciembre de 1994 acudieron a Miami los jefes de Estado y de gobierno de Latinoamérica y del Caribe a una reunión convocada por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, a la que se bautizó como Cumbre de las Américas, que tenía como objetivo adaptar las relaciones a las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales surgidas del fin de la Guerra Fría, ante el nacimiento de un predominio unipolar, la potencia dominante, sin contrapesos tras la caída de la Unión Soviética.
El politólogo Leopoldo Puchi recuerda que el nombre de su capital, sede del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de EEUU, serviría para acuñar el término Consenso de Washington, que más allá de sus fórmulas sobre reformas económicas, se basaba en la idea de un entendimiento general sobre la propiedad capitalista, el mercado y las formas políticas democráticas, en línea con la ideología del Fin de la Historia de Francis Fukuyama.
Fue sobre esas concepciones que se desarrolló un fundamentalismo de mercado, restricciones extremas al papel del Estado y acoplamiento al peso estadounidense y de la globalización sobre la soberanía de los países. La idea era que, a partir de estas doctrinas, sería posible una integración económica de gran alcance en toda América, haciendo realidad el sueño de Monroe de “América para los (norte)americanos”.
La idea central de la primera Cumbre fue la de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que debía estar lista en 2005. Y todos sabemos qué pasó en la Cumbre de Mar del Plata de ese año. Desde 1994 para acá, el mundo cambió, ya no es unipolar, ya no es el mismo. Estamos en plena expansión productiva y comercial de China, cercana a convertirse en la primera potencia económica, mientras Rusia no está en la situación postrada de 1989.
Pero la élite dirigente en Washington no ha comprendido los cambios sustanciales, no solo en la región sino en todo el planeta, y que es necesario adaptarse a ellos. Ya los viejos libretos no sirven. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ofició de despertador, al anunciar que no concurriría a Los Ángeles si no eran invitados todos los países.
Lo que sobrevuela Washington, con gobiernos republicanos o demócratas, es una idea de supremacía sin sentido, quizá porque la historia del país no entiende que se puede cooperar en términos de respeto. Para ello, sería necesario comprender que los intereses de cada país latinoamericano son diferentes a los de EEUU, aún cuando haya valores comunes.
Y la tozudez del discurso añejo ignora que cada nación tiene sus propias instituciones y que las de EEUU no rigen en el resto de América, un amplio territorio que Washington siguen creyendo que es su patio trasero, y al que no le interesa comprender. Porque comprender sería tratar a todos como iguales, sería adaptarse.
Estados Unidos ha bombardeado y logrado la invisibilización de los organismos de integración, cooperación y coordinación latinoamericano-caribeños como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Y sabiendo del hundimiento de su “ministerio de las colonias”, la decadente Organización de Estados Americanos, apela a la Cumbre con exclusiones para demostrar quién manda, quien es el hegemón.
En cuanto a la OEA, también con sede en Washington, no ha sido solo el impresentable Luis Almagro el que la ha hundido, sino que la vieja idea panamericanista no responde a las realidades regionales de hoy sino a los añejos dictados de Washington, e inevitablemente deberá ser cerrada y sustituida por instituciones autónomas y representativas –también- de los pueblos del sur del Río Bravo.
No hay un fin de la historia y sería bueno que los políticos estadounidenses supieran que la democracia, que significa ‘gobierno del pueblo», la inventaron los atenienses en el siglo sexto antes de nuestra era. Y está permanentemente en construcción. Los pueblos se encargan de ello, sin el permiso de Washington.