En Filipinas la familia de Ferdinand Marcos retorna al poder de la mano de uno de sus hijos, Bongbong Marcos. Es el retorno, la resurrección de la dictadura que entre 1965 y 1986 marcó a fuego al país por esquilmar el erario público, por su despotismo, por sus elevados niveles de corrupción y por la violación a los DD.HH. que la caracterizó. Esto fue posible porque Ferdinand, junto con su esposa Imelda, monopolizaron a sus anchas todo el poder político y militar durante 21 años. El paralelismo de Ferdinand e Imelda con el innombrable y su esposa Lucía es inevitable dada la influencia que ambas tenían en sus respectivos consortes. Por lo mismo, este hecho no debe sernos ajeno y debe llevarnos a preguntarnos: ¿qué ha llevado a los filipinos al retorno de tiempos idos?
El acceso a la presidencia de un hijo de Marcos, sin mediar golpe alguno, sino por la vía electoral, es todo un signo de los tiempos que corren. Es un símbolo de la defraudación, de la decepción producida por una clase política que no ha sido capaz de estar a la altura de las circunstancias. Esto último acompañado de la manipulación de todo un pueblo cuyo bajo nivel educacional está haciendo posible esta resurrección desde las cenizas de una familia que en su momento tuvo que arrancar. Es el hijo del mismísimo dictador Marcos que en su minuto había invitado al innombrable cuando nadie lo invitaba. Eran los tiempos en que el canciller Hernán Cubillos, padre de la constituyente Marcela, procuraba dulcificar al régimen. El innombrable aceptó gustoso la invitación, pero a poco de despegar el avión, en medio del vuelo, el dictador Marcos resuelve anular la invitación. No le quedó más remedio que ordenar al piloto el regreso a casa. El bochorno vivido lo pagó el canciller con su renuncia y un persistente deterioro en la imagen internacional de un régimen que culminaría con la derrota en el plebiscito del 88.
Para quienes no creen en la resurrección, en la vuelta atrás, el ascenso de Bongbong es una señal que no debe ser despreciada. Tal como tampoco corresponde que se pase por alto el despertar de los nacionalismos, del regreso a tiempos de cavernas, en el que todo vale, en el que la vida es pisoteada una y otra vez.
Esta semana se celebró el día de Europa –el 9 de mayo- que pasó sin pena ni gloria por estar atravesando los momentos más complejos desde la creación de la Unión Europea. Es impresionante nuestra capacidad, tanto para aprender, como para desaprender. La Unión Europea (UE) es fruto de un aprendizaje que dejó la Segunda Guerra Mundial, tal como a nivel mundial lo fue la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Un aprendizaje brutal que ha posibilitado que países que se enfrentaron como enemigos en la guerra, ahora son capaces de vivir y trabajar bajo un marco político y económico común. Todo esto en menos de medio siglo. Mientras tanto, acá en América Latina los países seguimos comulgando con ruedas de carreta, incapaces de estructurarnos como una unidad. Todos los intentos habidos a la fecha –ALALC, MERCOSUR, PROSUR, ALBA, ALCA, etc.- delatan nuestras incapacidades políticas a pesar de poseer un tronco cultural idiomático común.
Este aniversario encuentra a la UE en dificultades, en gran parte por el enorme progreso alcanzado desde el término de la Segunda Guerra y que se expresa en altos niveles de bienestar del que gozan actualmente sus habitantes. Niveles que hoy están siendo puestos a prueba por la invasión de Rusia a Ucrania y las fuertes migraciones desde distintos países. Dificultades que están dando origen a la reaparición de nacionalismos que ponen a prueba la cohesión de la UE y del equilibrio mundial.
Tanto el retorno de la dinastía Marcos al poder en Filipinas como el de los nacionalismos en distintas partes del mundo constituyen hechos a los cuales debemos prestar atención para sacar las conclusiones pertinentes.