Los periodistas que tenemos opinión con regularidad recibimos muestras de estímulo y aprobación por lo que escribimos o decimos. Por supuesto son expresiones las más de las veces de adhesión, pero también a veces se nos fustiga por lo que afirmamos. A propósito de mi columna anterior, un amable lector me reprocha por no proponer soluciones a los males que denunciamos, lo que me llevó a contestarle que eso les corresponde a los políticos y no a quienes tenemos la misión de ser “un testigo acucioso, incorruptible y apasionado por la verdad”, como lo anotara el destacado deontólogo argentino Tomás Eloy Martínez.
Es cierto que aparentemente suele ser fácil criticar sin ofrecer soluciones, pero ello no siempre es así. Por lo demás, generalmente en cada crítica suelen insinuarse o derivarse muchas propuestas destinadas a que los países y gobernantes las recojan e implementen. La prensa cumple con el complejo propósito de transmitir lo que ve, escucha y siente. No siempre es fácil desprenderse de los afectos para reprobar a quienes están en el poder y ¡vaya que resulta arriesgado hacerlo en ciertas circunstancias!
El destacado periodista Julian Assange lleva años defendiéndose de una odiosa e implacable persecución de parte del gobierno de los Estados Unidos que busca condenarlo a la cárcel por denunciar los despropósitos cometidos por la Casa Blanca y sus servicios secretos. Él simplemente se dedicó a descubrir los horrores escondidos por la potencia imperial y ya vemos el enorme costo que ha pagado su encomiable osadía. En nuestro país ha ocurrido varias veces lo mismo y la persecución no solo ha sido ejercida por las diferentes dictaduras de nuestra historia.
Lo peor que podríamos otorgarle al gobierno de Gabriel Boric sería plazos muy dilatados para cumplir sus promesas electorales, así como aceptar que sus errores son expresión solo de la juventud o inexperiencia de sus colaboradores. A un mes de iniciar su mandato, el país ya teme, lamentablemente, que muchas de sus demandas vayan a ser postergadas o dejadas de mano. Por ejemplo, respecto de acabar con las AFP, garantizar salud y educación de calidad para todos y cumplir con otro extenso conjunto de peticiones tan voceadas en las movilizaciones sociales. A muchos preocupa a esta altura que en su gabinete haya quienes estén renuentes a superar el modelo neoliberal y, por ningún motivo sigan dispuestos a legislar en favor de un impuesto a los más ricos, nacionalizar nuestras riquezas fundamentales y mejorar urgentemente las pensiones de los jubilados, así como los miserables salarios que recibe más de la mitad de la población.
En una loable decisión el nuevo Mandatario ha instruido que nadie que sea parte del Ejecutivo pueda percibir ingresos por encima de los seis millones de pesos. Sin embargo, al mismo tiempo anuncia que vendrá un reajuste del sueldo mínimo de tal forma que alcance a los 400 mil pesos y cuya ejecución sea de forma escalonada. Todo ello en un mar de descontento social por una inflación desatada que afecta especialmente a productos tan esenciales como el pan, el suministro eléctrico y los combustibles.
Es cierto que los anteriores gobernantes o los parlamentarios todavía en ejercicio reciben sumas considerablemente más altas que esos seis millones que propone Boric como tope, pero no deja de ser una vergüenza que el salario mínimo pueda seguir representando más de 15 o 20 veces menos que lo que ganan los supuestos representantes del pueblo. ¿Podría decirse que propuestas como esa representen un cambio fundamental o un atisbo de solución transformadora o igualitaria? ¿O un cometido que siquiera se acerque a la de aquel senador que propuso que durante el gobierno de Michelle Bachetet se le metiera una retroexcavadora a la economía neoliberal?
Cuando a un periodista como el que escribe se le insta a tener paciencia, darle tiempo a las nóveles autoridades, pareciera que ya muchos se olvidan de que hace más de 30 años el Pontífice romano clamó en Chile que los pobres no podrían esperar. Posición que fuera en muchos casos ya enunciada por el Episcopado chileno antes de que la máxima autoridad de la Iglesia Católica nos visitara.
¿Es que se puede tener tanta templanza en un país que exhibe uno de los más altos índices de desigualdad del mundo, cuando la delincuencia (muchas veces hija del hambre y las injusticias) asola los barrios y casas de toda nuestra población? ¿Por qué tendría que corresponderles a los periodistas ofrecer soluciones frente a tan descarada y evidente inequidad, cuando votamos y elegimos para ello a los que nos ofrecían las promesas más lúcidas y pertinentes? Ciertamente, no podemos mantenernos en silencio frente a la cínica pretensión de imputarle a la guerra ruso ucraniana los males de nuestra economía desigual, como si no hubiésemos vivido permanentemente con guerras en el mundo. Algo tan absurdo como deducir que del retiro de los fondos previsionales radica el incremento de los precios. Como si los empresarios especuladores no tengan responsabilidad alguna en las colusiones y abusos.
No debiera extrañarnos tanto que actualmente estemos según una conocida encuestadora entre los 10 países más infelices de la tierra. Quienes conocimos de cerca a muchos integrantes de la actual administración, y tuvimos a varios de compañeros e incluso de estudiantes en la Universidad, pienso que debemos animar un afán crítico y de “observadores acuciosos” respecto de que hagan y se propongan hacer. Cuando, además, a varios de ellos los vimos vociferar en apoyo a las demandas del pueblo y sus organizaciones sociales. Sería cosa de repasar, por ejemplo, las imágenes de aquellas marchas que nos llevaron al Estallido Social del 2019 para comprobar cómo se están desdibujando sus anhelos y compromisos.
La amistad y el pasado común con las actuales autoridades nos exigen todavía más a los periodistas de opinión dispuestos a honrar nuestras ideas y trayectorias. De otra forma podrían habernos visto golpear las puertas de La Moneda y de los partidos para reclamar puestos de trabajo, como no pocos portadores del mismo cartón profesional.
Como lo señalara el mismo Tomás Eloy Martínez, ciertamente “el periodismo no es un simple medio de vida; es una manera de mirar la vida”.