Lo que tuvimos los chilenos en octubre del 2018 fue un gran estallido social. Una manifestación amplia y nacional de agudo descontento que se expresó en ciudades, avenidas y hasta pueblos de todo el país. Un malestar que no dudó en destruir templos, edificios patrimoniales y monumentos emblemáticos, y que solo se detuvo por la crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus y sus miles de fallecidos. Las policías y las Fuerzas Armadas no fueron capaces de retener la movilización del pueblo a no ser que hubieran emprendido la más brutal represión de nuestra historia.
Revuelta es lo que tenemos ahora después de la elección de Gabriel Boric como presidente de la República. Un candidato que efectivamente no tuvo más de un 25 por ciento de apoyo electoral, salvo en la segunda vuelta donde muchos de sus adversarios se vieron prácticamente forzados a votar por el que estimaron mal menor. De allí que la actual administración carezca de épica y de un claro y consensuado proyecto político. Para ser elegido, el candidato tuvo que transigir en demasía, dejar de lado los encendidos propósitos de su referente partidario y, finalmente, avenirse a gobernar con sectores y figuras de quienes apenas unos meses antes abominaba. Su mismo referente político está integrado por decenas de distintas denominaciones que, suponemos, tienen ideas y propósitos que de alguna forma difieren. Ni qué decir la distancia que él y otros colaboradores tienen con el propio Partido Comunista y con los socialistas, hasta hace poco tildados de socialdemócratas.
Por esto y por muchas otras condiciones es que hoy estamos viviendo una revuelta, una conmoción que ofrece profundas diferencias entre quienes gobiernan, se sitúan en la oposición o esperan con incertidumbre lo que pueda acontecer. El primer círculo de colaboradores de Boric aparece todavía ideológicamente monolítico, pero es indiscutible que ya presenta tensiones entre sus principales figuras, especialmente entre las ministras. Más allá de ellos o ellas, gravita muchísimo la figura del ministro de Hacienda, un socialista renovado o moderado muy cuestionado y al que se le imputa ser el ariete del gran empresariado, la derecha y el modelo neoliberal al interior del Ejecutivo. Alguien en quien no se confía que vaya a soportar tanto a esa pléyade de chiquillos que rondan por La Moneda, que se niegan a ponerse corbata y andan con las manos en los bolsillos del pantalón hasta en las ceremonias más distinguidas o consideradas republicanas. Hay quienes aseguran que Mario Marcel ya está arrepentido de haber dejado la presidencia del Banco Central, acaso el puesto más seguro y bien remunerado del Estado. Especialmente después del bochornoso resultado en la Cámara de Diputados respecto a su proyecto de retiro acotado.
También en los partidos tradicionales la situación está muy revuelta: en las ex colectividades de la Concertación reina la dispersión y se expresan disonancias severas entre sus parlamentarios y miembros de la Convención Constituyente. Los hay todavía algunos que siguen confiados en la posibilidad de arribar a una nueva Constitución y también quienes se llaman ahora sin rubor “amarillos” que claramente se inclinan por decirle NO a la propuesta de una nueva Carta Magna. De allí que nadie cree a esta altura que tendremos una nueva Constitución con el apoyo de más de un sesenta por ciento de los votos, lo que sin duda consolidará la división del país y abonará la revuelta en que ya nos encontramos.
Lo curioso es que entre la derecha reina también la división y nada indica que podrá surgir de esa montonera de referentes algún liderazgo común. La dispersión es patética y es muy posible, si Boric se lo propusiera, que varios de sus caudillos a la hora de alcanzar algunos cargos públicos terminen por sumarse al gobierno en prevención siempre “de un mal mayor”. Acordémonos que en el pasado hasta tuvimos derechistas allendistas y en el propio mandato de Ricardo Lagos hubo muchos de ellos que ciertamente creyeron que su gestión dio origen al mejor gobierno de derecha. Con los retoques, incluso, que éste le hizo a la Constitución pinochetista de 1980 para simularla como propia.
No hay duda que en el norte y en la llamada zona macro sur la revuelta está campeando, con los centenares de inmigrantes que todos los días penetran por las fronteras y que son vapuleados y agredidos por los chilenos residentes. En tanto, en toda la Araucanía (Wallpamu para la ministra del Interior) todos los días se suceden nuevos atentados incendiarios, barricadas y un sin número de actos de violencia. Al tiempo que los líderes mapuches declaran que el actual gobierno sigue siendo un interlocutor no válido.
Dejemos de lado, esta vez, la vorágine que manifiesta la tarea constituyente. Sus loables conclusiones y acuerdos en medio de la borrasca de propuestas sin sentido común y esfuerzo alguno por encontrar consenso. Los ejemplos sobran y quedan de manifiesto cotidianamente.
Lo peor es que la situación económica del país tampoco es promisoria, según advierten los expertos de derecha, centro e izquierda. La aguda inflación afecta a los productos más esenciales y ya hay muchos que dicen padecer hambre, por su precariedad salarial y desempleo. Se pretexta la guerra ruso ucraniana, pero muchos saben que la situación del agro también empeora, a lo que se suma la terrible sequía, el encarecimiento de los insumos y la falta de planificación para distribuir los productos y exportarlos. ¿Resistirá Chile nuevas alzas del pan, de los combustibles, de la fatídica UF y el encarecimiento del crédito? ¿No abundará todo esto, y muy rápidamente, en malestar y más protestas?
¿Tendremos una nueva pandemia u otro cataclismo que evite o postergue un estallido todavía más agudo y que convenza a algunos de que la política debe dejar de hacerle más retoques al modelo vigente, como soportar brechas todavía más pronunciadas entre pobres y ricos? ¿Así como acostumbrarnos a la delincuencia que campea ya en todo Chile?
Más temprano que tarde, ¿No quedaremos inmersos en una revolución que haga trizas nuestro “orden institucional”, levante un liderazgo y una épica auténtica? ¿Un cambio por fin drástico y revolucionario en cuanto métodos y propósitos?