Por Dominique Hubert
Frente a la barbarie que ha diezmado la redacción de Charlie Hebdo no podemos mantenernos callados sobre nuestra responsabilidad de ciudadanos y de profesores. Todo lo que nos pasa se nos parece, los dos jóvenes que mataron fríamente a los caricaturistas y a sus compañeros, no han hecho más que responder en eco a la violencia sutil de nuestra sociedad, en la cual la escuela constituye un pilar esencial.
En Le Soir de hoy, 9 de enero, un trabajador social describe “Lo peor está delante de nosotros. (…) Muchos en los barrios (…) tienen una doble fragilidad, la primera alimentando la segunda: una fragilidad económica y una fragilidad de identidad”. Mientras que la identidad no se ha podido construir al servicio de la sociedad, ella no encuentra otra alternativa que de volverse contra ella. Como yo no existo positivamente a vuestros ojos, al menos ustedes me darán un nombre cuando yo les haga daño. Además, si yo no tuve la oportunidad de desarrollar la empatía, la capacidad de ponerme en el lugar del otro, yo no encontraré ninguna dificultad para cometer horrores abominables, ni asesinar a cualquiera a sangre fría.
¿Cuántos dramas como este necesitaremos antes de aceptar de revolucionar la escuela de cabo a rabo? ¿Cuántas víctimas inocentes contaremos todavía antes de darle su lugar a las verdaderas prioridades de la educación?
Hoy, cuando todo el conocimiento se encuentra en internet y es accesible inmediatamente a la mayoría de los alumnos, cuando ya sabemos que las materias son muchas veces sobrepasadas en el momento que los profesores las enseñan, se comprueba claramente que es esencial consagrar la mayor parte de nuestro tiempo y del espacio escolar a eso que yo llamo “Despertamiento”, un acompañamiento bienintencionado que permite a los niños de despertarse a su potencial único, a su motor interior, dándole también los medios para abrirse al otro, quien quiera que sea, para actuar alegremente con él con la fuerza renovada de las sinergias cada vez diferentes.
¿Qué vemos en la mayoría de las clases? Bancos alineados los unos detrás de los otros que nos permite ver solamente a nuestros camaradas de espalda. En mis clases, los alumnos se sientan en círculo y algunos de ellos se han maravillado de descubrir personas en las que no se habían fijado hasta ese momento. ¿Esto es normal?
Cuando los jóvenes se miran, cuando les damos la ocasión de compartir sus emociones, sus cuestionamientos, cuando la escuela deja de ser un lugar de presión donde cada uno debe sacar partido de las circunstancias y buscamos juntos soluciones creativas que los reúnen, el respeto y la dulzura se instalan espontáneamente al mismo tiempo que la alegría de vivir. Ese es el clima que favorece la apertura al conocimiento.
Entonces, ¿qué estamos esperando?
Traducción: Mariano Quiroga