A raíz de la insistencia de no pocos en que sin crecimiento no hay desarrollo he recordado un informe titulado “Los límites del crecimiento” y que fuera presentado ya hace exactamente medio siglo, en 1972. En él se predice lo que estamos viviendo. Se trata de un informe generado por un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por encargo de lo que se llamó el Club de Roma, institución privada formada por economistas, científicos y políticos preocupados por el futuro.
La pregunta que se hacía el Club de Roma y que cuya respuesta esperaba encontrar en el informe era muy simple: ¿puede el crecimiento económico y material continuar indefinidamente en un planeta finito? Para la elaboración de este informe se barajaron diversos escenarios respecto de la evolución de la sociedad en función de un conjunto de variables tales como el crecimiento poblacional, la contaminación y la disponibilidad de recursos.
Entre los escenarios planteados se incluyó uno que asumía que todo sigue más o menos igual, que la población seguiría creciendo con la misma intensidad, al igual que el consumo y el deterioro del medio ambiente. Bajo este escenario el informe señalaba que en 100 años más colapsaríamos. Esto significa que si este es el escenario en que estamos, nos quedarían tan solo 50 años para que el actual modelo económico-social se venga abajo.
Al momento de publicarse este informe, abundaron las críticas de los sectores económico-empresariales porque se invitaba al crecimiento cero, a no seguir creciendo al ritmo que se venía haciendo. Estas críticas se centraban en que ignoraba las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, la aparición de nuevos recursos, el descubrimiento de nuevos yacimientos. Se presumía que podíamos crecer indefinidamente.
La realidad que estamos viviendo, con las persistentes crisis de todo orden que observamos a diario, nos está demostrando que el informe del Club de Roma como se le llamó en su tiempo no andaba tan despistado. Lo prueba el hecho de que estamos inmersos en un proceso de cambio climático sin freno, de migraciones sin precedentes y de un deterioro del medio ambiente cuyos alcances aún no dimensionamos. Para rematarla, por si esto fuera poco, ahora último nos acompaña una pandemia global, el retorno de la amenaza de la guerra nuclear que creíamos haber dejado atrás. Todo esto, inevitablemente termina por afectar las relaciones humanas, las que muestran signos crecientes de agresividad. Estamos hablando de un fenómeno global, que cruza todas las fronteras.
El colapso del que estamos siendo testigos era absolutamente previsible, como lo demuestra el informe en comento de medio siglo atrás. Sin embargo no quisimos, o no supimos leerlo. Seguimos como si los recursos naturales fuesen infinitos, como si la naturaleza fuese capaz de aguantar cualquier contaminación generada por nuestras actividades productivas y nuestro comportamiento como consumidores.
Hoy todo está tan entrelazado, tan globalizado, que lo que vale en la quebrada del ají también es válido aquí. El mundo está en crisis, una crisis que se avizoró hace al menos 50 años sin que a la fecha se le ponga atajo. Al menos todo lo que eventualmente se ha realizado por amortiguarlo es claramente insuficiente. Para remate escribo estas líneas mientras los bombardeos sobre Ucrania continúan dejando toda una estela de destrucción.
No sé si aún estamos a tiempo para atajar este camino en que estamos empeñados, pero no podemos seguir bajo el modelo actual de sociedad sin atenernos a sus consecuencias. Seguramente Sócrates se estaría preguntando a quienes lo acompañan: ¿Qué será lo que nos empuja a la insensatez? No sé si alguien le habría respondido.