El multimillonario suizo Stephan Schmidheiny se libró de una condena de 18 años porque un tribunal italiano decidió que el caso estaba prescrito.
Schmidheiny se vendió durante años en Mallorca como un filántropo de conciencia ecologista.
Por Cristina Barchi y Marcello Corradini para eldiario.es
El empresario suizo Stephan Schmidheiny llevaba quince años implantando su imagen filantrópico-ecologista desde España, los mismos desde que se destapó en Italia el escándalo del asbestos cancerígeno originado por una de sus empresas. Ahora ha recibido la mejor de las noticias para sus intereses, una que ha sido un mazazo para los que creen que la justicia debería obligar a las empresas a hacerse responsables de sus errores.
Una condena de 18 años ha sido anulada por un tribunal de casación por considerar que el caso ya estaba prescrito inicialmente al haberse producido la sentencia 12 años después de la comisión del delito. El escándalo ha sido tal que el primer ministro italiano, Matteo Renzi, ha prometido cambiar la ley para que hechos así no vuelvan a repetirse, dado que son una constante en la justicia del país.
El caso Eternit (por el nombre de la empresa de Schmidheiny) se coloca en el centro de la típica tradición italiana en términos de política industrial. El Estado se postra desde la posguerra a los pies de los grandes grupos industriales, y les permite amplias libertades, sea en términos de impacto ambiental sea en el trato a los trabajadores.
Si en 1955 nace la empresa Eternit Siciliana con ramificaciones de norte a sur de la península, ya en los sesenta las investigaciones demuestran que el polvo de amianto que se usa en techos y adoquinados provoca asbestiosis y una grave forma de cáncer como es el mesotelioma pleurico vulgarmente conocido como enfermedad de los pulmones de piedra, pero Eternit continúa la producción hasta 1986 pasando por encima de las consecuencias sanitarias para los trabajadores y las localidades vecinas.
El entorno de las fabricas aun hoy están contaminadas y la población sigue muriendo (entre 2009 y 2011, 128 nuevos enfermos) por un cáncer que tarda 30 años en manifestarse.
En 2009, se inicia el juicio contra Stephan Schmidheiny, expresidente del consejo de administración de Eternit. Tres años después, se le condena a 16 años de reclusión por «desastre ambiental doloso» (subtipo del delito de homicidio que se caracteriza porque el criminal busca intencionadamente la muerte de la víctima) permanente y por «omisión voluntaria de cautelas» , obligándole a él y a otro directivo a resarcir a mas de 3.000 personas. En 2013 la pena aumenta a 18 años. Se imponen indemnizaciones de 30.000 a 35.000 euros a cada víctima, y otras a instituciones, como el seguro laboral nacional italiano por los costes de atender a esas víctimas.
Es en noviembre de este año cuando la Corte Suprema de Casación declara prescrito el delito de desastre medioambiental y anula las condenas y las indemnizaciones.
La historia de Schmidheiny tiene una segunda parte con su carrera en España como el gran filántropo de la ecologia y la sostenibilidad. Se establece en Mallorca como puerta de entrada a Latinoamérica (donde sus empresas también han contaminado) con la Fundación Avina, Mar Viva y Viva Trust. Crea un entramado de simpatías hacia su persona, con oficinas en Baleares y Barcelona.
«La Fundación AVINA funciona como otras tantas fundaciones u obras sociales de empresas que, tras haberse lucrado creando grandes desequilibrios sociales y ambientales, se convierten en mecenas de pequeñas causas», explica A.C., activista ambiental en Mallorca. «Dan apoyo económico a movimientos ecológicos o sociales, utilizan a esos defensores altruistas para el maquillaje de la imagen de su empresa. En la red de Schmidheiny siempre hubo una mitificación de sus razones por estar de nuestro lado y una victimización consensuada respecto a que él no tenía que ver con el escándalo familiar. Pero ha mentido y falseado pruebas, rehusado pagar daños a las víctimas… y eso no queda compensado por sus buenas obras dominicales«.
Jaume Perelló, periodista de Ara Balears, recuerda que «mientras muchos beneficiados por Avina alaban el compromiso de su actuación, la actuación de Schmidheiny ha generado recelos entre algunos grupos sociales especialmente críticos, que consideran la estrategia del suizo un plan B del capital». Consiste en maniobras destinadas a ganar consenso, «legalizar estas formas de enriquecerse, lograr complicidad, y publicitar sus objetivos como si fueran idénticos a los de la sociedad”.
Schmidheiny ha mantenido una fundación con gran actividad en relación a la sostenibilidad. Se ha presentado como alguien que es capaz de combinar convicciones y pragmatismo. Perelló comenta que cuando se le preguntó en unas jornadas por qué el pujante sector hotelero balear, con algunas de las más importantes multinacionales turísticas en todo el mundo, no está por la labor de proteger y mejorar el medio ambiente de las islas, él contestó: «Son la primera generación. Yo soy la quinta, y tengo el deber de pensar en algo más que en un negocio a corto plazo. Cuando un grupo empresarial está en su primera fase, difícilmente se implica en la transformación y mejora de su entorno. Todo llegará».
En su caso, lo único que llegó fue la huida de sus responsabilidades. Ahora reside junto a su familia en Suiza. 3.000 víctimas italianas siguen esperando justicia.