Por Luz Jahnen.-El autor de «Revancha, violencia y reconciliación» reflexiona en este artículo sobre la venganza como base de la cultura occidental, cuyo origen está en Hammurabi, y la posibilidad de «resolver nuestros conflictos sin violencia y por medio de la comprensión profunda… ahora».
(Réplica corta a la columna de Roberto Savio, publicada el 17.11.2014 en Pressenza)
El co-fundador y ex-director de la agencia de prensa IPS, Roberto Savio, publicó a principios de noviembre de este año un notable artículo sobre “La irresistible atracción por el radicalismo islámico“, el cual también se publicó en Pressenza el 17 de noviembre. Él describe la responsabilidad política que tiene el occidente por el conflicto actual en el cercano y medio Oriente. E intenta sugerir al lector la idea de que el Islam no es de por sí “anti-occidentalista”. Para él, las nuevas corrientes fundamentalistas y radicales del Jihad forman parte de las respuestas de una población islámica y árabe que ha sido repetidamente humillada por “occidente”.
Su intento de explicar la brutalidad y la violencia fanática de los conflictos actuales recordando, por ejemplo, el proceso político de surgimiento de los países del Cercano y Medio Oriente, creados artificialmente, merece ser leído y es, además, digno de reconocimiento. Sin embargo, al tratar de describir al Islam básicamente como no “anti-occidentalista“ se queda corto. Demasiado corto, en mi opinión. Porque el Islam forma parte de la cultura occidental, así como el Judaísmo y el cristianismo.
¿Qué es el “Occidente”? ¿Los países de fuerte formación cristiana del hemisferio occidental, como afirman algunos? ¿O más bien una cultura? ¿Y dónde y cuándo comenzó esa cultura “occidental”?
Si queremos rastrear las huellas de la cultura “occidental” en el pasado, nos encontraremos con unos de los predecesores de nuestra actual forma de vivir en la estructuras estatales del tiempo de Hammurabi (hace 4000 años aprox.) . El imperio de Hammurabi se puede calificar como el primer estado con la forma moderna: surge un imperio, en el cual sus habitantes, sus tribus, transfieren sus antiguas formas de resolver conflictos, de venganza, a un estado que desarrolla un aparato de venganza, de justicia, monopolizando en su poder las formas de violencia. El conocido testimonio de piedra de este tiempo es la estela de Hammurabi, en la cual están grabadas esa suerte de leyes del estado. Lo fue cincelado allí, no es otra cosa que antiquísimas formas de venganza. Si bien ahora presentadas civilizadamente como poder del estado, como “derecho” del estado, pero en definitiva nada más que el mecanismo de venganza: si tu me perjudicas, tienes que sufrir de manera tal que mi dolor o mi daño quede compensado.
En el tiempo de Hammurabi encontramos también una forma de escritura bastante desarrollada: contratos, documentos y sentencias, fijados en tablas de arcilla, así como también los mitos, las historias e imágenes de este tiempo de transición entre la antigua cultura de la época tribal y la del estado. Es en el ambiente de ese tiempo, de su influencia y su legado, donde se originan el judaísmo, el cristianismo y el Islam.
Estas tres religiones abrahámicas componen un difícil trío de hermanas. Han ido oscilando entre el respeto lleno de reservas y el odio abierto entre ellas. Las tres manejan imágenes muy fuertes de la venganza, de la venganza, del tener que pagar por lo hecho, de compensación, castigo por el mal comportamiento frente a los hombres y a Dios. Las tres son el caldo de cultivo para un tipo de justicia que, en el fondo, no es otra cosa que un simple mecanismo de venganza disfrazado como justicia de estado, divina e incluso santa. Y lo que torna esta materia y la coexistencia de estas tres hermanos en algo muy explosivo: son implacables, no contemplan mecanismos de reconciliación.
La cultura occidental no es una cultura de la reconciliación. No sabe cómo se hace eso. ¿Cuál fue la respuesta de los EE.UU., ese país industrializado occidental líder, a cuyos presidentes le gusta jurar sobre la Biblia y que los filmen cuando van a la iglesia, cuando murieron 3.000 personas durante un ataque a tres de sus edificios de negocios? Nada más que una vendetta sin límites, iniciada inmediatamente, en la que perdieron la vida más de 10.000 personas en un breve lapso de tiempo. Si se echa un vistazo a esa canción americana (https://www.youtube.com/watch?v=NynbLtRLisg), compuesta después del 9/11: ¡Qué texto, qué imágenes! … ¡Venganza desembozada! Todos los derechos civiles, todos los logros democráticos fueron dejados de lado sin excepción. También en este caso la venganza derribó todo lo que obstaculizaba su paso. Y si el mundo cristiano no protestó vehementemente contra ese bárbaro procedimiento, es porque tal venganza era demasiada obvia y comprensible.
En este momento de aceleración tecnológica desenfrenada y, en consecuencia, de aceleración desenfrenada de los acontecimientos y desarrollos, en este momento en que se registra la mayor migración de pueblos de la historia y una aceleración de todos los conflictos no resueltos del pasado -en este momento de crisis evidente, uno de los temas más urgentes -tal vez el más urgente- es: ¿Cómo queremos resolver nuestros conflictos, ahora y en el futuro? ¿Cómo podemos desarrollar una cultura de la reconciliación (con nosotros mismos, con los que nos rodean, entre países, religiones, etnias …) en vista de todas las formas de violencia que arrastramos en nuestra historia? Ciertamente que no será consultando en los libros antiguos, que describen cómo hace 15.00, 2.000, 3.000 o incluso 4.000 años las tribus resolvieron sus disputas en base a la fuerza bruta: ¡Con venganza!
Este capítulo de la humanidad -resolver nuestros conflictos sin violencia y por medio de la comprensión profunda- aún no ha sido escrito. El momento adecuado para ello sería: ahora.