Por Magdalena Rosas Ossa
Fotografía de Marcelo Mascareño
Una cordada es una alianza de vida. Cuando escalas una montaña, tu vida depende de tu compañero y la vida de tu compañero depende de ti. En una cordada vives la intimidad de una carpa, quizás encerrado días en espera de buen tiempo en el hielo patagónico. Una cordada es el mejor ejemplo de equipo: Proyecto en común, energía, solidaridad, compañerismo, empatía, proactividad, discusión , fuerza, luchas de poder, liderazgo, amistad.
Esta foto que usted está mirando, fue tomada por Marcelo Mascareño, la noche de un sábado de noviembre. Ese día, muchos jóvenes coyhaiquinos hicieron dos largas cordadas para homenajearla, en el mismo lugar que ella escalaba cuando vivía en Coyhaique. Heidi tenia 28 años y murió escalando en el hemisferio norte, muy lejos de su “pagos” de Aysen.
Escalar era una de sus pasiones. Estaba en USA haciendo un doctorado, había estudiado en la U Austral como muchos jóvenes patagones que deben dejar su casa porque en la región de Aysen no encuentran los estudios que necesitan.
Cada lucecita es uno de ellos. Es un joven, o una joven, un “hermanable” de la Patagonia que quizás salió a estudiar y al terminar volvió a su zona, buscando un espacio de trabajo que no siempre resulta fácil de encontrar. O quizás salió de la región un par de años y no resistió el sistema “individualista y agresivo “ del mundo “de afuera” y decidió volver a realizar sus sueños, superando la angustia de no tener un titulo o una carrera “como Dios manda”.
Quizás también, alguna de esas lucecitas es un paisano de las tierras de mas al sur, que sin saber mucho de que se trataba, entró a estudiar en la Escuela de Guías de la Patagonia y descubrió con las clases del Pancho Vío, que en su campo tenía una tremendo potencial para la aventura, el turismo y que no necesitaba irse muy lejos para desarrollarse.
Quizás ahí en esa cordada hay también un gringo apasionado y amante de la Patagonia, de esos que llegó para quedarse, que usa boina y que ha descubierto la maravilla de usar pierneras de chivo cuando monta un caballo.
Para convocarlos ese sábado, bastó un aviso por las redes, una tienda que se ofreciera para cargar gratuitamente las linternas frontales : se congregaron y lo hicieron. Con sentido de “manada”, ese sentido que tiene la gente de mi Patagonia. Con sentido de familia, de hermandad, de solidaridad, de reconocimiento. Subieron en cordada la pared del cerro, para homenajear a una de ellos, iluminaron la noche patagónica de una primavera que se resiste a llegar, para decirle a todo el pueblo y decirnos a los que estamos tan lejos, lo importante que es la cordada.
Esta foto de muchos jóvenes iluminando el infinito en homenaje a una joven igual que ellos, me hace llorar por dentro. Me trae de golpe el pasado. Esos años hace ya mas de un cuarto de siglo, cuando llegamos por una carretera polvorienta, que en algunos tramos se estaba recién abriendo, para escalar cerros que nunca nadie había pisado. Eran los años de nuestra juventud, de nuestras ilusiones.
Chile vivía la dictadura, nosotros habíamos sido víctima, de los tiroteos quebrando la noche, de allanamientos, sirenas, de miedos instalados en alguna parte del interior y que costaría tanto superar. Sin embargo, en esas carreteras debíamos convivir, compartir, confiar en el soldado del Comando Militar del Trabajo. Conscriptos que construían la carretera para todos y que nunca han sido debidamente reconocidos y valorados. Soldados venidos de Calama, Antofagasta, Iquique, que hacían el servicio militar y eran enviados a trabajar a construir la carretera austral al sur de Chile.
Por eso cuando miro esta foto lloro, porque el pasado se junta con este presente de jóvenes como alguna vez fuimos nosotros, porque siento que en la Patagonia quedan los vestigios de ese sentido de comunidad, que esta sociedad del Chile Post moderno como la llama JC, va perdiendo a pasos agigantados y que de alguna forma esos jóvenes que fuimos y estos jóvenes que están arriba del cerro iluminando la noche, tenemos la ilusión de mantener.