No existen suficientes recursos públicos para acoger a estas víctimas, a las que lastra la dependencia afectiva y económica.
A las afectadas les cuesta identificar y aceptar su situación y son las que menos denuncian a sus maridos.
Sus hijos e hijas son a menudo quienes les frenan a llevar el asunto a la policía y dejar a su pareja.
Por Vanesi Pi para eldiario.es
«Qué situaciones habría tenido que soportar para decir que en el psiquiátrico vivió los días más felices de su vida». La reflexión la hace Carmen Sánchez Moro, socióloga, refiriéndose a una víctima de violencia machista. Pongamos que se llama María. La mujer, septuagenaria, llevaba años, décadas, sufriendo malos tratos de su marido. Hasta que decidió poner punto final a la historia. Llegó a planear matarlo y luego suicidarse, pero la culpa la invadió y estalló. Su familia la llevó a un psiquiátrico. Y allí, encerrada, se sintió más libre que en casa con su esposo.
En lo que va de año, seis mujeres de más de 65 años han muerto a manos de sus parejas o exparejas. Representan un 13,3% del total de asesinadas. Como en el resto de los grupos de edad, el alcance de la violencia de género, con todas sus intensidades y caras, va mucho más allá de las víctimas mortales. Pero en el caso de las mujeres mayores, la cifra de muertas es una punta diminuta del iceberg. No solo no denuncian a su agresor sino que, en la mayoría de los casos, ni siquiera identifican el problema y continúan viviendo con él. La falta de datos sobre todas las distintas formas de violencia de género en las mujeres mayores contribuye a invisibilizar un problema ya de por sí en la sombra gracias a aquello de que los trapos sucios se lavan en casa.
Las víctimas mayores no denuncian
En general, la lucha contra la violencia machista tiene en la falta de denuncias su talón de Aquiles: solo el 31,8% de las asesinadas en lo que va de año señalaron a su agresor. Pero en el caso de las mujeres mayores, este problema es mucho mayor. «Denuncian infinitamente menos que las más jóvenes», destaca Teresa San Segundo, directora del Máster ‘Malos tratos y violencia de género’ y profesora de Derecho Civil de la UNED. «Han recibido educación para ser abnegadas, sumisas –explica–, para aguantar el matrimonio toda la vida».
Además, han estado la mayor parte de sus días expuestas a la violencia, lo cual dificulta su salida. «Sufren un estrés postraumático anquilosado y un síndrome de indefensión aprendida», explica Sánchez Moro. Tras décadas de convivencia, los episodios de violencia se suelen acentuar o bien salen de su latencia cuando el marido se jubila. Los hijos, además, se han independizado. «Entonces, empieza el ciclo. El marido la aísla, controla sus salidas y sus entradas, la ropa que se compra, si va a la peluquería, con quién se relaciona…».
La dependencia económica, coinciden las expertas, es otro de los obstáculos para que estas mujeres denuncien a sus maridos. Cuidaron de sus hijos, de sus casas, de sus padres, de su suegros. Trabajaron de sol a sol pero nunca cotizaron. No tienen, por tanto, una pensión que les dé libertad. Es precisamente su dependencia económica la que lleva a sus hijos e hijas a no querer (o no poder) hacerse cargo de ellas cuando deciden dar el paso. «Si los hijos no apoyan, es imposible que una mujer mayor deje atrás una vida de violencia», asegura San Segundo.
«¿Para qué vas a dar ese paso?». «Si lleváis tantos años juntos». «Pero cómo te vas a separar de papá a estas alturas?». Son frases que escuchan las mujeres afectadas y que, según relatan las expertas, son el factor determinante para frenar que la mujer mayor dé el paso que tanto le ha costado decidir. «Mientras los padres estén juntos, se cuidan mutuamente. Si no, los hijos deben cuidar por separado a ambos», critica la presidenta de la Asociación de Mujeres por un Envejecimiento Saludable (AMES), Mariqueta Vázquez. «Así que el resultado de todo esto es que la mujer duerme cada día con su maltratador. Eso se vive entre lágrimas y angustia», denuncia. Como la relación continúa, es muy común que la mujer acabe cuidando de su marido cuando enferme.
Daphne Stop V.I.E.W.: un programa pionero
A ello hay que sumar que, con la edad, sus fuerzas flaquean y que la mayoría de las veces ni siquiera toman conciencia del problema. «Están acostumbradas a un maltrato, no solo psicológico sino también en lo físico. La cultura de sumisión, de perdón, les silencia», explica Julia Pérez, directora de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF). Esta organización implantó en España, con el apoyo de Carmen Sánchez Moro, el proyecto europeo Daphne Stop Violence Against Elderly Women, de la Unión Europea. «La violencia de género se había tocado pero en otros grupos de edad. Descubrimos la falta de estadísticas específicas y la necesidad de mostrar este problema», explica Pérez. «La realidad era poco conocida, pero se estimaba que debía de ser bastante frecuente y de mayor dimensión que en otros grupos de edad», añade Sánchez Moro.
Se crearon grupos de trabajo, se formó a profesionales, se organizaron jornadas, se llevaron a cabo campañas de sensibilización y se conoció la realidad. UNAF, a través de las organizaciones que la conforman, creó grupos de apoyo. Una de estas asociaciones es AMES, que organizaba rutas por el campo con grupos de mujeres. A priori, no eran víctimas de violencia machista. «Íbamos hablando de nuestras cosas, pero andando, en un entorno tranquilo, con la ayuda de la monitora era como iban saliendo los problemas», recuerda Vázquez.
«Estos grupos tenían como base que ellas tomaran conciencia de su situación», explica Julia Pérez. «También hemos aprendido que el tiempo de acompañamiento que necesitan las mujeres mayores con expertos y asociaciones son más intensos que en personas más jóvenes. Se establecieron vínculos muy fuertes entre las psicólogas y las víctimas», destaca Pérez. El proyecto finalizó en 2013. Aunque UNAF intentó renovarlo, la Unión Europea establece una rotación de forma que sean otros los países que lo vayan aplicando.
«Vivimos una involución tremenda»
En el caso de que la mujer decida dar el paso decisivo y dejar a su marido, los recursos públicos donde puede acudir son escasos. San Segundo reclama como fundamental que, «además de crear recursos especializados para mujeres mayores víctimas de maltrato, se dote a las instituciones de una perspectiva de género integral».
Mariqueta Vázquez asegura que «las casas de acogida no están hechas para mujeres mayores ni existen residencias específicas para las víctimas de género». A su juicio, la situación para este colectivo ha empeorado en los últimos años. «Vivimos una involución tremenda. Si antes la violencia de género en mujeres mayores ya no era visible, ahora aún menos», insiste. Según argumenta, el recorte y supresión de las subvenciones a las asociaciones que atendían a este tipo de mujeres ha dejado la atención en testimonial, a través del voluntariado. «Ahora se dan ayudas a entidades religiosas que lo que aconsejan a las víctimas es «tienes que aguantar», denuncia.
«Viven los últimos años de sus vidas con unas depresiones tremendas», explica Vázquez. Según insiste, también es necesario poner el acento e investigar en cómo las situaciones dramáticas de su día a día acaban generándoles enfermedades cardiovasculares. «Son, en cierta forma, llamadas de atención», defiende. Carmen Sánchez Moro añade que sin perspectiva de género, muchos de los síntomas que genera la violencia machista se confunden, en estas mujeres. «Acaban recibiendo tratamiento con antidepresivos y ansiolíticos, pero no se da con la situación que tanto les cuesta aceptar y denunciar».
La violencia de género es uno más de los diferentes tipos de maltrato que sufren las mujeres mayores. Desde el menosprecio de la familia, las sedaciones o las ataduras a sillas y camas en algunas residencias al maltrato por parte de sus cuidadores… Los malos tratos a las personas mayores son más habituales de lo aceptable. En 2008, un estudio del Centro Reina Sofía cuantificó que ellas representan el 66% del total.