Como cada 24 de diciembre —fecha en la que los cristianos celebran la llegada de Dios*— la figura del rey, que nos dejó la dictadura de Franco y que legalizó la Constitución del 78 para seguir perpetuando privilegios, se dirige a su pueblo. No es un dato menor que sea en Nochebuena y a la hora en que las familias se juntan a celebrar.

Para facilitarlo, las cadenas públicas de televisión y buena parte de las privadas estatales se prestan a acercar la figura del rey a sus súbditos, siguiendo por cierto la estela del dictador. Aclaramos que el Estado español se declara aconfesional según la Constitución vigente.

Muchos reyes, emperadores, zares… se arrogaron durante miles de años la representación de Dios en la tierra, para justificar su ejercicio del poder y ubicarse más allá del bien y del mal.

Tal emplazamiento no parece extraño al actual rey de España, Felipe VI, y a su familia, especialmente al padre, el “Emérito”. Desde tal ubicación podrían explicarse las situaciones cada vez más esperpénticas que estamos viviendo en el Reino de España.

De comienzo, la existencia de la propia monarquía en pleno siglo XXI, cuando menos, es anacrónica. Y coincidirán conmigo en que la figura de monarquía parlamentaria, democrática, o como se la prefiera llamar, ha sido un juego histórico de ilusionismo en el mejor estilo trilero, con el que se justifican y en el que se esconden los privilegios de ciertas familias, a las cuales han ido pegadas otras que las defienden y que se benefician de tal espectáculo, en el que siempre siempre pierde el público, es decir, el pueblo.

Se trata de una institución que, en su esencia, es antidemocrática y hoy antihistórica. ¿Cómo seguir casando democracia con monarquías y reyes? Imposible, más cuando se hace urgente una democracia directa que supere a la representativa.

En este sentido, es conocido y de ello hemos ido dando cuenta en Pressenza, del posicionamiento del actual Rey a favor de verdugos y en contra u olvidándose de las víctimas, especialmente cuando el pueblo ha tratado de ejercer sus derechos democráticos… aunque en el discurso de hoy, haya tenido la suficiente destreza para no meterse en charcos, como lo ha hecho en otras ocasiones dando clases de democracia. Ha estado prudente, muy prudente, sabe lo que se está jugando.

Pero hablábamos del emplazamiento más allá del bien y del mal de la actual Casa Real española, o lo que es igual, más allá de la Ley.

Cuando Juan Carlos I abdica en su hijo (2014), ya se sabía que era para evitar que los asuntos de corrupción en los que estaba metido salieran a la luz y pusieran en tela de juicio la institución. Algo que se conocía pese a que la prensa hubiera callado durante décadas con un silencio que terminó siendo cómplice.

No fue posible y han ido apareciendo caso tras caso, con declaraciones públicas de amantes beneficiadas y despechadas, policías encarcelados, etc. en el mejor estilo folletinesco. El problema es que esto no es una novela, aunque las entregas nos hayan llegado por capítulos.

Recordamos que, cuando Juan Carlos I tenía que presentarse ante la Justicia, se fugó a Abu Dabi -donde sigue viviendo a ‘cuerpo de rey’ a cargo de quienes le han ido haciendo regalos a cambio de negocios compartidos y con una seguridad pagada por todos los españoles, pero donde parece aburrirse después de dos años y medio, queriendo volver a España. Algo que no se le ha facilitado posiblemente para no perjudicar a la familia y a quienes han permitido que su situación de privilegio suceda. No debemos olvidar que el Emérito no hubiera podido viajar sin el consentimiento necesario —o la mirada hacia otro lado— del Gobierno actual y evidentemente de su hijo, Felipe VI, además de otros actores imprescindibles.

Tampoco queremos dejar de señalar que, antes de esto, habían sido juzgados también por corrupción la Infanta Cristina —hermana del actual rey— y su marido Iñaki Urdangarin, terminando éste en la cárcel en un régimen que ya querrían muchos presos para sí y disfrutando desde hace meses de seguir la condena en su casa. Todo ello, después de un juicio en el que fueron defendidos por uno de los llamados “padres” de la Constitución, la del 78, la que no quieren tocar pero que cada día cuestiona un sector más grande de la población. Hablamos de Miguel Roca Junyent. ¡De aquellos barros, estos lodos!, como se dice por aquí.

Y es que esta Justicia no es igual para todos, como la monarquía parlamentaria no es democracia para nadie. Todo el armado está montado para beneficio de una minoría, la que maneja los hilos con el objetivo de seguir siendo intocables. Será por eso y por los reclamos del pueblo, que hoy su Majestad ha llamado al “respeto, el reconocimiento y la lealtad” a la Constitución, la que le mantiene en el poder y la que permite que él y su familia sigan siendo unos mantenidos de todos los españoles.

Majestad, no nos dé más lecciones; tiene tantas explicaciones por dar y tantas deudas con el pueblo de estos territorios que llaman España, que lo único que podemos decir hoy, después de su discurso navideño y repitiendo lo que ya se le pidió en este medio, es: ¡Váyase, Majestad!

 

* PD. Para el ser humano de hoy, que está creciendo, Dios ya no está afuera, no está arriba, no juzga y castiga, no se ubica más allá del bien y el mal. Dios está adentro de cada ser humano. Cada persona lleva en sí un dios encadenado que busca liberarse para transformar y liberar el mundo en el que vive. El proceso histórico nos lleva hacia tiempos nuevos y luminosos que superarán el momento actual. Y desde aquí, apostamos por la construcción de tal futuro.