Por Roberto Savio.-
El asalto al parlamento canadiense por un joven que se había convertido al Islam solo un mes antes, debería fomentar algún interés sobre porqué un número creciente de jóvenes está dispuesto a dar su vida por una visión radical del Islam.
Hasta ahora, ataques como el ocurrido en Otawa el 22 de octubre han sido descritos como fanatismo. Pero cuando los suicidas suman más de 2.000, es el momento de mirar a esta realidad en expansión más allá de los estereotipos.
Vale la pena señalar que numerosas voces sostienen que el mundo islámico y sus valores son intrínsecamente antioccidentales. Pues bien, los datos básicos no apoyan esa teoría, que ahora es utilizada por los partidos xenófobos que han surgido por todas partes en Europa.
Se debe recordar que hay 1.600 millones de musulmanes en el mundo. Indonesia es el mayor país en población musulmana, seguido por India. Toda la región de Medio Oriente y Norte de África cuenta con 317 millones, frente a 344 millones solo en Pakistán e India. Existen 3,4 millones en Estados Unidos y 43,4 millones en Europa. Eso significa que uno de cada 100.000 musulmanes puede ser yihadista.
Hay cuatro causas históricas para entender el yihadismo, que se olvidan fácilmente.
En primer lugar, todos los países árabes son artificiales. En mayo de 1916, George Picot y Mark Sykes, representantes de Francia y Gran Bretaña, acordaron un tratado secreto, con el apoyo de Rusia e Italia, sobre la forma de repartirse el Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Así es como nacieron los actuales países árabes, con una división entre Francia y Gran Bretaña, sin ninguna consideración por la historia y las realidades étnicas y religiosas. Excepcionalmente, Egipto tenía una identidad histórica, de la que carecían países como Iraq, Arabia Saudita, Jordania o Emiratos Árabes Unidos.
El problema kurdo, de unos 30 millones de personas divididas entre cuatro países, también fue creado por las potencias europeas.
En segundo lugar, las potencias coloniales instalaron reyes y jeques en los países que crearon. Para dirigir esos países artificiales, se requería mano de hierro. Así, desde el comienzo, hubo una falta total de participación de la población, con un sistema político que estaba totalmente fuera de sincronía con el proceso democrático que acontecía en Europa.
Con la bendición europea, los países mediorientales quedaron congelados en la época feudal.
En cuanto al tercer motivo, las potenci
as europeas no hicieron ninguna inversión en el desarrollo industrial o en un verdadero desarrollo. La explotación del petróleo estaba en manos de empresas extranjeras, y solo después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y el subsiguiente proceso de descolonización, comenzó un proceso de participación local en la explotación del petróleo.
La cuarta razón se acerca más a nuestros días. En los estados que no ofrecían educación y salud a sus ciudadanos, la piedad musulmana asumió la tarea de proporcionar esas y otras funciones sociales. Así se crearon las grandes redes de escuelas religiosas y hospitales. Cuando las elecciones fueron finalmente autorizadas, esas redes se convirtieron en la base para la actividad política y el voto en los partidos musulmanes.
Por esta razón, basta citar el ejemplo de Egipto y Argelia, dos países importantes, donde los partidos islamistas ganaron las elecciones y cómo, con el consentimiento de Occidente, los golpes militares fueron el único recurso para detenerlos.
Este análisis sobre tantas décadas en unas pocas líneas, por supuesto que deja fuera a muchas otras cuestiones. Pero este proceso histórico abreviado, resulta útil para la comprensión de cómo la ira y la frustración se han propagado ahora en todo el mundo musulmán y cómo esto lleva a la atracción que los sectores pobres sienten por el grupo extremista Estado Islámico (EI).
No hay que olvidar que este antecedente histórico, aunque remoto para los jóvenes, se mantiene vivo por el dominio de Israel sobre los palestinos. El apoyo ciego de Occidente a Israel, especialmente de Estados Unidos, es visto por los árabes como una humillación permanente.
El bombardeo de Gaza en julio y agosto, que provocó solo tímidos ecos de protesta de Occidente y no acciones reales, es para el mundo árabe la prueba clara de que la intención es mantenerlos aplastados, favoreciendo únicamente alianzas con gobernantes corruptos y deslegitimados.
No hace muchas décadas, un sistema escolar modernizado comenzó a producir cuadros locales, muchos de ellos de nivel universitario. Pero la falta de modernización política, combinada con la falta de desarrollo económico, dio lugar a una generación de jóvenes instruidos descontentos, que hicieron escuchar sus voces durante lo que se llamó la Primavera Árabe.
Pero eso fue solo un estallido, que no condujo a la creación de una sociedad civil dinámica con movimientos de base reales. El único movimiento de base significativo sigue siendo la red musulmana de mezquitas, escuelas religiosas y estructuras de asistencia.
Además, no hay partidos políticos modernos en los países árabes. Esta es la diferencia con los grandes países musulmanes de Asia, como Indonesia y Malasia, con Pakistán a medio camino entre ambos.
El desempleo es un gran hábitat para la frustración por la falta de perspectivas futuras, sobre todo cuando no existe participación y voz en el sistema político. Los países ricos, como Arabia Saudita, pueden comprar la lealtad de las personas, ofreciéndoles un sistema de subsidios generosos, pero otros países no.
El hecho de que la Primavera Árabe no aportó ningún cambio tangible en el plano económico, exacerbó la frustración, derivando en rabia o resignación.
Es sumamente instructivo leer a David Kirkpatrick, de The New York Times en Túnez (de donde proviene la mayoría de los yihadistas), a Steven Erlanger, del mismo diario en Londres (sobre el fenómeno de las mujeres que se unen a las filas de combatientes del EI o como esposas de los combatientes), o a Ana Carbajasa, de Melilla (sobre el Islam en ese enclave español en Marruecos y la radicalización de las mujeres).
Pocos periódicos han dado voz a los jóvenes árabes, a pesar de la necesidad de entenderlos.
Kirkpatrick, Erlanger y Carbajasa descubrieron que para muchos, el EI tiene la imagen de la venganza histórica contra el pasado, un lugar libre de corrupción. Se trata un faro para los muchos jóvenes que no tienen manera de estudiar o encontrar un trabajo, y que no tienen nada que perder.
Los entrevistados declaran que unirse al movimiento radical -en el Medio Oriente, en París o en Manchester – es llegar a ser parte de una élite moral internacional, de un movimiento global y magnético. Significa tener un proyecto de vida y pasar del anonimato frustrante al reconocimiento glorioso.
Lo que está creando esta movilización es que EI es un estado, no una organización secreta como Al Qaeda. El uso sin precedentes de los medios sociales está atrayendo a cientos de nuevos reclutas cada semana, que sienten que pueden escapar de sus frustraciones diarias y entrar en un mundo de dignidad y justicia.
Ahmed, un joven tunecino partidario del EI, quien no quiso dar su apellido por temor a la policía, dijo a The New York Times: “El Estado Islámico es un verdadero califato, un sistema justo y equitativo, en el que no se deben seguir las órdenes de alguien porque es rico o poderoso. Se trata de la acción, no la teoría, para derribar el juego entero”.
Este sueño de un mundo musulmán diferente encuentra un eco fácil en los guetos de Europa, donde una gran proporción de los jóvenes desempleados es árabe.
Entretanto, la policía francesa estima que ya hay por lo menos 1.200 de sus ciudadanos en el EI y la policía británica calcula un número similar de los suyos. Estas cifras crecerán, mientras EI pueda demostrar en su eficaz campaña de medios sociales que se trata de una realidad.
A esto se une ahora el fenómeno de los occidentales descontentos, que se han marginado al sentirse rechazados por la sociedad y que se están uniendo al Islam y a la lucha armada, como una forma de ser parte de un cambio de la marea.
En su tiempo, los anarquistas europeos estaban convencidos de que para tener un nuevo mundo de justicia social y dignidad humana, era necesario destruir el actual.
Si algunos en Europa eran capaces de exaltar la violencia como un instrumento necesario, ¿por qué el mundo musulmán no puede tener un sueño similar, con bastante más justificación?
La atracción hacia el islamismo radical está destinada a continuar. Sobre todo si el Estado Islámico es destruido por el Occidente.