Según unos poquitos, que se elogian de acuciosos, ella no existió. Aseguran que no aparece su rastro en ningún documento oficial de Panamá, Colombia, Francia, España o Estados Unidos. Tampoco en ninguna de las más importantes bibliotecas o archivos del mundo, donde dicen haber buscado. La más importante prueba es que tampoco figura en las cinco o seis copias del Acta de Independencia o Separación de Panamá de España, en 1821. En ellas se menciona a los próceres y algunas otras personas que participaron en tales eventos, pero por ninguna parte aparece el nombre de esta mujer. Como para que no queden dudas, ese pequeño grupo de hombres que niega su existencia afirma haber escudriñado en registros civiles y eclesiásticos, sin encontrar constancia de nacimiento o bautismo.

Con todos estos argumentos se presentaron ante el Parlamento, en el 2010, para que se corrigiera un segmento importante de la historia del país. Porque, para ellos, la panameña Rufina Alfaro “no existió”. Así de simple.

Pero ella sí existió. Lo dice y reafirma, desde hace dos siglos, la memoria colectiva popular. Cierto es que Rufina no aparece en ningún documento en Villa Los Santos, lugar en el cual se asegura que nació y creció. Y, en especial, donde participó de la primera insurrección por la independencia del colonialismo español.

Rufina Alfaro es considerada una heroína, por tanto tiene un busto en la Villa de Los Santos. Ahí, cada 10 de noviembre, se depositan ofrendas florales en memoria del inicio de la sublevación separatista. Acompañando al acto, siempre está la banda de municipal de música Rufina Alfaro. Además, en la provincia de Panamá existe el corregimiento Rufina Alfaro.

Algunos diccionarios biográficos detallan cómo era ella y lo que hizo, sin explicar de dónde proviene la información. Se precisa que Rufina nació el 4 de octubre de 1804. Que su familia, bastante humilde, se dedicaba a la cría de gallinas y labores agrícolas en una parcela cercana a Villa Los Santos. Ella tenía que salir a vender los animales, los huevos y las verduras. Se dice que, regularmente, llevaba una “basquiña”, o sea una falda negra, larga y con muchos pliegues. Rufina era de contextura fuerte, atractiva, empezando por su rostro, “rasgos que la caracterizan perfectamente dentro del perfil promedio del habitante de aquellas calendas”. Son especificaciones dadas por quienes han hurgado en la historia oral del pueblo. No dejan de anotar que era muy inteligente y de alegre conversar, lo que le facilitaba la venta de los productos entre las familias acomodadas españolas y criollas. Por todos esos atributos, era muy codiciada por los hombres de ese entorno.

Como estaba sucediendo en casi todo el continente, ante tantas injusticias cometidas por los representantes de la Corona española, en el istmo panameño fraguaban insurrecciones. En Villa Los Santos existía uno de los cuarteles militares más importantes para el sostén del gobierno colonial: guardaba la entrada a la gran bahía por el Océano Pacífico. Pero, ¿cómo obtener la información de sus movimientos internos?

Los conjurados miraron hacia Rufina. Era ella quien podría encargarse de esa esencial tarea. Se le propuso. A sus 17 años, no dudó en aceptar la inmensa responsabilidad. Se le advirtió que sería algo arriesgado, más cuando los realistas ya habían detectado, y castigado, algunas maniobras complotistas. Sus ventas en el cuartel empezaron a tener otra connotación.

Los planes iban marchando por el camino correcto. Poco a poco Rufina iba informando sobre la cantidad de pertrechos bélicos y el estado anímico de la tropa. La información fluyó más de lo previsto porque el comandante del regimiento se enamoró de ella. Es sabido que, regularmente, los hombres hablan entre sábanas para mostrar que son importantes. Ella tuvo acceso a todas las instalaciones. Hasta que empezó a surgir un problema: la joven correspondió en sentimientos al militar. Aunque seguía cumpliendo con su tarea, el lógico temor asaltó a los complotadores: enamorada, ¿iría a cambiar de campo?

Todo estaba maduro para que el pueblo se lanzara a la calle y asaltara el cuartel. En manos de Rufina estaba el indicar cuándo sería el momento apropiado. Ella tuvo que decidirse. Seguramente no la tuvo fácil, pero lo hizo. El 10 de noviembre fue la fecha ideal: los soldados estarían ocupados limpiando sus armas.

Ese día ella no salió a vender, no fue al cuartel: encabezó la marcha organizada por los insurrectos, gritando “¡Viva la Libertad!”. Se lo tomaron a piedras, palos y machetes. No se derramó ni una gota de sangre. El enamorado de Rufina no tuvo ni tiempo para reaccionar. Quizás el impacto de verse traicionado lo paralizó. Aunque es muy posible que ella lo hubiera convencido de entregar el poderoso fuerte. De otra forma es difícil explicar el inmovilismo de la tropa. Desde ese momento se desencadenó el proceso emancipador en el istmo.

La memoria popular obligó a la historia oficial a darle una pequeña mención a Rufina. Se merece mucho más, así no aparezca en las Actas. Porque en Panamá entero muchas mujeres participaron, expusieron sus vidas y murieron por la independencia, sin que hayan sido mencionadas en papel alguno.

(*) Este texto hace parte del libro “Latinas de falda y pantalón”, que se publicará en marzo de 2015.

 

Algunas fuentes:

Cordero, Carlos Anel. «Rufina Alfaro existió y fue una valerosa mujer». El Panamá América, Panamá, 21 de noviembre 2000.

Medina, Gilberto. “No hay pruebas que Rufina Alfaro existió”. El Panamá América, Panamá, 28 de noviembre de 2000.