Si con tantos candidatos presidenciales en la primera ronda electoral fue más alta la abstención que la cantidad de votantes, nada presagia que ahora la situación pudiera cambiar y no sean todavía más los que se resistan a votar por cualquiera de las dos opciones en carrera. Esto es, por José Antonio Kast o Gabriel Boric. Seguramente se va a confirmar aquello que el que resulte elegido como presidente de la República no reúna más allá de un 20 o 25 por ciento del total de ciudadanos.
De esta forma, será la democracia la más afectada en estas elecciones. Es incuestionable que al país le importan mucho más los temas de seguridad y las demandas socioeconómicas que la estabilidad de un régimen que en cuarenta años, además, no ha logrado los estándares democráticos que existen en otras naciones del mundo. Allí donde se constata mayor igualdad social, diversidad de prensa y una más plena institucionalidad. En que los poderes del estado, por ejemplo, tengan real autonomía, el presidencialismo no sea tan asfixiante y en el Parlamento como en el Poder Judicial reine la probidad y la transparencia.
Un país asolado por el miedo a la delincuencia común, por el creciente fenómeno del narcotráfico y las acciones desquiciadas de la violencia política, difícilmente puede consolidar paz social, cual es la gran aspiración del pueblo. Junto, por supuesto, con el derecho al trabajo, a sueldos y pensiones dignas y en que cesen las prácticas de discriminación, xenofobia y racismo como, sin duda, se expresan en nuestra tensa convivencia social. No solo en la Araucanía, sino en todo el territorio.
Al candidato Kast le resultará muy difícil sacudirse de su pasado pinochetista, de su recio conservadurismo y de los tantos temores que representa su posición de extrema derecha. Más le costará todavía separar aguas de algunos de esos adherentes que no trepidan en justificar las graves violaciones de los Derechos Humanos y, para colmo, abogan por liberar a los genocidas y torturadores condenados por los tribunales chilenos e internacionales.
Al candidato Boric le complicará, asimismo, deslindarse de sus propias declaraciones como aquella de propiciar la amnistía o indulto de quienes en la época del Estallido Social cometieron graves desmanes y llegaran a incendiar estaciones del Metro y algunos templos. Aunque éstos se encuentren por tanto tiempo arbitrariamente detenidos a la espera de ser absueltos o ejecutoriados.
Podríamos asegurar que la inmensa mayoría de los chilenos no quiere nada que signifique el menor asomo al tiempo de la Dictadura, pero que al mismo tiempo mucho le disgusta el actual estado del país en que ya millones de personas se sienten acosadas y ni siquiera seguras en sus propios hogares y barrios. En este sentido, es evidente que el discurso de Kast ha sido el más certero y que Boric tiene muy poco tiempo para sintonizar con un pueblo que en realidad condena la violencia “venga de donde venga”, como tanto se proclama en los manifiestos políticos.
A los dos postulantes les pesan muchos sus propios partidarios y aliados. Si el candidato republicano quiere ganar, es obvio que tendrá que ceder en favor de las aspiraciones de la centro derecha, sector que necesita recuperarse electoralmente, además de ofrecer gobernabilidad, después del triste desempeño del gobierno de Piñera. Además de captar el voto de los que apoyaron a un candidato tan pueril como Franco Parisi, quien se ubicó en el tercer lugar de las preferencias, sin que prácticamente nadie previera tal éxito en un postulante que, para colmo, vive fuera del país y solo hizo campaña a través de las redes sociales.
A Gabriel Boric le acarreará siempre problemas el apoyo del Partido Comunista, con la resistencia que en muchos despierta esta colectividad; más ahora que logró posicionarse electoralmente como la principal fuerza dentro del pacto Apruebo Dignidad o Frente Amplio, con lo cual se hará relevante su presencia en La Moneda. Tanto en el propio gabinete ministerial como en los altos cargos de la administración pública.
Asimismo, suponemos el desagrado que le debe causar al candidato solicitar el apoyo de los grandes derrotados de la última jornada electoral: la democracia cristiana, el PPD, el Partido Socialista y los radicales. Más aún, si estos le ponen condiciones y con ello se agravie a los sectores más radicalizados e intransigentes de la alianza izquierdista. Un esfuerzo que, por lo demás, puede resultar en vano, cuando sabemos que las directivas de estos y otros referentes no sacan mucho con dar órdenes de partido, cuando hasta sus propias bancadas legislativas se rebelan constantemente contra estas.
Para el país, lo peor es lo que se repite con insistencia en cuanto a que se debe votar por el “menos malo” y se le cierra espacio a la legítima abstención o al voto en blanco o nulo, que también pueden expresar el sentir de los chilenos. Lo que parece seguro es que en la próxima contienda el que gane lo hará por escasa ventaja, lo que ciertamente es funesto para el objetivo de conseguir consenso o mayoría parlamentaria para la implementación de las soluciones que espera el pueblo. Lo más evidente en que en estos últimos procesos ha faltado “altura de miras”, convicciones certeras, así como muchos dudan, incluso, de la ausencia de liderazgo de los candidatos, lo que se expresa en dudas y temores respecto de su solvencia intelectual, firmeza, experiencia y otros atributos de los buenos gobernantes.
Es difícil resolverlo, pero a la luz de lo sucedido, sería conveniente restituir el voto obligatorio y forzar a que los electos por el pueblo tengan representatividad manifiesta en los sufragios. Y que termine esto de que se elige a un gobernante que rápidamente tendrá la mayoría en la oposición. Incluso en la severa protesta, si su gobierno se muestra incapaz de resolver las demandas sociales. Al respecto, sería bueno que la Convención Constitucional, que sí ha resultado legitimada por el voto popular, cumpla con su cometido y sus miembros, especialmente sus líderes, no se enreden en la contingencia electoral.