Fue el viernes 31 de octubre al mediodía. En el noticiero de Canal 9 de Mendoza se transmitía una buena noticia, de esas que no abundan en la agenda televisiva nacional y provincial. Dejaron por un momento la crónica roja nuestra de cada día y le informaban a los televidentes, nos informaban, que los internos de la Penitenciaría provincial trabajaban en la restauración de «La Cuyanita», mítica e identitaria embarcación que circulaba, desde que este escriba era un pequeñín, las aguas del Lago del Parque San Martín, esa maravilla imaginada por el célebre Carlos Thays en 1896, para regocijo de turistas y residentes.
Hasta allí casi todo bien. Sólo me queda la duda acerca del salario que perciben los internos. Si son considerados como trabajadores o como presos. Es decir, no sé si el laburo que hacen es terapia ocupacional y entonces la plusvalía es justificación del Estado para mantenerlos hacinados o se los retribuye como a los trabajadores extramuros. No sé, pero no se vayan que ahora viene lo peor.
En el zócalo de la pantalla vimos, con estupor y frío vital: «El trabajo los hace libres» que, como cualquier periodista más o menos avisado sabe (o debería saber) remite a los campos de concentración nazis. Allí, en sus portones de acceso, los cachorros de Hitler exhibían su peor versión de la injuria. «Arbeit macht frei» leían los prisioneros judíos, comunistas, judíos no comunistas, comunistas no judíos, homosexuales comunistas, comunistas no homosexuales y los parientes y amigos de cada uno o una. También gitanos, socialistas, anarquistas y cristianos no nazis, por las dudas.
Que a esta altura del siglo XXI un zocalero, un jefe de noticias o el empleado de maestranza de un canal privado de una provincia en la que se está desarrollando el cuarto juicio por delitos de lesa humanidad no sepan del Holocausto es, por lo menos, preocupante. Y más aún si lo saben. Entonces quiere decir que, en serio, creen que el trabajo forzado, hasta el exterminio, liberaba a los prisioneros de los «läger». Empezó en Dachau y fue el responsable del campo, Theodor Eicke, el poseedor del triste mérito de inaugurar el frontispicio del horror que luego engalanaría Auschwitz, Sobibor, Birkenau, Arbeitsdorf, Breendonk, Breitenau, Buchenwald, Flossenbürg, Gross-Rosen, Kaufering/Landsberg, Klooga, Lwów, Mauthausen, Mittelbau, Natzweller, Neuengamme, Niederhagen, Plaszów, Ravensbrück, Riga, Sachsenhausen, Stutthof, Lager Sylt, Theresienstadt y Varsovia, enumerados así, por orden alfabético, para que se sepa de lo macabro, pero también de mis obsesiones por los detalles. Muchos de esos nombres son, o deberían ser, conocidos. Otros han quedado a la sombra de la historia, pero bien vale saber que por allí también anduvo la máquina del exterminio del capitalismo llevado a su más cruel expresión.
Se enojan y me insultan (nunca cara a cara, siempre por mensajes de texto o por teléfono) cuando digo que Mendoza atrasa. Pero debo reconocer que no es una característica exclusiva de mi querido terruño.
Cuando leo y veo que el Vaticano deplora la decisión de Brittany Maynard, la joven de 29 años, de terminar voluntariamente con su vida para evitar los padecimientos de un cáncer terminal e irreversible.
Cuando veo y leo que el volcánico Daniel Sabsay, Licenciado en Derecho y en Derecha, es designado asesor de la DAIA (algo así como el sheriff de la comunidad), la institución judía de derecha.
Cuando veo y leo que todavía en esta patria no se legaliza el aborto (¿Hace falta volver a decir que ninguna ley obligará a una mujer a abortar y que no se conoce caso alguno de mujeres que se hayan sometido a una interrupción voluntaria de embarazo con alegría y regocijo? Sí, parece que si hace falta).
Entonces comprendo que el atraso no es patrimonio exclusivo de la sociedad de estos medanales huarpes. Y que, en todo caso, si me duele el atraso de mi Mendoza es porque la amo y me gustaría verla y sentirla más solidaria y progresista, menos retrógrada e ignorante.
Cuando veo y leo tanta «mentira organizada», me da por pensar que volver a ver a «La Cuyanita» surcar las aguas de nuestro lago, no es atraso, precisamente. Es apenas el rescate de una buena costumbre de los tiempos de mi infancia.