Les transmitimos el estudio «Pistas para la no-violencia» realizado por Philippe Moal, en forma de 12 capítulos. El índice general es el siguiente:
1- ¿Hacia dónde vamos?
2- La difícil transición de la violencia a la no-violencia.
3- Prejuicios que perpetúan la violencia.
4- ¿Hay más o menos violencia que ayer?
5- Espirales de violencia
6- Desconexión, huida e hiper-conexión (a- Desconexión).
7- Desconexión, huida e hiper-conexión (b- La huida).
8- Desconexión, huida e hiper-conexión (c- Hiper-conexión).
9- El rechazo visceral a la violencia.
10- El papel decisivo de la conciencia.
11- Transformación o inmovilización.
12- Integrar y superar la dualidad, y Conclusión.

En el ensayo fechado en septiembre de 2021, el autor agradece: Gracias a su acertada visión del tema, Martine Sicard, Jean-Luc Guérard, Maria del Carmen Gómez Moreno y Alicia Barrachina me han prestado una preciosa ayuda en la realización de este trabajo, tanto en la precisión de los términos como en la de las ideas, y se lo agradezco calurosamente.

 

Aquí está el séptimo capítulo:

Desconexión, huida e híper-conexión

b- La huida

El neurobiólogo Henri Laborit demostró, hace 35 años, cómo la huida -la desconexión de un problema- es a menudo la salida cuando nos enfrentamos a algo que está fuera de nuestro control. Para Laborit, la huida no es una cobardía, sino una respuesta a lo prohibido, a lo imposible, a lo peligroso. Se refería al marinero que huía de la tormenta, no por miedo, sino por instinto de supervivencia. Podemos añadir que hoy se tiende a huir de lo que va demasiado rápido y de lo que se ha vuelto demasiado complejo en la sociedad, porque no se sabe cómo responder a ello.

Pero cuando el mundo de los hombres me obliga a observar sus leyes, cuando mi deseo se da de cabeza contra el mundo de las prohibiciones, cuando mis manos y mis piernas están presas en los implacables grilletes de los prejuicios y la cultura, entonces tiemblo, gimo y lloro. Espacio, te he perdido y vuelvo a mí mismo. Me encierro en lo alto de mi campanario donde, con la cabeza en las nubes, hago arte, ciencia y locura[1].

A nivel planetario, las herramientas de comunicación masiva y las poderosas redes comerciales aplican condicionamientos dirigidos (por edad, sensibilidad y recursos) que canalizan a las personas hacia huidas tendentes a uniformarse en torno al consumo, los shows políticos, los grandes eventos culturales y deportivos, los videojuegos o las series de televisión, algunas de las cuales se podría pensar que son tan violentas que tienen como objetivo hacernos sentir que el mundo en el que vivimos no es en realidad tan violento como se dice. Estas fugas nos permiten evadirnos y se convierten en verdaderas adicciones, al igual que las ligadas al alcohol o a las anfetaminas.

Sin embargo, a pesar de estas diversiones, nada puede compensar los crecientes problemas económicos, las dificultades sanitarias y las condiciones de vida cada vez más precarias y angustiosas de un número creciente de personas.

Sartre define a la angustia como la sensación de vértigo que invade al hombre cuando éste descubre su libertad y se da cuenta de ser el único responsable de las propias decisiones y acciones. (…) Es para huir de la angustia que anida en la libertad, para eludir la responsabilidad de la elección, que los hombres recurren a menudo a esas formas de autoengaño que constituyen los comportamientos de fuga y excusa, o a la hipocresía de mala fe, cuando la conciencia trata de mentirse a sí misma, mistificando sus motivaciones y enmascarando e idealizando sus fines[2].

En cuanto a los olvidados que viven en condiciones vitales alarmantes, ya no cuentan, están al margen, están de más para la sociedad; se encuentran en el mismo barco que los que viven en zonas donde hay guerra, hambre o cualquier otra situación grave: para ellos no hay escapatoria posible, no existe ningún paliativo, sólo cuenta la supervivencia.

En una conferencia[3] de 1975, Silo describió cómo la huida de la conciencia es imposible porque la estructura acto-objeto intencional está presente en la conciencia, pase lo que pase, a menos que se destruya a sí misma.

Resumo aquí, de forma lapidaria, algunos puntos de su análisis: «En el estado de conciencia fugada, no puede haber autoconciencia, se intenta escapar mediante la estimulación creciente de los sentidos. Al ser la huida de la realidad la verdadera preocupación, todo se vuelve imaginario y sucede en la cabeza y no se hará nada de hecho para cambiar la situación opresiva, porque la prioridad es escapar de ella. En el estado de conciencia fugada, todo se vuelve ilusorio y se traduce en actos rituales para dar sentido a lo que se hace. Como no se puede separar la conciencia y el cuerpo, este último puede somatizar. La desconexión de uno mismo y del mundo corta toda posibilidad de comunicación y ya no existe la intersubjetividad, ni la autocrítica. La única salida posible se vuelve casi mágica; en política, por ejemplo, cualquier candidato carismático será el salvador que hará que ya no sea necesario huir, cumplirá los deseos de todos…». ¡Una cruel ilusión!

La única manera de salir del estado de fuga de la conciencia es volver a uno mismo. Al reenfocar y reconectar con uno mismo, se vuelve a lo esencial. Mientras uno estaba fuera de sí mismo, se trata de volver adentro de sí, darse cuenta de sí mismo, reconocerse.

Al igual que se huye de la pobreza, de la enfermedad y de la soledad, al igual que se aleja de las fuentes de sufrimiento, la huida de la vida y la huida de la muerte son inherentes al mundo actual, cuyos valores se sustentan en el individualismo, el nihilismo y la inmediatez, lo que conduce inevitablemente al sinsentido existencial.

Hasta que no me dé cuenta de que estoy viviendo y hasta que no me dé cuenta de que voy a morir, estoy condenado a vivir en la violencia. Las dos tomas de conciencia están estrechamente vinculadas; una no puede existir sin la otra. No puedo vivir con serenidad si olvido mi muerte y no puedo vivir plenamente si no me doy cuenta de que existo.

No ser consciente de mí mismo, existiendo, olvidarme en cierto modo de mí mismo, conduce a una vida de autómata, mecánica, instintiva, impulsiva, hipnotizada por el exterior, ilusoria, dominada por el cuerpo…, un estado que conduce directamente a la violencia.

No darse cuenta u olvidar que voy a morir lleva al sinsentido, al absurdo, al nihilismo, a lo secundario…, un estado que lleva directamente a la violencia.

¿Por qué esta huida de la muerte? ¿Es por miedo a tener miedo? ¿Es por falta de cuestionamiento y reflexión al respecto? ¿Se debe a la angustiosa duda sobre el después de la muerte o el después de la vida? Paradójicamente, cuanto más acepto tener en cuenta mi muerte, cuanto más me permito mirarla a la cara, cuanto más me acerco a ella, cuanto más la domestico podríamos decir, menos angustia me produce, menos me aterroriza y tanto más forma parte de mi paisaje interior.

Cuando su querido hermano muere, contempla la muerte por primera vez con ojos espirituales, y se horroriza. Como hombre sincero, con extraordinaria franqueza, admite que está derrotado por ella, que es insignificante ante su poder. Y esta verdad le salvó. A partir de ese momento, se puede decir que el pensamiento de la muerte nunca le abandonó. Le llevó a una inevitable crisis moral y a la victoria sobre ella[4].

¿Por qué esta fuga de la vida? Quizá porque estoy absorbido por el mundo exterior, más preocupado por el hacer que por el ser; quizá también porque olvido las aspiraciones y los ideales desde donde parten todas mis actividades; quizá para mantenerme ocupado y no vislumbrar mi inevitable muerte.

Vivir con la conciencia de que existo me hace conectar conmigo mismo y con el mundo simultáneamente. Soy consciente de la otra persona, por lo que la violencia contra ella es inconcebible. Mejor que eso, con esta mirada experimento sentimientos de compasión, protección y cercanía con ella. Somos uno, conectados entre sí, contrariamente al estado de indiferencia que nos separa, que es sobre todo una indiferencia hacia uno mismo.

Al incorporar una nueva mirada con la cual contemplar mi propia muerte, reconozco que un día el cuerpo dejará de funcionar, tendré que separarme de él y, por tanto, liberarme de él, y continuar mi camino. Cuando soy consciente de que voy a morir, soy consciente de la muerte del otro; esto nos acerca, ambos estamos en una situación temporal, efímera. Siendo similares, ¿qué podemos hacer juntos que sea constructivo? ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente en lugar de destruirnos? Darme cuenta de la muerte del otro me hace acercarme a él mientras esté ahí, mientras yo esté ahí. ¿Qué le puedo expresar? ¿Qué puedo hacer por él? ¿Qué experiencia puedo transmitirle? La constatación de que la otra persona también va a morir me invita a hacer con ella todo lo que no podré hacer después, porque será demasiado tarde.

Aceptar ver mi muerte me proporciona un registro de libertad, el de romper las barreras, prohibiciones y límites que me impiden escuchar, buscar y poner en práctica mis aspiraciones más profundas.

Cuando me detengo de vez en cuando en el transcurso de mis actividades cotidianas, aunque sólo sea por un momento, para conectar conmigo mismo y plantearme de forma humilde y sincera estas preguntas fundamentales: ¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy?[5] tomo conciencia de que existo, así como de mi finitud. Son cuestiones que, entre otras cosas, conducen a la no-violencia.

 

Notas

[1]          Éloge de la fuite (Elogio de la Huida), Éditions Robert Laffont 1976, p. 184, Henri Laborit (1914-1995), cirujano, neurobiólogo y filósofo francés, popularizó la neurociencia entre el gran público.

[2]         Interpretaciones del humanismo, Virtual Ediciones, 2000 (© 1997), p.73, Salvatore Puledda (1943-2001), científico, pensador y escritor humanista.

[3]         La fuga de la conciencia, charla apócrifa, Silo, 1975.

[4]         León Tolstoi, vida y obra, Pavel Ivanovič Birûkov (1860-1931), escritor ruso, biógrafo de Tolstoi, Mercure de France, 1906, p. 120.

[5]         El mensaje de Silo, El camino, Edaf, 2008, p. 144 (© 2002).