…y de repente escuché a alguien decir que aquella era la Cibeles… y entonces, si lo era, aquel debía ser el banco central contra el que había chocado el taxista que, desprevenido, vio llorar a la Cibeles cuando, previo paso por doña Manolita, fue a besar e invitarla a bailar un vals el interno 16 que, disfrazado de enfermero y zapatos de payaso, se escapó de Ciempozuelos y se robó, de pasada, un anillo en El Corte Inglés, para luego, dormirse acurrucados, a la sombra de un león…
No me impresionó la arquitectura, ni el prolijo cuidado de sus edificios, ni su desproporcionada inmensidad, ni la historia que representan a los ojos del mundo, ni sus anchas avenidas, ni el hermoso cielo que me tocó en suerte, mucho menos los cientos de turistas de todo el mundo que se agolpaban a mirar el cuadro que ahora estaba recreando en mi corazón. Ni los chorros de agua, ni los leones de la Cibeles, ni su inexpresivo rostro, es más, lo hubiese pasado inadvertido de pasada a la puerta de Alcalá. Todo Madrid es así. Fue la maravillosa impresión, como nada en España pudo hacerlo, que me causó ver la escena de la Cibeles frente al banco central y la hermosa metáfora que cantan y relatan Ana Belén y Sabina en “A la sombra de un león” …porque, juro y perjuro que lo vi venir corriendo por allá, al amoroso payaso con su espada de madera que venía a besar a la Cibeles al tiempo que un agente lo venía, injustamente, a detener y no pude… no pude pararlo…
¡Qué belleza…!
Y fue cuando le agradecí a la vida, la suerte de haberme hecho un devoto de la Belén, del Nano, de Miguel Ríos, de Sabina, de Víctor Manuel, de Rosario Flores…. De sus poesías, de sus metáforas, de su música que, además de emocionarme tanto y tanto, me mostraron España de una punta a la otra en los miles, digamos millones de veces que los he escuchado. Y aun ahora canto cuando me ducho. Porque cantar es abrir, de par en par, la ventana… ¿Quiere escucharme…?
Madrid, 11 de octubre de 2021