Por Alfredo Serrano Mancilla para CELAG
Lo intentan pero no. Lo pretenden los medios conservadores; lo ensayan los poderes económicos; lo ansía la vieja derecha pero con un nuevo relato; lo ambicionan desde el Norte para seguir teledirigiendo al Sur. Pero no. No saben cómo ganar las elecciones fundamentalmente porque comenten un grandísimo error: creen que hablan a otro pueblo, a un pueblo irreal que no habita cotidianamente en esos países en los que se han producido transformaciones sociales y económicas en tiempo record. Buscan nuevas fórmulas que abusan de una imagen fresca, de un candidato más joven, con discurso pos político, aparentemente desideologizado. Y siempre sin querer confrontar, como si la política fuera posible sin ello. El bando opositor al cambio de época posneoliberal en América latina es consciente que ha de jugar en otra cancha. El desplazamiento en la centralidad del nuevo eje político es tan hegemónico que la propia derecha rebusca reinventarse para disputar cada cita electoral. Los nuevos liderazgos regionales han decidido lavar su narrativa dejando de insistir en eso de la inversión extranjera, la seguridad jurídica, los tratados de libre comercio, los programas de austeridad. No se atreven en público ni siquiera a cuestionar el rol del Estado en algunas áreas económicas ni a interpelar las políticas públicas redistributivas llevadas a cabo en muchos países. Desde hace unos años optan por otra vía: no cuestionar el pasado pero sí discutir el futuro prometiendo que “con ellos todo puede ser mejor”; y prefieren realmente sintetizar toda su crítica en la inseguridad ciudadana, en la falta de libertad de prensa, en eso del populismo (aunque muy bien no sepan qué quieren decir con ello). Sin embargo, dejan que sean los grandes grupos mediáticos los responsables y portavoces del “todo está mal” aunque corriendo el riesgo de que éstos no sintonicen con el nuevo sentido común de época. Ese juego de roles, a veces, parece proporcionar resultados contradictorios. De hecho, no llega a ser efectivo debido a que la prensa opositora todavía cree que sigue viviendo en el pasado neoliberal. Este desfase evidencia las contradicciones del bloque conservador; los líderes de la derecha partidaria opositora demuestran ser mucho más hábiles y flexibles para cambiar su discurso que la propia derecha mediática.
Hasta el momento, los conservadores siguen perdiendo a pesar de los intentos de Capriles en Venezuela, de Rodas en Ecuador (ganó la alcaldía pero perdió apabulladoramente en la última cita presidencial), de Doria Medina en Bolivia, de Marina Silva o Aecio Neves en Brasil, y Lacalle en Uruguay (en primera vuelta). Muchos de estos nuevos perfiles darían para cualquier película de Hollywood pero continúan sin ganar elecciones. Las últimas victorias para derrocar a un gobierno progresista sólo las consiguieron con golpes anti democráticos, tanto en Honduras como en Paraguay. Aún lo siguen procurando con golpes de eso que llaman mercado; en Venezuela, con un dólar ilegal que amenaza constantemente, y con prácticas usureras del rentismo importador que someten al pueblo a una inflación inducida; en Argentina con fondos que buitrean, y con devaluaciones forzosas por prácticas especulativas cambiarias o sojeras. Lo van a seguir buscando por todo tipo de vías parademocráticas, pero también están condenados a buscar la fórmula para ganar en las urnas.
Después de la victoria rotunda reciente de Evo Morales en Bolivia, reelegido por el 61% de los votos, llega el triunfo de Dilma Rousseff en Brasil por el 51,63%. La Presidenta brasileña vence por más 3 millones de votos al representante del viejo modelo neoliberal, Aecio Neves. Ni la genuina performance de Marina Silva en primera vuelta, ni todo el poderoso establishment que defendió a Neves en la segunda, han podido con el proceso de cambio en Brasil, iniciado con la victoria de Lula allá por el 2002. Son 14 años, y es la cuarta victoria consecutiva del Partido de los Trabajadores, sin que la oposición pueda arrebatársela. Ya no sirve la explicación maniquea de que “todo se debe a la bonanza económica mundial” o al “viento de cola”; son tiempos de recesión económica mundial y el apoyo popular al proceso sigue siendo mayoritario. En Brasil, no es que todo sea color de rosa pero las luces predominan sobre alguna sombra; se ha reducido mucho la pobreza en estos años, y también la desigualdad, y se han mejorado las condiciones económicas y sociales de vida de la mayoría social. Esto no se consigue por arte de magia, sino que ha habido una voluntad política de cambiar el modelo económico democratizándolo y reinsertándolo más soberanamente en el mundo.
A este escenario hay que sumarle Uruguay porque -según datos oficiales- el progresista Frente Amplio también es la fuerza más votada en primera vuelta (46,48%), siendo el máximo favorito para ganar en segunda vuelta contra la propuesta neoliberal liderada por Lacalle Pou el próximo 30 de Noviembre. En ese país, ni el hijo de un Presidente en dictadura, Bordaberry (del Partido Colorado), ni el hijo de un Presidente de los noventas neoliberales, Lacalle Pou (del Partido Nacional), pudieron contra la propuesta de continuidad del cambio que venía liderando Pepe Mujica. Así la Alianza del Pacífico, como nueva forma de integración neoliberal en América latina alentada por Estados Unidos y Unión Europea, tendrá que seguir esperando a tener nuevos allegados.
Por ahora, el bloque de países progresistas sigue sin perder elecciones presidenciales. El chavismo con Nicolás Maduro en Venezuela, Cristina Kirchner en Argentina (a la espera de lo que pueda pasar el año próximo), Rafael Correa en Ecuador, Sánchez Cerén en El Salvador, Daniel Ortega en Nicaragua, y recientemente, Evo Morales en Bolivia. La última revalidación la obtiene Dilma Rousseff en Brasil, y previsiblemente Tabaré Vázquez en Uruguay. En definitiva, sí se puede afirmar que lo que hay en América latina son intentos de restauración conservadora, pero no restauración conservadora.