Por Rogelio Cedeño Castro*
Los quinientos años de la caída de la metrópoli de los mexicas, Tenochtitlán, una ciudad lacustre de gran belleza arquitectónica, ocurrida el 13 de agosto de 1521, han originado todo un replanteamiento acerca de la significación más amplia y profunda de ese hecho histórico, así como de sus consecuencias en el tiempo de la larga duración y de los procesos a que dio lugar. Todo esto ha tomado cierta relevancia tanto en México como en otros países de la región, a partir de los diversos debates e intercambios de opiniones sostenidos en meses recientes por algunos de los más renombrados historiadores mexicanos del presente, como también en el medio político de ese gran país, a partir de la manera en la que el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus colaboradores más cercanos asumieron esta conmemoración, al pedir públicamente perdón a los pueblos originarios por lo ocurrido, cosa que debían de hacer también los españoles o peninsulares, quienes siguen adoptando la pose colonialista de “conquistadores” y presuntos “civilizadores”, lo que ha coincidido con la publicación y presentación en los grandes medios de un nuevo libro de Pedro Salmerón Sanginés, un conocido escritor y acucioso historiador mexicano, bajo el título “La batalla por Tenochtitlán”, el que ha sido puesto a disposición de los potenciales lectores, en una edición del Fondo de Cultura Económica(FCE), que suponemos de gran tirada, que acaba de ser lanzada en la ciudad de México.
Ese momento postrero para la gran civilización de los mexicas, más conocidos como aztecas o gentes de Aztlán, marcó la llegada de un cambio dramático para la vida de los diferentes pueblos mesoamericanos, los que habían vivido un largo ciclo de migraciones, cambios culturales y conflictos militares que respondían a dinámicas muy particulares, las que se vieron entrecruzadas con la llegada de los europeos, según afirma el ya mencionado Pedro Salmerón Sanginés. Sus habitantes resistieron heroicamente (a la manera numantina, como dijo un historiador español) un cerco de más de tres meses, a partir del mes de mayo de 1521, tendido por los españoles junto con sus numerosos aliados tlaxcaltecas y totonacas, entre otros quienes cortaron el suministro de agua potable a la ciudad, viéndose favorecidos por la falta de acopio de alimentos para semejante evento, por parte de los tenochcas, o gentes mexicas de Tenochtitlán. Después de padecer penalidades incontables e indescriptibles, y de haber agotado su capacidad de resistencia que había sido llevada hasta el límite, la ciudad cayó el 13 de agosto, hace ya cinco siglos.
No cabe hablar de “conquista” sino del inicio de una larga resistencia de los pueblos mesoamericanos, la que no ha concluido aún afirma el autor de “La batalla por Tenochtitlán”, una obra que promete mucho y que esperamos que llegue pronto a nuestras manos, quien afirma que el primer contacto entre europeos y mesoamericanos se había producido en 1502, durante uno de los viajes del comerciante Americo Vespucio, no tan publicitados como los de Colón, por estas latitudes y longitudes tan lejanas y desconocidas para los europeos de entonces, por lo tanto para 1519 era insólito pensar que los mesoamericanos percibían a los europeos como dioses o algo semejante, lo que no pasa de ser una visión posterior e interesada de los colonialistas españoles, sostiene Salmerón.
Una obra que sí hemos tenido la oportunidad de leer, con gran deleite, durante estas semanas es la novela de José León Sánchez “Tenochtitlán La última batalla de los aztecas” (Editorial Universidad de Costa Rica EUCR San José Costa Rica 2020) que el autor terminó de escribir en San Francisco de California, durante la segunda mitad de 1984, cuya posterior publicación, a mediados de esa década, la dio a conocer masivamente entre el público mexicano y de habla hispana en general, habiendo sido traducida a numerosos idiomas. Se trata de un texto de gran belleza literaria e intensidad lírica, basado en numerosos testimonios históricos mencionados en el epígrafe por este autor, donde se recupera la visión de mundo, las vivencias y percepciones de los pueblos mesoamericanos, tales como los mexicas, los texcocanos, los totonacas, mayas y tlaxcaltecas, entre otros, habiendo sido grandes rivales estos últimos de los primeros, además de ser actores decisivos en la derrota final de aquellos valerosos mexicas, encabezados por Cuauhtémoc, su último Tlatoani o monarca, quienes lucharon hasta exhalar su aliento final, como lo destaca el novelista en su novela-homenaje a los que llama “inmortales de Tenochtitlán”. La obra también, nos sitúa por momentos, dentro de las percepciones de aquellos europeos invasores que deslumbrados por la belleza de la gran Tenochtitlán, la comparaban con la Venecia italiana que habían conocido en alguna de sus otras aventuras o desventuras militares, aunque lo esencial de esta obra está en la recuperación de la visión de quienes fueron vencidos, aquellos mexicas por mucho tiempo conocidos como aztecas, lo que no viene al caso para la obra de José León Sánchez, pues se trata de una discusión que introdujo en las últimas décadas, el recordado maestro y estudioso del universo cultural mesoamericano, Miguel León Portilla, quien nos dejó en octubre del año antepasado de 2019, al destacar su nombre como “mexicas” en la hermosa lengua náhualt, el que debe pronunciarse con el sonido “sh” de los anglosajones y portugueses y no el “ch” de la lengua de las gentes de Castilla. Los invito a leer esta obra del más conocido de los escritores costarricenses contemporáneos, una pieza de gran aliento poético que rescata las resonancias más profundas de una civilización que también lo tuvo siempre, como una parte esencial de su ser.
*sociólogo y escritor costarricense