Un número cada vez mayor de escuelas subterráneas proporciona a los niños y niñas sirios que viven en zonas asediadas un espacio donde aprender no suponga un peligro para sus vidas
Sótanos que sirven como refugio contra el frío, lugares donde dormir y ponerse a salvo, son también espacios en los que seguir aprendiendo. Cada vez son más los sótanos en las zonas asediadas de Siria que se han transformado en escuelas subterráneas.
Al este de Ghouta, 200 niños que habían abandonado la escuela por miedo a los ataques y los desplazamientos o a resultar heridos asisten ahora a una “escuela subterránea”. “En nuestra situación, las escuelas subterráneas son más prácticas y están más concurridas que las escuelas normales, que suelen estar cerradas a causa de la violencia”, explica a Unicef Lama (nombre ficticio), uno de los profesores. “Es rara la ocasión en que no podemos abrir”.
Los profesores hacen todo lo que está en su poder para proporcionar a los niños una atmósfera lo más parecida posible a la de una escuela. Los niños trabajan juntos en pupitres y las paredes están adornadas con dibujos coloridos. Las escuelas subterráneas ofrecen un entorno más seguro de aprendizaje para los niños de las zonas asediadas de Siria. Además, aportan una continuidad vital a los niños que han sufrido graves trastornos en su vida por culpa del conflicto.
“Todos los días tenemos una actividad creativa. Yo siempre dibujo flores y las coloreo con mis amigos; es mi clase favorita porque me encanta dibujar”, afirma Batoul, de 10 años, que asiste a la escuela subterránea del este de Ghouta.
Pese a las dificultades a las que se enfrentan los niños sirios cada día al ir a la escuela, todos están muy seguros de querer aprender y continuar su educación. Mona, de ocho años, nació con una discapacidad y no puede caminar. Su padre la trae todos los días a la escuela subterránea: “Me encanta la escuela y me encanta venir todos los días para ver a mis amigos. Quiero mucho a mi profesora”, dice Mona.
Para muchos niños de Siria, ir a la escuela está cargado de peligros. Mazen, de ocho años, dejó de ir a la escuela cuando presenció la muerte de su hermano por una bomba que estalló cuando volvían de la escuela. “El año pasado estábamos en la escuela cuando cayó la bomba. Mi hermano murió muy cerca de mí. Por eso, me entró miedo de ir a la escuela y no volví”. Mazen decidió regresar cuando se enteró de que había una escuela subterránea: “Empecé a perder el miedo y comencé a venir con frecuencia con mis amigos, porque de mayor quiero ser ingeniero para poder reconstruir nuestro país”, explica.
El caso de Mazen no es el único. Tras seis años de conflicto en Siria, se estima que 1,75 millones de niños han abandonado la escuela. Lo hacen obligados, ya sea por los desplazamientos, la pobreza o el miedo constante a los ataques. En 2016, las Naciones Unidas registraron más de 308 ataques a instalaciones y personal educativo de la República Árabe Siria que acabaron con la vida de 69 niños e hirieron a muchos más.
La educación no puede esperar a que el conflicto termine. En 2016, UNICEF proporcionó libros de texto, mochilas y material de papelería a más de tres millones de niños y contribuyó al desarrollo de un programa de educación básica llamado “Currículum B”, orientado al aprendizaje acelerado para niños que han perdido clases por los desplazamientos continuos.
De nuevo en la escuela subterránea, el aire está cargado de los sonidos normales de unos niños que participan en unas clases en circunstancias totalmente anormales. “Tal vez no sea el mejor entorno de aprendizaje”, explica Lama, “pero es una de las opciones más seguras para que los niños puedan continuar su educación”.