Por Sergio Velasco de la Cerda
«Que no cese nunca la danza de la vida.» Juanita Ibanaxca.
Juan Manuel Santos, ex presidente de Colombia, recibió el ambicionado premio Nobel de la Paz en 2016. La Academia Noruega lo galardonó por sus denodados esfuerzos para conseguir el fin de la guerra fratricida, tras 50 años de lucha entre hermanos.
¡Qué paradoja más grande! Los acuerdos tratados con singular parafernalia siguen pendientes, peor aún es la situación política actual, tan o más grave que antaño. La violencia policial contra miles de manifestantes es patética, sus rasgos esenciales son la represión brutal contra toda manifestación pacífica emprendida por un pueblo cansado de tanta injusticia y desigualdad.
Las cifras son un pálido reflejo de lo insostenible que significa vivir en medio de tanta pobreza y abuso de la clase dominante. Sobre 21 millones de pobres y la mitad de estos en la extrema pobreza, con la letal pandemia que se expande por todo el país.
La tal ilusa paz, que fue apoyada por moros y cristianos, se debate hoy entre la vida y la muerte. Doscientos setenta de los firmantes han sido cruelmente asesinados. Solo en el gobierno de Uribe mataron a 6.402 ciudadanos civiles, haciéndolos pasar como guerrilleros. Lo que ha significado un desplazamiento desesperado de varios millones de inmigrantes a países que al menos les aseguren la subsistencia. Ya no pueden vivir en el país que los vio nacer.
Duele constatar que organismos de los DDHH Internacionales señalan que son sobre los 85 mil los desaparecidos cuyos familiares aún claman y reclaman por los cuerpos de sus seres queridos.
No solo son fríos números, cantidades abstractas, son personas de carne y hueso que nunca más mirarán la luz del sol, menos a sus seres queridos. Ni las atroces dictaduras de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, todas juntas, les sobrepasan en la cantidad de exterminio masivo.
Colombianas y colombianos dijeron basta ya de tanto oprobio: comenzaron con un llamado nacional de protesta. La gente salió a la calle sin miedo, hastiada de tanta arbitrariedad y desgobierno. Paro tras paro, desde noviembre de 2019. Los trapos rojos, que asoman por las ventanas de las modestas viviendas de los pobladores, indican que ya no tienen que comer, las ollas están vacías, y no reciben ayuda alguna en medio del contagio del Covid-19 que les obliga estar confinados.
El insensible gobierno corrupto, desoyendo las legítimas demandas de la población, decidió gastar 14 billones de pesos en comprar aviones de guerra. Y aprobó una tercera reforma tributaria, con el fin de seguir oprimiendo a los más pobres, que ya están aplastados, reventados y ultrajados.
«La violencia es pan nuestro de cada día», ya van 32 masacres a lo largo del país. En dos años del actual gobierno han asesinado a mansalva a 573 líderes sindicales, sociales y defensores de los derechos humanos. Triste record para un país que produce tanta gente buena y culta como Gabriel García Márquez, país que nos enorgullece como latinoamericanos en sus letras, su arte y por sobre todo en la flor de humanidad expresada en sus tradicionales bailes.
Aparecen en la soledad del túnel sin fin maestros como el profesor Federico Ardila, premiado por sus innovadores métodos de enseñanza de las matemáticas que inspira a sus alumnos atreves de la música, con la sana esperanza que vendrán días mejores para su eterna y bella Colombia. Los estallidos sociales no cesarán hasta que la dignidad se haga costumbre y la justicia sea el norte que guíe a esa gran nación.
El resto es simplemente el fatal destino de los sepulcros blanqueados. De aquellos que con sana ilusión quieren un poco más de pan para su amado pueblo sufriente. Nada ni nadie podrá detenerlos y la solidaridad internacional debe hacerse cargo, no puede ni deben permanecer impávidos, mantener oídos sordos ni menos ojos ciegos ante tanta vil evidencia.
Don Víctor de Currea-Lugo no está solo. Su epístola me impacto profundamente. Aunque el Grupo de Lima, mutis por el foro, o el sheriff de los EEUU, Joe Biden, del que tanta esperanza se tenía, no dicen nada o son cómplices por acción u omisión de lo que está sucediendo con el amable y sufriente pueblo colombiano.
Deben saber que cuenta con los miles de miles, de americanos, que amamos la libertad la justicia y la democracia, por sobre todas las cosas.