1º de mayo 2021. el Espectador
Puedo estar jurídicamente equivocada, pero siento que el Decreto 575 es la cuota inicial del estado de conmoción interior. Así como el viaje de Duque a Cali, al decreto lo lanzaron a hurtadillas en la noche del 28 de mayo, cuando el ESMAD irrumpía en las viviendas de Britalia y unos civiles armados disparaban a los jóvenes ante la inmutable complicidad de los policías. Mientras el decreto que le endosa la democracia a la fuerza pública se tomaba las pantallas y la impotencia, alguien en Siloé quemó vivo a un muchacho y la arbitrariedad detuvo y torturó al músico del corno.
Cali, 28 de mayo, 14 asesinados (cifra de @ONUHumanRights), 14 hijos de alguien, no avatares de Nintendo.
Señores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): En el gobierno del antifaz y la anti-paz, la fuerza pública dispara a quemarropa y un congreso mayoritariamente cobarde, cómodo y corrupto, vota negativamente la moción de censura contra el ministro Molano. El emperador del Centro Democrático tiene la imagen más desfavorable de los políticos colombianos (73%), pero sigue tirando línea, y sus áulicos de camisa blanca y comprensión nublada, saltan del spa al micrófono para pedir que todo vuelva a ser como antes. Como si fuera poco, el ministro de Justicia dice que el paro fue aprovechado por criminales internacionales y que los muertos son producto de riñas callejeras. ¿Dónde les cabe a nuestros gobernantes tanto cinismo?
Uno entiende que el presidente sea malo, porque lo eligieron por miedo y por una campaña plagada de mentiras. Uno entiende que Uribe sea nuestra peor pesadilla y que en esta sociedad excluyente el statu-quo se parezca más a una Barbie que a la Madre Coraje de Brecht. Lo que no comprendo es la dificultad para ver que vamos hacia el peor escenario, no por culpa de la izquierda, sino a cuenta de la extrema derecha, y de este venenoso tránsito entre democracia y dictadura.
Señores de la CIDH, estamos en un país sin garantías para la expresión social, en el que legalmente no hay pena de muerte, pero se aplica día y noche al antojo de los dueños del uniforme, del poder o el fusil. Firmamos la paz con la guerrilla más antigua de América, y no sabemos oír a los jóvenes que reclaman su derecho a la esperanza.
No respaldo el giro que han tomado los bien o mal llamados bloqueos que –más allá de lo disruptivo y contradiciendo lo que el mismo comité de paro ha pautado– lesionan salud y seguridad alimentaria de campesinos, productores y consumidores que no tienen la más mínima posibilidad de tumbar a Molano, cambiarle el discurso a la canciller o desmontar la imperante cultura del viejo oeste y los nuevos mafiosos. No los respaldo, pero me aterra lo que pueda pasar cuando la fuerza y no la razón, por decreto los levante.
No hemos llegado a la sima, porque toda situación es susceptible de empeorar. Miren por ejemplo qué pasó con la renuncia del comisionado de paz; Ido Ceballos, lograron lo cuasi-imposible: remplazarlo por alguien aún más dañino para el Acuerdo.
17 embajadores de la Unión Europea, Naciones Unidas, Human Rights Wactch, Michelle Bachelet, congresistas norteamericanos y líderes del mundo respaldan el poder del diálogo y los mecanismos democráticos. Señores de la CIDH, los necesitamos y les ruego que vengan pronto y no esperen hasta el 29 de junio; en un mes –que al paso que vamos dolería como un siglo– Colombia podría ser otro camposanto de la juventud y la democracia, el eco agónico de nuestra primera línea y su resistencia.