Hace hoy exactamente treintaitrés años, Silo[1], ante una atenta y gozosa asistencia en el Pabellon de Deportes de Madrid, exclamó:

 

sin fe interna hay temor, el temor produce sufrimiento, el sufrimiento produce violencia, la violencia produce destrucción; por tanto la fe interna evita la destrucción.

 

En homenaje al natalicio del Mahatma Gandhi (ocurrido un 2 de Octubre de 1869) se celebra en pocos días más el Día internacional de la No violencia. Cientos de miles de humanistas alrededor del globo celebran y anuncian la posibilidad de un futuro no violento mediante múltiples acciones en diferentes lugares y culturas.

 

Sin embargo, vemos también con preocupación cómo la destrucción continúa mortificando a nuestra especie, ensañándose con las víctimas de guerras letales, de un feroz sistema económico, de mandatos religiosos cargados de crueldad, de una insensible discriminación, todas ellas formas de la absoluta insensatez de negar la humanidad en otros.

 

Aquellas palabras de Silo que proclaman un modo de evitar la destrucción, merecen entonces un poco de atención.

 

Al parecer, la clave de aquella orientación está dada por la nefasta acción del temor y la posibilidad de su superación. ¿Y cómo es que ese temor se instala en nosotros? Por carencia de fe interna, sugiere el texto.

 

Detengámonos en este punto un instante y acaso se abra ante nuestros ojos una perspectiva diferente. ¿Cómo interpreto esto? ¿Acaso no creo que éste es un defecto personal, que esa fe interna me falta sólo a “mí” – seguramente por algo que no he hecho bien o simplemente no he llevado a cabo? Esta modalidad culposa e ingenuamente personalizada del tema, lejos de conducir a la extinción del temor, lo fortalece.

 

¿Qué es lo que produce entonces esa falta de fe en uno mismo? Nuestra intención es mostrar brevemente, cómo ésta es producto del mundo social e histórico en el que vivimos junto a una equívoca elección propia.

 

Observemos unos pocos aspectos del sistema que tienen en el temor su piedra basal.

 

En el orden de las relaciones internacionales, vemos cómo los países acumulan sofisticadas armas y forman a muchos de sus ciudadanos en el detestable oficio de matar a otros. Todo ello con el argumento de defenderse. Cómo está a la vista, la seguridad que promete ese falso esquema se ha evaporado casi por completo. Pero el punto está en que se cree que poseer armamentos y fuerza militar supone una amenaza para supuestos antagonistas. Se quiere intimidar a posibles rivales, díscolos disconformes o simplemente a millones de inocentes sobre los que pende esa mortal espada de Dámocles. Lo que se quiere lograr entonces con ello es miedo.

 

Veamos ahora la Ley. Quien no respeta la convención, recibirá un castigo. Se instala en la conciencia de los ciudadanos que la punición es inherente a la Justicia. No hay reparación posible para el ofendido, sino sólo venganza larvada. Que la multa, la reclusión, el dolor del otro y hasta su muerte, purguen el error. Queda expuesto así el objetivo de todo el sistema legal actual, que no es otro que aterrorizar a sus ciudadanos, para que cultiven la obediencia a tan buenas costumbres.

 

¿Y qué del modo habitual en que se nos educa? Simple. Al desobediente, penas, correctivos, suspensión. El que no coopere repitiendo de memoria los mantras impresos en libros que jamás volverá a recordar en toda su vida, obtendrá su merecido con ejemplarizantes y denigrantes calificaciones. Por si fuera poco, se lo forzará a la repetición. Al entonces repitente, una vez quebrado por la fatiga y el malestar surgido de un honestísimo desinterés, se le ofrecerá como salida de honor la definitiva exclusión de tan amable esquema. Por tanto, bien vale que os esforcéis, so pena de la ignominia generalizada.

 

Por último, algunos de los principales cultos religiosos, exponen la necesidad trascendente de sus fieles a una disyuntiva feroz. Ora cumplir los indiscutibles mandatos de un inescrutable dios, llevando una vida de virtud o padecer tormentos enormes en sus distintas variantes imaginativas. Dolorosos infiernos, ciclos repetitivos de sufrimiento, demoníacas persecuciones o la simple extinción en una nada final, son algunas de las magníficas posibilidades de un extenso catálogo que nos ha sido mostrado ya durante siglos. Así es que mejor Usted, haga lo que decimos, porque si no…

 

Sin duda que algo de todo este temor inoculado por centurias ha hecho mella en nosotros. No hay duda entonces que, sin una atenta mirada sobre el asunto, la velada o manifiesta agresión a nuestra imaginación surtirá efecto.

 

Pues bien, no creemos ni queremos ese temor. Nos negamos a cooperar, le hacemos un burlón y desafiante vacío a tales amenazas. ¿De qué trata entonces aquella fe interna a la que se hace referencia como sinónimo de renovada condición hacia un mundo no violento?

 

Si logras fe en ti mismo y en lo mejor de quienes te rodean, fe en nuestro mundo y en la vida siempre abierta al futuro, empequeñecerá todo problema que hasta hoy te pareció invencible.” escribe el mismo Silo en su libro Humanizar la Tierra.

 

El consejo aquí sí está dirigido a cada uno, mostrando la posibilidad de una elección que implique una dirección positiva y evolutiva en la vida personal, interpersonal, social y, en definitiva, existencial.

 

Situado en esa actitud, puedo sentir sin dificultar cómo la emoción se expande, desterrando definitivamente la inquietud y el temor. Por esa vía, comprendo rápidamente cómo la propia vida se puede construir con afecto e intención, realimentando una vez más el circuito de modo creciente.

 

Las otras personas, se convierten entonces en aliados, en posibles amigos y acaso cómplices benignos de un magnífico proyecto: Humanizar la Tierra. O lo que es lo mismo, ayudar a transformar en la sociedad y en nuestra interioridad, todos los restos de prehistoria que impidan el surgimiento de un ser humano libre de contradicción. Un ser humano alegre, fuerte, sabio y bondadoso en condiciones de compartir su felicidad con todos los demás.

 

La especie humana tiene un propósito profundo y liberador que, ciertamente, no ha de quedar recluido en la prisión del temor, el sufrimiento, la violencia y la destrucción.

 

De este modo, celebramos con aquella alegría proveniente del futuro querido, este simbólico día de la No Violencia, haciendo propia la poesía de nuestro maestro Silo:

 

Es la fe en nuestro destino, es la fe en la justicia de nuestra acción, es la fe en nosotros mismos, es la fe en el ser humano, la fuerza que anima nuestro vuelo.

 

A festejar entonces la posibilidad de participar de la construcción de un mundo más humano y no violento. Estamos todos convocados.

(como contribución a la Campaña mundial de la iniciativa Espacios No violentos #‎diadelanoviolencia  #‎nonviolenceday )



[1] Creador de la corriente de pensamiento conocida como Nuevo Humanismo, fundador del Movimiento Humanista e inspirador de la espiritualidad de la que se nutren las comunidades agrupadas en torno a su Mensaje.