NUEVA YORK, (IPS) – La crisis de Ucrania es un desastre fabricado por los líderes mundiales que han tratado de captar a ese país, ya sea para Europa o para Rusia. Y como las tensiones geopolíticas no disminuyen, las potencias mundiales se apresuran a imponer sanciones con consecuencias no deseadas.
Un editorial del diario The Washington Post, “The Snake Oil Diplomacy: When Tensions Rise, The US Peddles Sanctions” (La diplomacia falsa: cuando aumentan las tensiones, Estados Unidos aplica sanciones), publicado en julio de 1998, señalaba: “Ningún país del mundo aplicó tantas sanciones como Estados Unidos (…) más de 110 veces”.
Históricamente, la Liga de Naciones, su sucesora la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Estados Unidos y la Unión Europea (UE) recurrieron a las sanciones obligatorias como instrumento de fuerza cuando la paz se vio amenazada y los esfuerzos diplomáticos fracasaron.
En la década de los 90, fuimos testigos de la proliferación de sanciones impuestas por la ONU y Estados Unidos contra Cuba, Irán, Iraq, Libia, Liberia, Somalia, Camboya y Haití, por nombrar solo algunos países, y tuvieron consecuencias desastrosas: los poderosos prosperaron mientras los pobres sufrieron.
Unos pocos países, como Irán, Iraq y Corea del Norte, se burlaron de la medida de Estados Unidos porque tenían recursos o la voluntad de sobrevivir. Las sanciones contra China e India no lograron generar un cambio de régimen ni dificultar el crecimiento o entorpecer el dinamismo de la economía.
Pero en la mayoría de los países, en especial en Cuba, Iraq y Haití, las sanciones deterioraron sus sistemas económico, social y de salud.
En algunas ocasiones, las sanciones pretendían el objetivo último de un “cambio de régimen”, una violación a la Carta de la ONU y a las normas básicas del derecho internacional.
Esa práctica artera no tiene nada que ver con la protección de los derechos humanos ni con promover la democracia y la libertad.
Ahora, las sanciones contra Rusia, por la crisis en Ucrania, regresaron como un bumerán.
En febrero, las llamadas protestas de Euromaidan terminaron expulsando al presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich. Los misiles de Estados Unidos cerca de Rusia y los esfuerzos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de expandirse hacia los países del Pacto de Varsovia (1955-1991) enfurecieron al presidente ruso Vladimir Putin, cuyo país, además, quedó fuera del Grupo de los Ocho (G-8) países más industrializados.
Estados Unidos y la UE impusieron sanciones a Rusia cuando Crimea se le unió tras el referendo que declaró su independencia, basándose en el derecho de las naciones a la autodeterminación, estipulado en el primer artículo de la Carta de la ONU.
El derecho a la “autodeterminación” se aplicó para la escisión de Yugoslavia y Checoslovaquia y cuando varios países pequeños, como Timor Oriental, declararon su independencia.
La población del este de Ucrania, 70 por ciento de ascendencia rusa, sintieron que sus derechos fueron violados cuando el gobierno ucraniano prohibió el ruso como lengua oficial.
Ellos también invocaron el derecho a la autodeterminación y realizaron un referendo para crear su propio Estado.
Estados Unidos amplió las sanciones después de que el avión de la compañía Malaysian Airlines fuera derribado en el este de Ucrania. Ni la caja negra ni las imágenes satelitales ni las conclusiones de los inspectores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europeas (OSCE) encontraron culpables, a menos que fuera una medida deliberada y premeditada para acusar a uno de los bandos en conflicto.
Además, los gobernantes occidentales alegan que Rusia da armas a los rebeldes en Ucrania. Puede ser cierto, pero, una vez más, Estados Unidos no ofreció ninguna prueba y Putin lo niega. Es lo mismo que con las armas de destrucción masiva de Iraq.
Las sanciones adicionales de Estados Unidos y la UE congelaron los bienes de gobernantes rusos, les prohibieron viajar a los países europeos, restringieron las ventas de deuda y de acciones de los bancos rusos en los mercados europeos y apuntaron a los sectores de defensa, energía y economía, por nombrar solo algunos.
El 7 de agosto, Rusia respondió de forma radical a las sanciones occidentales prohibiendo por un año las importaciones de carne vacuna, de puerco, pollo, pescado, quesos, productos lácteos y frutas y verduras de la UE, Estados Unidos, Australia, Canadá y Noruega.
El ministro de agricultura ruso Nikolai Fyodorov explicó: “Ahora tenemos la oportunidad única de mejorar nuestra agricultura y hacerla más competitiva”. Y añadió que Rusia ya había identificado países no occidentales para comprar los productos prohibidos y que confiaba en que la población utilizaría los alimentos disponibles en el mercado local.
Por lo que escuchamos, el crecimiento europeo disminuyó e incluso algunos países caen en recesión. Los inversores estadounidenses retiraron unos 4.000 millones de dólares de las bolsas europeas, los agricultores europeos y los pescadores noruegos se vieron perjudicados y la UE reservó 167 millones de dólares para compensar a los productores por la pérdida de ingresos. Además, las compañías de transporte de carga que iban a Rusia dejaron de trabajar.
Es difícil predecir cómo este tira y afloja afectará a Rusia y a las economías occidentales, aunque el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, ya dijo que las sanciones afectaron más a Occidente que lo que perjudicaron a Rusia. “En política, esto se llama ‘el tiro por la culata’”, señaló.
Además, aumenta el sufrimiento humano. La ONU indicó que la guerra en Ucrania dejó más de 2.500 personas muertas y casi 5.000 heridas.
Según la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), unos 730.000 habitantes del este de Ucrania huyeron a Rusia. El gobierno ucraniano reconoce que hay 300.000 desplazados internos.
La Carta de la ONU y el derecho internacional ofrecen alternativas para la resolución de conflictos entre los estados mediante negociaciones basadas en el respeto mutuo de la independencia y la soberanía del otro y la no interferencia en sus respectivos asuntos internos.
El desastre podría evitarse solo si los gobernantes, sedientos de poder, renunciaran a su arrogancia e intervencionismo y ayudaran a Ucrania a volverse una nación próspera, pero neutral, entre la Europa occidental y Rusia. De lo contrario, su partición será inevitable.
Traducido por Verónica Firme