– La ciencia tiene la palabra primordial sobre amenazas climáticas, otros temas ambientales y la pandemia, pero se hizo también objeto de debates en el Foro Social Mundial, no por sí misma, sino por su negación.
El negacionismo viene de lejos, pero alcanzó ahora una dimensión de tragedia ya consumada, con muchas muertes probablemente evitables de la pandemia de covid-19 en países cuyos gobernantes desdeñaron la gravedad de la emergencia sanitaria.
Se trata del “rechazo de conceptos básicos, incuestionables y sostenidos por consenso científico”, definió Arline Arcuri, química e investigadora de la brasileña Fundación de Seguridad y Medicina del Trabajo (Fundacentro), quien coordinó la mesa sobre Ciencia y Democracia: negacionismo x legitimidad, dentro del Foro Social Mundial (FSM).
La 16 edición del FSM se desarrolla en forma virtual desde el día 23 y hasta el 31 de enero, justamente cuando cumple 20 años este movimiento planetario de la sociedad civil, bajo el lema “otro mundo es posible”.
La negación de la ciencia, que ahora ganó estatus de “política pública” en Brasil y Estados Unidos, según un participante en el debate, tiene sus precursores más bien en el mundo de los negocios hace siglos.
La historia de los pesticidas y otros productos dañinos ilustran esa batalla permanente de la ciencia por su validez y legitimidad, según la ponencia de José Ramón Bertomeu, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Valencia, en España. Él la tituló como “Vivir en un mundo tóxico (1800-2000)”.
Las empresas generan “ignorancias” o dudas, de manera deliberada, pagando estudios incluso de científicos, para mantener sus productos a venta o “retrasar regulaciones”, dijo el experto en toxicología.
Es decir usan el mismo método científico, basado en la duda, para contradecir la misma ciencia.
Un ejemplo conocido es el caso del tabaco, cuya industria trató de neutralizar las comprobaciones de la relación entre el acto de fumar y el cáncer, recordó Bertomeu. Un empresario del sector incluso declaró “la duda es mi producto”, acotó.
Los “mercaderes de la duda” trataron o siguen tratando de mantener en el mercado muchos productos o actividades tóxicas, que afectan la salud humana, el aire, el agua, los alimentos, la minería. El petróleo tiene muchos estudios en su defensa.
“La toxicología del plomo ya es conocida hace mucho”, pero su industria trató de retardar su regulación, produciendo “un envenenamiento colectivo” que hubiera sido posible evitar, lamentó el investigador. Lo mismo pasó con la lluvia ácida, el amianto o asbesto.
Para mantener las ventas, las empresas lograron postergar las regulaciones oficiales de normas laborales, legislaciones ambientales, reglas de salud pública, además de una justicia reparadora.
Esas maniobras se revelaron en numerosos casos por “el rescate de documentos que comprueban esas prácticas para poner en dudas conocimientos consolidados”, señaló Bertomeu.
Más recientemente es la diana de ofensas supuestamente científicas el calentamiento global y la responsabilidad humana como causante, pero en este caso hay un consenso, prácticamente, en la academia, con 97 por ciento de acuerdo en los estudios publicados, observó. Pese a ello, en los medios se registra un disenso de 30 a 40 por ciento.
El negacionismo del expresidente Donald Trump, de Estados Unidos, perjudicó el combate mundial al cambio climático en una intensidad no mensurable, pero seguramente grave, ya que se trata del país que más emite gases del efecto invernadero.
Trump anunció en su primer año de gobierno, 2017, el retiro estadounidense del Acuerdo de Paris sobre cambio climático, firmado en 2015 por 196 Estados y organizaciones regionales con la meta de limitar a dos grados centígrados, o preferiblemente 1,5 grados, el calentamiento del planeta en este siglo.
La salida solo se formalizó el 4 de noviembre, un día después de las elecciones en que Trump fue derrotado por Joe Biden, pero los daños ya ocurrieron, con la ausencia de la principal potencia mundial en las negociaciones y acciones del clima durante cuatro años.
Uno de los primeros actos de Biden, nuevo presidente desde el 20 de enero, fue firmar el retorno de Estados Unidos al acuerdo climático, después que designó como su enviado especial para el clima al ex secretario de Estado John Kerry.
El presidente Jair Bolsonaro, otro ejemplo de negacionismo, decidió mantener Brasil en el Acuerdo de Paris, pero su negacionismo del cambio climático y del ambientalismo se refleja en la reducción de las metas voluntarias que el gobierno anterior había fijado, las posiciones adversas en las negociaciones y en el desmontaje del sistema de protección y control ambiental del país.
Negacionismo es “herramienta de manipulación, es negar sin transparencia ni fundamentos” alguna idea o evidencia científica, definió Santiago Mirande, profesor de Derecho en la Universidad de la República Uruguay y miembro de un grupo de investigaciones sobre los impactos de siembras transgénicas y de agroquímicos.
“Cuando aparecieron los cultivos transgénicos y fuimos en contra, las empresas nos acusaron de negacionistas. Luego las posiciones se invirtieron, las empresas niegan los daños de los transgénicos y agroquímicos, sin transparencia”, sostuvo en otro debate, titulado: “Negacionismo, sus implicaciones y alternativas para su enfrentamiento”, el jueves 28.
La manipulación por parte de las grandes empresas de la agricultura industrial se hace por contratos de confidencialidad que imponen a los científicos, para evitar la divulgación de los riesgos de su negocio, pero también por los “escritos fantasmas”, con datos que les interesan en artículos firmados por científicos corrompidos, acotó.
Esas artimañas pueden ser denunciadas judicialmente en base a legislaciones nacionales que establecen el principio de la precaución y de la función social de los contratos, hay mecanismos para cuestionar la confidencialidad y los “fantasmas”, aseguró.
Para Ricardo Neder, sociólogo y profesor de la Universidad de Brasilia, el negacionismo “criminal” de Bolsonaro y su gobierno es más grave en relación a la pandemia.
Además de no reconocer la gravedad de la covid-19 y recomendar un tratamiento ineficaz con cloroquina (medicamento para la malaria o paludismo) y desparasitantes.
Brasil también se opuso a la propuesta de India y Sudáfrica en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para la suspensión temporal de las patentes de vacunas anticovid y se asoció a esa posición con los países ricos, contrariando una propia política al respecto ante crisis sanitarias.
Anular las patentes para fabricar medicamentos en el país fue una medida adoptada por Brasil para tratar enfermos de sida, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, en décadas pasadas y seria la vía para que países del Sur en desarrollo dispongan de vacunas anticovid, arguyó Neder.
Brasil no dispone siquiera de vacunas para los médicos, enfermeras y otros trabajadores de la salud que asisten a los enfermos de covid y enfrenta dificultades para importarlas o fabricarlas, ya que carece del insumo activo indispensable y que ahora busca importar de China.
Ciencia es el tema de varios paneles y mesas redondas que componen la agenda de la actual edición telemática del FSM.
La dedicada a Ciencia, Sociedad y Medio Ambiente reunió 10 investigadores y profesores universitarios de España, Estados Unidos, Argentina, Marruecos y Congo, para preguntarles: ¿Es el capitalismo sostenible?
“No”, fue la respuesta de consenso. La lógica de los tres grandes actores, las corporaciones, el Estado y los ciudadanos, requiere crecimiento económico y conduce a la insostenibilidad, arguyó Kenneth Gould, profesor de sociología del Brooklyn College de The City University of New York.
Las corporaciones buscan maximizar utilidades, el Estado grava sus ingresos y tiene que legitimarse con los votos de sus electores y ofrecer bienestar social, mientras los ciudadanos necesitan empleos, explicó.
El capitalismo no es sostenible y la ciencia no puede solucionarlo, añadió Ernest Garcia, profesor emérito de Sociología Ecológica en la Universidad de Valencia, España.
Una salida es que los 2500 millones de niños del mundo empiecen a presionar las instituciones al escuchar que “no tienen futuro”, si todo sigue igual, concluyó.