La Unión Europea (UE) y los Estados Unidos (EUA) condenaron a severas sanciones a Rusia por haber otorgado apoyo logístico, militar y humanitario a Crimea y haber reconocido su escisión de Ucrania. Lo interesante de estas sanciones es que castigan a uno de los mayores proveedores de la UE. Así que tampoco pueden poner a Rusia en la picota y arriesgarse a perder todo el suministro energético imprescindible por buena parte del continente europeo.
En el acto de mayor cinismo posible, Francia le vendió, pese a todas las críticas efectuadas contra Vladimir Putin, dos navíos portahelicópteros Mistral por un valor de mil millones de euros. Pero la guerra táctica no termina ahí.
La UE, famosa por destruir la competitividad de otros continentes en la industria agropecuaria a través de fuertísimas subvenciones que benefician a sus productores y les permiten vender a precios “irreales”, arruinando a países del Caribe, asiáticos y africanos, fundamentalmente. Metodología que les permite, además, instalar en dichos países sus megafactorías pagando sueldos miserables para poder competir con los precios subsidiados que consiguen mantener en Europa a través de las regalías de sus empresas en el expolio extranjerizado.
Bueno, esa UE de la doble vara, no tolera el desplante que les hizo Putin, al contragolpear las sanciones económicas recibidas. Rusia anunció que reemplazarían cerca del 50 % de la importación desde la UE de productos agrícolas (carne de cerdo, frutas, flores, pescado y verduras) con productos de otros países. Desde Bruselas condenan la deslealtad de los países que pudieran aceptar estos acuerdos de reemplazo y utilizarán todo su arsenal diplomático para disuadir y extorsionar a los países dependientes de los acuerdos con la UE.
En este contexto de batallas comerciales y legales permanentes, no son extraños los acuerdos que se han sellado en los últimos tiempos que buscan equilibrar o desequilibrar relaciones. El Parlamento ruso condonó el 90% de la deuda que tenía Cuba con su país (35.000 millones de euros); Ecuador concretó el acuerdo comercial con la UE; Putin a su paso por Nicaragua se comprometió a respaldar la construcción de un canal que una el Pacífico y el Atlántico en territorio nicaragüense y de ese modo, romper la hegemonía ejercida por los EUA que controlan el Canal de Panamá; Obama acelera la concreción del acuerdo de Libre Mercado del Pacífico que quiere integrar a Chile, Perú, Colombia, México y EUA para asegurar sus abastecimientos y cerrarle la puerta a Rusia; los BRICS anunciaron en Brasil la creación del Banco de Desarrollo que rompe con la hegemonía como monedas de transacciones globales del dólar y el euro; y así podríamos seguir enumerando un rato largo.
Los ministerios de relaciones exteriores y las secretarías de comercio no descansan y todos buscan sacar beneficio de esta movida internacional. Así como en otros tiempos lo que dijera Washington y Bruselas iba a misa y nadie se atrevía a desafiar el poder imperial de estas potencias, el fortalecimiento de China y Rusia y la unificación tras los intereses continentales conseguida con la UNASUR, permite a muchos países disputar esa obediencia debida y buscar relaciones que rompan los ejes históricos de dominación.
La multipolaridad que se abre en este momento es una piedra enorme en el zapato de EUA y, por añadidura, de la UE. Si bien siguen siendo los alguaciles globales lanzando drones a la caza de personas y estableciendo bases OTAN allí donde necesitan asegurar el abastecimiento de recursos naturales, su preponderancia está a la baja y cada vez son más los pueblos que desconfían de su buen juicio a la hora de tomar decisiones pensando en el planeta entero. En los últimos años, además, se ha resquebrajado definitivamente la uniformidad en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Nada es permanente en esta lucha de intenciones y de proyectos, un gobierno puede suceder a otro y borrar con el codo lo que había escrito la mano, sin embargo la batalla cultural es la que están perdiendo los modelos archicapitalistas. Si bien los pueblos enteros todavía no renuncian al confort que les venden las series y películas venidas de los centros de poder, ni deslegitiman del todo sus formatos de consumo dominante, van perdiendo adeptos.
Este enfrentamiento contra los patrones adoctrinados de consumo impuesto por las grandes corporaciones monopolistas a lo ancho y largo del planeta son el futuro desafío para doblegar la globalización deshumanizante.