El año 2021 nos trae una gran interrogante: ¿Volver a la “normalidad” o quedarnos en la “nueva normalidad”?
Para países como Perú, y otros, la interrogante se vuelve crucial, luego que la pandemia desnudara una realidad que pocos querían ver: Vivíamos en la burbuja del éxito capitalista con uno de los crecimientos más acelerados de América Latina, según el Banco Mundial, con una tasa de crecimiento promedio del PBI de 6.1 por ciento anual.
Pero como dicen en Perú “la procesión iba por dentro”. Las familias tenían poder adquisitivo, se vivió el boom inmobiliario, el boom petrolero, el boom minero, el boom de las exportaciones agrícolas, y éramos elegibles por diversas transnacionales para invertir en nuestro país; con grandes posibilidades para alcanzar el esperado desarrollo social.
La pandemia trajo abajo toda la ilusión. De repente, nos dimos cuenta que nuestro derecho a la salud solo era respaldado por una inversión estatal del 3.2 por ciento anual[1], el resto lo solventábamos los ciudadanos, mediante el sistema EPS que pagábamos puntualmente de manera privada, si queríamos calidad. Los que no podían acceder, tenían hospitales estatales y de Essalud, en muy malas condiciones.
Lo mismo pasaba en el sector educación. En el año 2018, el gasto público en este sector representó el 3.7 por ciento del producto bruto interno (PBI) ubicándose entre los países con menos gasto en educación y, muy rezagados de Costa Rica (uno de los países con mejores resultados) que invierte el 26.1 por ciento de su presupuesto.
Y en cuanto al empleo, en el 2018 el Perú era considerado el quinto país más emprendedor en el mundo y cuarto en Latinoamérica, según un informe realizado por ESAN y el Global Entrepreneurship Monitor (GEM). Sin embargo, la realidad nos explotó en la cara recientemente, y nos enteramos que en pleno siglo XXI, nuestros agricultores trabajaban en condiciones de esclavitud, con sueldos de 39 soles al día, por una jornada de 10 a 12 horas de trabajo.
Mención aparte son nuestros males de siempre: elevados niveles de corrupción que alcanzan a no menos de cinco expresidentes, centralización estatal y limeña, desempleo y subempleo, 72 por ciento de peruanos laborando en la informalidad, crecimiento de la criminalidad e inseguridad ciudadana, pérdida de la biodiversidad, entre otros.
La pregunta cae de madura: ¿Es esta la normalidad que queremos recuperar?
El gran reto del 2021, año del Bicentenario de nuestra independencia ocurrida el 28 de julio de 1821, es “liberarnos” de las ataduras del pasado y decidirnos a seguir con los cambios emprendidos en plena pandemia: mayor inversión en el sector salud y educación, el teletrabajo como opción laboral, la educación a distancia para todos, mayor cuidado de nuestro medio ambiente, recuperar nuestros valores sociales fundamentales como la solidaridad, la conciencia ciudadana y el ejercicio de la democracia real.
La generación bicentenario que llenó las calles en plena pandemia, sacó del poder a un presidente golpista y sigue vigilante de nuestras instituciones tutelares, ya dio la partida. Se vienen tiempos de cambio.
[1] En el año 2017, según la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial.