Una empresa estatal chilena, ENDESA, fue creada a fines de la primera mitad del siglo pasado (1943) como una filial de CORFO, para hacerse responsable de la generación, transmisión y distribución de energía, constituyéndose en la base del desarrollo eléctrico del país. En 1987, en tiempos del innombrable, se inició su proceso de privatización al amparo de una ideología, la neoliberal, impuesta a punta de bayonetas bajo la tesis de que todo lo estatal tiende a ser ineficiente, y lo privado, eficiente. En la Constitución del 80 quedó marcado, per secula seculorum, la prohibición de emprender actividades empresariales como parte del estado de Chile en aquellos ámbitos en que pueden hacerlo los privados.

 

Pues bien, recientemente se ha tomado conocimiento que la mayor empresa de distribución y transmisión de energía eléctrica (CGE) en Chile, heredera de CGE, ha sido comprada por parte del mayor grupo eléctrico en el mundo, la empresa china, la Corporación Estatal de la Red Eléctrica de China. Importa consignar que CGE está presente en 14 regiones del país y que satisface la demanda de alrededor de la mitad de la población. Esta operación, realizada por una cifra cercana a los 3,000 millones de dólares, complementa a la compra efectuada el año pasado de la empresa Chilquinta que se desenvuelve en el mismo ámbito que CGE.

 

En síntesis, una empresa estatal chilena, pasa a ser privada en razón de que todo lo estatal huele a ineficiente, y resulta que ahora, los dueños privados lo venden a una empresa estatal china, que es lo mismo que decir que la venden al partido comunista chino. Negocio redondo que hace recordar la memorable frase de nuestro antipoeta, Nicanor Parra: “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.

 

Si bien la operación no ha sido cerrada dado que aún requiere su aprobación por parte de las autoridades y porque la Fiscalía Nacional Económica (FNE) puede presentar reparos. Se trata de una operación que inevitablemente despierta suspicacias, difícil de tragar. Resulta raro, por decir lo menos, que lo que no puede hacer el estado chileno sí lo pueda hacer un estado foráneo. Cómo explicarán esto nuestros neoliberales chiliensis que han estado pregonando por décadas las virtudes de una privatización hecha entre gallos y medianoches. Seguramente, encogiéndose de hombros harán la vista gorda afirmando que “business is business” (negocios son negocios). Más raro aún es que se rechace la posibilidad de que el estado chileno asuma actividades empresariales y sí lo pueda hacer un estado de un país de las colosales dimensiones de China dirigido por un partido comunista. Lo que los comunistas chilenos no pueden hacer, sí lo podrían hacer los comunistas chinos.

 

El ministro de energía, Juan Carlos Jobet, afirmó sin arrugarse: «Este anuncio -que aún debe ser analizado por la FNE- es una clara y nueva señal de que los inversionistas están mirando con buenos ojos las modernizaciones del sector energía y que confían en la institucionalidad y las reglas del juego de nuestro país». Es importante señalar que la misión de la FNE no es evaluar potenciales riesgos geopolíticos o estratégicos.

 

Algunos entendidos e involucrados en el tema ya están pauteando a reguladores y políticos afirmando que no ven amenaza alguna en la compra dado que se trata de un sector fuertemente regulado. Lo relevante es que de concretarse el negocio, más de la mitad del mercado de distribución eléctrica quedaría en manos de comunistas chinos. Me pregunto: ¿qué diría el innombrable? ¿Qué dirán los nacionalistas chilenos que no quieren que Chile se transforme en Chilezuela? ¿Qué dirán los neoliberales chilenos?

 

Imagen: Artefactos, 1973 de Nicanor Parra