El presidente Trump ha sido derrotado. Existen razones variadas para explicarlo. Su irresponsable manejo del COVID-19, los persistentes escándalos, el inocultable malestar racial, la crisis económica. Pero, sobre todo, hay que destacar el incumplimiento de su compromiso de reindustrializar el país.
Los ciudadanos del “cinturón industrial”, en especial los de Wisconsin, Pensilvania y Michigan, de histórica tradición demócrata, y que habían votado por Trump en el 2016, fueron determinantes esta vez en pavimentar su derrota. Los votantes de esos estados volvieron a sus orígenes y apoyaron al demócrata Biden.
En 2016, Trump aprovechó del descontento de los trabajadores del “cinturón industrial” que habían perdido sus puestos de trabajo o que vieron disminuidos sus ingresos, como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China, México y otros países de bajos salarios.
Trump comprendió, con astucia, el resentimiento de la clase media baja blanca y de los obreros industriales. Hace cuatro años les dijo que los culpables del desempleo eran la globalización, los tratados de libre comercio y los inmigrantes. Y les prometió recuperar la grandeza de los Estados Unidos.
La macroeconomía le dio buenos resultados a Trump. Siguió la ortodoxia neoliberal de reducir impuestos a los millonarios y a las empresas y, en cambio, los elevó para la mayoría de la gente de clase media. Ello empujó la economía, pero elevó fuertemente el déficit fiscal, que creció en 26% en 2019.
A costa de este déficit fiscal consiguió buen crecimiento y mayor empleo: en septiembre del 2019 la tasa de desempleo alcanzó un 3,5%, su nivel más bajo en 50 años. Pero, con la crisis del coronavirus, aumentó un 14,7% en abril del 2020, aunque se redujo a 7,9% en octubre. Por su parte, el crecimiento fue 1,6% en 2017, 2,9% en 2018 y 2,3% en 2019, para ingresar en una aguda recesión durante este año.
Sin embargo, su propuesta estructural de reindustrializar los Estados Unidos no se cumplió. Y ello explica que le dieran la espalda los ciudadanos del “cinturón industrial”.
Trump prometió traer a casa las industrias exportadas a territorios lejanos. Por ello retiró a EE.UU. del acuerdo transpacífico (TPP), libró una guerra comercial con China, impuso aranceles a numerosas importaciones y renegoció el Tratado con México y Canadá, que incluyó cambios significativos en favor de los Estados Unidos.
Sin embargo «No ha habido ningún resurgimiento del empleo en la industria manufacturera en EE.UU. La manufactura que representaba el 8,1% del empleo ciudadano, cuando Trump asumió el cargo, hoy es el mismo 8,1%» (David Dollar, experto en relaciones económicas entre EE.UU. y China de la Brookings Institution, en entrevista para la Deutsche Welle, 05-12-2019).
Por su parte, el dirigente sindical de la United Steelworkers, Michael Bolton, está molesto porque “Trump dijo que iba a traer trabajos de vuelta, y que los empleos no se iban a ir del país. Y era todo mentira”. “La guerra comercial con China no ha funcionado, especialmente para el sector siderúrgico”, como lo prueban los cierres de plantas en Wisconsin y Michigan (BBC, 20-10-2020).
Así las cosas, a pesar del buen comportamiento macroeconómico, según datos publicados por el Institute for Supply Management (ISM), la actividad manufacturera en Estados Unidos se contrajo por cuarto mes consecutivo en noviembre de 2019, vale decir, antes de la pandemia, cayendo a su nivel más bajo desde 2012. Todo indica que el enfoque «América primero» y las políticas proteccionistas han causado incertidumbre, represalias comerciales con interrupciones en las cadenas de suministro, lo que ha perjudicado la inversión industrial y los contratos de trabajo.
Es cierto que la disputa comercial de Washington con Beijing ha llevado a una cierta reubicación de la producción desde China hacia lugares como México y Vietnam, pero no ha traído la producción manufacturera de vuelta a EE.UU.
Así las cosas, el fracaso de la reindustrialización ofrecida por Trump ha tenido un impacto determinante en su derrota. La manufactura local del Medio Oeste se encontraba en recesión y perdiendo puestos de trabajo ya en 2019, lo que se acentuó con la pandemia. Ello ha sido muy serio en Wisconsin y Michigan, territorios en que la manufactura representa uno de cada cinco empleos.
Por ello, el destacado economista Joseph Stiglitz señala que “pese a las cacareadas promesas de Trump de repatriar empleos fabriles, la creación de puestos de trabajo en ese sector es menor a la que hubo con su predecesor Barack Obama, al afianzarse la recuperación post 2008 y sigue siendo muy inferior a lo que era antes de la crisis (J. Stiglitz, Nueva Sociedad, enero, 2020).
Si bien ha existido el propósito explícito de Trump de reindustrializar la economía norteamericana, al mismo tiempo es preciso reconocer, como lo señaló Marx en su tiempo, que el capital tiene una vocación global que trasciende límites territoriales. Esa contradicción, entre lo global y lo nacional, parece haber estado presente en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos.