Hoy ya hace 32 días de este ataque atroz de Azerbaiyán y Turquía contra Armenia.
Tres ceses al fuego humanitario que se han violado sistemáticamente.
Vidas diezmadas de jóvenes que permanecen allí, sus cuerpos tirados sin poder ser entregados a sus familias.
Y mientras tanto … ¿porqué pelean? Un lado por poder, por extender el nefasto plan sultánico del Panturquismo.
El otro… el otro defiende sus fronteras, sus tierras, el derecho de sus familias a vivir en paz en su hogar, el derecho de sus hijos a crecer donde nacieron, tierras ancestrales. Seguramente la contraparte no esperaba tal resistencia, y es que como dijo la madre de un soldado que perdió su vida: «la vida de nuestros hijos no merece haber sido ofrendada sin sentido». Las madres claman “no ceder ni un milímetro”.
Mientras tanto… los armenios siguen apostando por la vida, se celebran bodas en la iglesia bombardeada de Shushi, con novios vestidos con ropa de batalla, con unos días de licencia, para casarse y volver al frente.
Mientras tanto, en los pueblos, los habitantes siguen saliendo de sus escondites y juntándose para ayudar, vendiendo sus cosechas, sus productos y destinar todo a la ayuda de los soldados, del frente.
Así resiste un pueblo con dignidad, que ha ido perdiendo territorio y que ahora se juega su existencia. ¿Por qué? Porque las hordas salvajes quieren más y más poder.
Así, los niños sonríen después de asustarse después de un bombardeo, con sus padres en el frente. Y el mundo… el mundo permanece impávido, otra vez más, frente a la injusticia, frente a la falta total de humanidad.
El mundo una vez más con sus súper organizaciones escapa por la tangente…
¡Pido paz, paz y cordura!
¡Paz, fuerza y muchas alegrías! como la de estos niños.