Mi maestro y amigo, André Gunder Frank, con indiscutible talento, calificó como lumpen burguesía la incapacidad de las clases dominantes de América Latina para implementar un proyecto de desarrollo nacional autónomo; y, al mismo tiempo, denominó lumpen desarrollo al capitalismo latinoamericano, por su carácter rentista, sin capacidad innovadora y al servicio de los intereses de los países desarrollados[1].
Para precisar el asunto que me ocupa, es útil agregar algo más. La RAE define el término lumpen como un “Grupo social que atenta sin ningún tipo de principios contra la seguridad de los individuos o colectividades, bajo un ánimo rapaz”.
En Chile, el ejemplo más representativo de la lumpen burguesía es Julio Ponce Lerou. Lo destaco, porque su nombre aparece mencionado en la prensa de estos días, en torno al polémico caso Cascadas. Por este acto ilícito, que lo involucra a él y a su empresa Soquimich (SQM), fue inicialmente multado a pagar 62 millones de dólares.
Sin embargo, la Corte Suprema, en decisión dividida, optó por reducir esa multa a sólo 3 millones de dólares; pero, en esa misma instancia, se confirmó que el dueño de SQM era el ideólogo y promotor de una maquinaria fraudulenta que le permitió generar utilidades por 128 millones de dólares. La disminución de la multa es inexplicable, aunque algunos analistas lo atribuyen al hecho que los tres jueces que votaron en favor de la decisión son abogados muy cercanos al mundo empresarial (El Mostrador, 02-10-2020).
Ponce Lerou se ha convertido en la segunda persona más rica de Chile. Para enriquecerse ha utilizado redes políticas transversales. Otros empresarios han hecho lo mismo, pero el presidente de SQM ha superado los límites de la vergüenza. Su suegro, el general Pinochet, lo nombra en 1979 Gerente General de la CORFO, cargo en el que permaneció hasta 1983. Hay que recordar que precisamente desde la CORFO se privatizaron, de forma oscura y a precio vil, una gran cantidad de empresas públicas, entre ellas SQM. Fue lo que permitió a Ponce Lerou, sin recursos propios, apropiarse de la empresa.
Como suele ocurrir el dinero es más poderoso que la teoría. Así, algunos economistas formados en Chicago se olvidaron de la economía de mercado y de la competencia perfecta para adueñarse, a precio vil, tanto ellos como sus amigos, de las empresas públicas. Utilizaron el poder que les otorgaba estar cerca del dictador. Fueron los inicios de la corrupción institucionalizada en Chile. Lamentablemente, continuaría en democracia.
Los actos ilícitos en democracia multiplican aún más la riqueza de Ponce Lerou. Al igual que los ejecutivos de PENTA y de las grandes empresas pesqueras, el ex yerno de Pinochet concibió un plan para facilitar y ampliar sus negocios, mediante la captura de la clase política. Eso ciertamente lo ayudó a obtener las generosas concesiones de los salares en el norte de Chile para la explotación del litio.
SQM compró a políticos de la derecha y también de los partidos de la Concertación y del PRO. Incluso entregó dineros, también trasversalmente, a centros de pensamiento como Libertad y Desarrollo y Chile 21. Lamentable y triste prueba incontestable del gran poder y control empresarial en el país que vivimos.
Ponce Lerou es un empresario rapaz, sin mayores escrúpulos en su obsesión de enriquecerse, como lo prueba su apropiación de SQM, el fraude en Cascadas y el pago a políticos. Su caso es extremo; pero, si se acepta la definición de André Frank habría que reconocer, lamentablemente, que buena parte del gran empresariado chileno encaja en el término de lumpen burguesía.
Los grandes capitalistas chilenos no tienen un proyecto superior que buscar dinero fácil, ya sea con la explotación de recursos naturales o el juego financiero. No hacen mayores esfuerzos de transformación productiva y varios utilizan, en el límite, los paraísos fiscales. No son precisamente los típicos empresarios de los que hablaba Schumpeter, con disposición permanente a innovar y a introducir nuevas tecnologías en los procesos productivos.
Al mismo tiempo, parte de ese gran empresariado se ha caracterizado en las últimas décadas por coludirse para expoliar a los consumidores y eludir impuestos, especialmente mediante el fondo de utilidades tributables (FUT). Además, es muy expresivo de su condición parasitaria, el que no realicen mayores esfuerzos de investigación y desarrollo.
Ese comportamiento ha dado origen a ese lumpen desarrollo del que hablaba Frank. Quizás por ello el establishment prefiere hablar de crecimiento en lugar de desarrollo.
Con un crecimiento trunco, centrado en los recursos naturales, que no se proyecta al conjunto del país, la economía chilena ha perdido dinamismo. La productividad no crece desde hace varios años, consecuencia de la escasa diversificación productiva, empleo precario y colusiones oligopólicas.
El lumpen desarrollo se explica en gran parte porque la economía chilena es rentista y depredadora, al centrar sus actividades en la explotación extractiva y en el sector comercial-financiero. Hay mínima inversión en ciencia, tecnología e innovación y tampoco existe preocupación por la protección del medio ambiente.
Así las cosas, la mentalidad que prima en la gran burguesía chilena es la ganancia rápida, en lugar del esfuerzo asociado a la innovación. El motor de crecimiento basado en materias primas, que fue importante en los años noventa, se agotó y no hay mayor preocupación por encontrar nuevas fuentes de expansión y tampoco interés para incursionar en renovación de una política industrial. El capital se fuga al exterior, tanto hacia los paraísos fiscales como en inversiones garantizadas en el extranjero. Y el Estado es incapaz de regularlo.
Es simbólico del lumpen desarrollo chileno que, en días recientes, el gobierno haya decidido disminuir radicalmente el gasto en ciencia, tecnología e innovación. Se cancelaron las becas de posgrado para el 2021, así como los programas Milenio, un aporte fundamental para la ciencia de excelencia. Ya sabemos que nuestro país gasta menos del 0.40% del PIB en I+D, mientras la media de los países de la OCDE es de 2,5%. Ahora, ese magro indicador se reducirá aún más.
En consecuencia, el propio Estado en coincidencia con el gran empresariado muestran un manifiesto desinterés en promover cambios sustantivos, que mejoren la productividad y, al mismo tiempo, agreguen valor a las materias primas que producimos y exportamos. Por cierto, el desinterés no es de ahora y suma décadas. Pero, en momentos de pandemia, cuando la ciencia importa más que nunca, se ha llegado a extremos sorprendentes.
El caso Ponce Lerou, junto al creciente desprecio del gobierno por la ciencia confirman, con tristeza, que André Gunder Frank tenía la razón: la lumpen burguesía sólo puede generar lumpen desarrollo.