Por: Jorge Escobar Banderas
Uno de los hechos más recordados entre la opinión pública ha sido “la masacre de Llano de Verde”, donde cinco menores fueron asesinados en confusos hechos, el pasado mes de agosto. La indignación y la tristeza que generó esta acción violenta, se transformó en perdón y reconciliación.
Ver: Masacre en Llano Verde: radiografía de un asesino
Llano Verde es un barrio ubicado en la periferia de Cali, en el extremo oriental, rodeado por cañaduzales y las aguas del río Cauca. Su población está conformada, en gran parte, por víctimas del desplazamiento forzado, provenientes desde diversos puntos de la costa pacífica colombiana.
En el camino hasta aquí es posible evidenciar las brechas sociales, en cuanto a infraestructura se refiere. No obstante, la resiliencia y empuje de sus habitantes les ha inspirado a realizar murales que reflejan esa búsqueda permanente de oportunidades para progresar, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, reza en una de las paredes.
El parque principal de esta comunidad se convirtió en el escenario de una apuesta cultural, cuyo propósito fue resignificar aquellos espacios azotados por la violencia. “Territorio de Verdad”, fue el nombre de esta actividad donde participó la ciudadanía unida en un mensaje de esperanza ante las adversidades.
La jornada inició antes del amanecer. Unos parlantes con los sonidos de la naturaleza y del océano pacifico fueron los encargados de amenizar este primer espacio que hizo una llamada al sol. La chirimía y los tambores, propios de la cultura del pacífico, marcaron el compás del tiempo, mientras que una fogata se convirtió en el símbolo de la fraternidad y la unión.
La mañana transcurrió entre bailes y cantos que tenían como finalidad limpiar energéticamente a la comunidad. Los niños y niñas también contaron con actividades educativas y dinámicas que les dieron un respiro ante los meses de confinamiento obligatorio que han vivido.
Uno de los momentos cúspide de la tarde, fue la caravana hacia el cañaduzal donde fueron encontrados los cuerpos de los cinco menores aquel fatídico 11 de agosto. Una multitud tomó los caminos de tierra, los cánticos y la alegría eran palpables. Esa fue la primera vez en menos de un mes que iban hacia ese punto.
Pancartas con los rostros de los jóvenes asesinados y mensajes que invitaban a la paz, hacían parte de ese mensaje de perdón que manifestaron ante el país. La llegada no dejó de ser emotiva; los rostros de los asistentes se mostraron consternados ante lo que significa.
Familiares tomaron el micrófono para expresar sus mensajes, todos tenían en común la frase: “nuestros muertos sí importan”. En simultáneo se encendió una fogata, ello significó el inicio de los cánticos para despedir a Juan Manuel, Leyder, Jean Paul, Jair Andrés y Alvaro José.
“Colombia quiere la paz, nada supera la vida y la libertad, Paz para Colombia, Colombia quiere la paz”, coreaban los asistentes.
Estas actividades hacen parte de distintos rituales de sanación propios de la cultura afrocolombiana. Las adversidades y momentos difíciles se convirtieron en un motivo de unión para esta comunidad que hoy sigue demostrando su resiliencia y compromiso por construir la paz y la convivencia.