En la noche del 5 al 6 de septiembre, un chico delgado y valiente de 21 años, Willy Monteiro Duarte, fue pateado y golpeado hasta morir por otros cuatro chicos mucho más fuertes físicamente que él entre los 21 y 26 años, en Colleferro, una ciudad de 21.000 habitantes en las afueras de Roma. Willy Monteiro Duarte había intervenido para defender a un amigo suyo de una paliza.
Leí varios artículos y publicaciones que, sintiendo pena por el chico que fue asesinado, escribieron que estaba «en el lugar equivocado en el momento equivocado». Esta declaración me impactó y me hizo reflexionar. Lo encuentro engañoso y peligroso. Es engañoso, porque sugiere que el problema es que él estaba allí, no lo que estaba sucediendo donde estaba. Peligroso, porque parece significar decirle a la gente que lee que en tales situaciones lo mejor es «cambiar de lugar». Creo que aquí se abre un importante punto de reflexión.
¿Dónde elegimos estar, qué «lugar» elegimos ocupar, frente a la violencia? ¿Cuál es el lugar correcto, cuál es el lugar incorrecto, para ocupar frente a la violencia cuando se manifiesta tanto de manera contingente como estructural? Willy Monteiro Duarte con su coraje ha decidido pasar de un lugar seguro, lejos de la paliza, a otro mucho menos seguro, en medio de la violenta multitud, para defender a su amigo. Quería reducir el lugar, el espacio disponible para esa violencia ciega, desmotivada y destructiva, que probablemente no dejaba tiempo para otras estrategias. Para ello sólo tenía su cuerpo delgado y que utilizó. No hace falta ser consciente de que una paliza de cuatro hombres fornidos representa un riesgo real para su propia seguridad. Y, sin embargo, esa es la posición que ocupaba. Es plausible imaginar que, en su lugar, si no hubiera intervenido, su amigo habría terminado allí. Por esta razón, creo que definir como «equivocado» el lugar que ha ocupado intencionadamente es sumamente erróneo desde el punto de vista ético y social.
En una sociedad que exalta la violencia, que la pone en el foco de atención hasta que es asimilada por nuestras conciencias como algo normal, inevitable, o de otra manera aceptable, se hace difícil ver lo que realmente estaba en el lugar equivocado. Esto debería hacernos reflexionar. ¿Qué y cuánto espacio le queda al culto de la violencia? Aquí la palabra culto parece particularmente apropiada, dada la actividad de «culturistas» de los chicos que perpetraron la paliza y el asesinato. Cuerpos reforzados, fortalecidos, entrenados a diario para que coincidan con esa imagen de fuerza bruta, violenta, agresiva, machista, que se exalta en el modelo dominante de nuestras sociedades. Cuerpos que crecen para abrumar, aplastar al otro. Un modelo violento que encuentra su lugar, encuentra espacio y, aún más preocupante, encuentra reconocimiento. Un modelo al que, en cambio, hay que quitarle espacio, día a día, barrio a barrio, escuela a escuela, para dar cabida a una cultura de la no violencia que exalte cualidades diametralmente opuestas a las que hoy se exaltan en las personas, en las relaciones individuales y sociales. Una cultura que educaría desde temprana edad para saber discernir, emocional e intelectualmente, entre lo que está en el lugar correcto y lo que está en el lugar equivocado según un sistema de referencia interno y moral que tiene en su centro el valor del Otro, su libertad y su dignidad.
Willy Monteiro Duarte estaba en el lugar correcto. Los amigos que vinieron tras él e intentaron salvarlo estaban en el lugar correcto. Lo que estaba fuera de lugar era la violencia homicida y alucinante que lo agobiaba. En retrospectiva, personalmente me hubiera gustado que hubiera elegido otro lugar en ese momento, pero me doy cuenta de que si siempre elegimos dejar la violencia por miedo a las consecuencias se extendería para ocupar todo el espacio disponible. Así que ocupar el lugar necesario, cuando la violencia ocurre, es un acto de profundo coraje. Es una elección que no puede ser evaluada a posteriori, porque a veces debe hacerse sin poder calcular todas las consecuencias. Y cuando en cambio las consecuencias son concebibles, como en el caso de Willy, y en cualquier caso esa elección se mantiene, y en cualquier caso ese lugar se ocupa, entonces se convierte en una elección totalmente humanizadora y revolucionaria. El lugar que ocupa Willy Monteiro Duarte es el lugar que ocupan millares de activistas, así como otras ciudadanas y ciudadanos, todos los días en todos los rincones del planeta. Es el lugar que ocupó Julio Andrés Pineda Díaz, activista hondureño del organismo internacional Mundo Sin Guerras y Sin Violencia, asesinado brutalmente hace unos días por el espacio que ocupaba ante la violencia en su país. El lugar que ocupan las mujeres de la Administración Autónoma del Nordeste de Siria (más conocida como Rojava) que se oponen a la violencia opresiva de varios frentes antihumanos, que quieren impedir el desarrollo de experiencias totalmente democráticas, revolucionarias, libres e innovadoras. El lugar que ocupan los que navegan en el Mediterráneo para ofrecer humanidad, alivio y esperanza a los que emigran. El lugar que ocupa quien echa una mirada humanizadora sobre el Otro, sobre los últimos, sobre todos aquellos que no encuentran espacio en la narrativa egocéntrica y auto celebrante que domina hoy en día. El lugar que ocupa quien se dirige al Otro con bondad y consideración en un mundo que en cambio quiere que seamos opuestos, desconfiados, distantes.
El lugar que los humanistas ocupamos cada día, aspirando a construir una realidad no violenta, donde el Ser Humano es realmente el valor central, reconociendo el derecho a oponer la resistencia adecuada a cualquier forma de violencia que nos afecte, tanto a las personas cercanas como a las más distantes de este planeta.
Es el lugar que elegimos intencionalmente. El lugar que defenderemos, aunque todavía en aparente minoría, sabiendo que a la violencia cultual del sistema tenemos que oponer nuestra fuerza resolutiva, equilibrada, poética y humanizadora. Esa fuerza que se nutre de la sensación de que no estamos solas y solos para ocupar este espacio. Que se alimenta cada vez que no nos movemos, que no renunciamos a estar en el lugar correcto, en el momento adecuado, reduciendo el espacio dado a la violencia fuera de nosotros y dentro de nosotros. Esa fuerza que quiere construir, que no busca mártires, que traza inexorablemente el camino hacia el Ser Humano del futuro y que resuena en el corazón de quienes ya pueden imaginar ese futuro, para sentirlo con profunda emoción, a pesar de todas las dificultades personales. Eso resuena en los corazones de aquellos que pueden ver ese futuro esbozado en los suaves y brillantes ojos de un chico de 21 años con un cuerpo delgado y un corazón gigante en un pueblo a las afueras de Roma.
Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide