Murió la moda, nació la autogestión

La socióloga Susana Saulquin analiza en su último libro «Política de las apariencias»los efectos sociales, productivos y políticos del fin de la moda. Una verdadera revolución que cambió todos los paradigmas. Cómo afectó a las marcas la condena social a los talleres clandestinos. Qué rol juegan las redes sociales en la construcción de la propia imagen. Cuáles son los nuevos valores que marcan la tendencia. Y qué muestra la ética a la hora de vestirse. La batalla que viene: lo orgánico vs. lo transgénico. ¿Quién gana?

 

La francesa Gabrielle Bonheur alguna vez dijo: “La moda está en el cielo, en la calle, en las ideas, en la forma en que vivimos, en lo que está sucediendo”. Lo dijo para explicar cómo había comprendido lo que significaba la Segunda Guerra Mundial a nivel ropero. De esa lectura creó un imperio al que bautizó con su apodo, Coco, y el apellido del padre que nunca la reconoció, Chanel. Hoy, su lápida es un logo dorado y la empresa, uno de los cadáveres exquisitos de la crisis europea: durante el año 2013 su tasa de crecimiento fue, literalmente, cero.

Repito: cero.

En medio de esta parálisis, recibió la noticia más reveladora sobre lo que hoy representa su negocio: hace apenas un mes el Comité Científico asesor de la Unión Europea consideró que la legendaria fragancia Chanel N° 5 contiene elementos alergénicos y recomendó la prohibición absoluta de 12 de sus 20 componentes.

Así y sin metáforas, Chanel hace agua.

La agonía de Chanel representa una buena noticia: el espíritu de su creadora está vivito y coleando. El cielo, la calle, las ideas, la época siguen pariendo formas de ser en este mundo que escapan a las prisiones de la moda.

Para comprenderlo, tenemos que abandonar París –no es tampoco una metáfora- y llegar hasta Olivos. Allí, en un chalet vecino a la quinta presidencial, la socióloga Susana Saulquin desafía todas las etiquetas. No parece tener 71 años, no tiene el look de una militante de izquierda, no alardea de sus logros académicos ni se muestra interesada en la fama mediática.

Saulquin es algo más importante: una mujer práctica. Los paradigmas tilingos han asimilado esta virtud a un calificativo para expertas en bricolaje, pero Saulquin recupera su verdadero valor: la práctica hace a la teoría. La suya, en esta oportunidad, la sintetizó en su último libro, «Política de las apariencias», pero desde hace décadas viene batallando desde su trinchera de la universidad pública para analizar la moda en clave política y social. Desde ese observatorio de tendencias, procesos, protagonistas y movimientos, Saulquin nos comunica una buena noticia: la moda murió.

No estamos hablando de pantalones Oxford, cuello Mao o animal print. Estamos hablando del sistema emblemático de producción de bienes y subjetividades.

La noticia que nos da Saulquin es muy seria y muy festiva. La moda no murió de muerte natural. La matamos nosotros. ¿Cómo?

Hubo una revolución. Y la hicimos nosotros.

Apariencias y modelos

La autopsia de ese cadáver exquisito que hace Saulquin revela lo siguiente:

1. El sistema de la moda, vigente durante más de 150 años, muere por ser ya innecesarias las bases que lo sustentaban.

2. Este fenómeno forma parte de cambios más complejos que pusieron patas para arriba todos los paradigmas sociales.

3. En medio de este proceso de agitación general, nace un nuevo orden de poder en el mundo de las apariencias.

4. Hasta hace poco y durante un siglo y medio, la moda era un necesario artificio de integración y cohesión social. A partir de los profundos cambios que se están produciendo hoy, la moda -en tanto conciencia colectiva grupal- pierde su sitial de privilegio y sus prácticas van a ser impulsadas por individualidades que no están solas, sino que contienen en su interioridad multitudes conectadas globalmente.

5. Durante todo el siglo 20 la moda fue funcional a una ideología que enfatizaba la obsesión de la producción, promovía y exaltaba la importancia de impulsar el consumo máximo, descreía de las identidades culturales y homogeneizaba objetos, cuerpos e imágenes. Para poder producir este sistema, acataba puntualmente los mandatos de las tendencias que fijaban los especialistas desde los centros productores de significados,

uniformando para cada temporada formas, colores y texturas.

6. Esos códigos del vestir se están resignificando. Entre las causas más visibles, señala a las nuevas tecnologías, que impulsan grandes transformaciones en las relaciones entre las personas. Hay un reencantamiento de los lazos sociales, que Saulquin sintetiza con una frase del poeta francés Arthur Rimbaud: “Yo es otro”.

7. La matriz del desarrollo de la moda respondía a las lógicas funcionales de valores económicos: todo lo que usás hoy dejará de estar de moda mañana. Y a comprar de nuevo. Los paradigmas actuales, en cambio, se basan en dos principios: la simplificación y la sustentabilidad. Este es el alma de esta revolución a nivel social: el cambio de valores estéticos por éticos.

8. Para reafirmar el poder de las personas y sus lazos sociales se necesita apartarse de la producción acelerada y el consumo voraz. Este cambio modifica también el sistema de producción, porque se prioriza otra forma de hacer las cosas, que debe ser eficaz, estable y sostenible, proyectada con responsabilidad y conciencia social.

9. Por estas razones, los códigos de consumo masivo, que hacían del exceso y del despilfarro una constante, basados en la premisa fundamental de la moda –que es producir y consumir prendas nuevas en cada temporada- se está redefiniendo.

10. Lo que murió de la moda, en síntesis, es su parte autoritaria y disciplinadora. Y lo que se está redefiniendo es su sistema de producción.

11. Recuperamos así la ceremonia íntima, original y primaria de la creación de nuestra propia imagen. (En nuestros términos: se autogestiona). Se produce así una tendencia más libre, tolerante y democratizadora.

 

¿Cuándo y cómo sucedió todo esto?

 

Al mismo tiempo y en el mismo lugar en el que todo cambió. Setiembre de 2001, en Nueva York y con el atentado a las Torres Gemelas.

Diciembre de 2001, en Argentina y con el grito Que se vayan todos. Septiembre de 2008, en Europa y al ritmo de los indignados.

¿Qué pasó en esos momentos y lugares? Quedamos desnudos. Y así, en cueros y a los gritos, descubrimos solos y juntos, otros futuros posibles.

“Una posible explicación –nos dice Saulquin- es que, a partir del poder de la comunicación de las personas a través de las redes sociales, se ha percibido una nueva manera de estar y percibir el mundo, que tuvo su inmediata respuesta en el universo de las apariencias, que comienza a mostrar desde entonces grandes transformaciones”.

 

Ni víctimas ni fashion

Saulquin tiene su propia regla para detectar lo nuevo:

• Uno, es una curiosidad.

• Dos, una casualidad.

• Tres, una tendencia.

La aplica en todo lo que observa: desde el programa de Tinelli hasta los mercados callejeros de Lima o Medellín, pasando por conversaciones de sobremesa, congresos académicos y tecnologías digitales.

“Tengo más revistas de nuevas tecnologías que de moda”, advierte para demostrar por dónde anda escudriñando ahora el horizonte social.

¿Decretás la muerte de la moda?

La parte autoritaria de la moda. Esa dependencia de tendencias que salen de los centros productores de significados como París, Londres, Nueva York o Tokio, desde donde te imponen las formas del vestir de una manera disciplinaria: “se usa tal cosa”. Eso está desapareciendo. Y desaparece porque ya no tiene sentido, porque ya la moda no tiene ese lugar social de generación de apariencias. En este momento hay una forma mucho más tolerante, que expresa a una sociedad más individualista.

¿Egocéntrica?

No, no uso el término individualista en el sentido narcisista, porque este individualismo contiene en su interior millones de personas. Eso expresan la sociedad digital o las redes sociales, por ejemplo. A dónde nos conduce, es todavía una tensión, pero lo que es seguro es que lo que está desapareciendo es el lugar de privilegio que tenía la moda como ordenadora de las apariencias.

¿El fin de una dictadura?

En el sentido de esa disciplina tan fuerte, sí, como imaginario del autoritarismo y de las prácticas que te ordenaban cómo te tenías que vestir y ser. Está claro que ahora hay una tolerancia más grande, que se expresa hasta en lo sexual. En este contexto, se nota claramente cómo al principio del siglo 21 hay un cambio de ideología. La del siglo 20 estaba asentada sobre la estética, en la importancia de la producción acelerada, que derivaba en el industrialismo y en el consumismo. Con el comienzo del siglo 21 hay un cambio que mete como cuña la ética.

¿En qué sentido?

La ética de los comportamientos individuales. La ideología que sustenta este siglo se expresa en un consumo mucho más consciente, que se basa en el cuidado de los recursos humanos y planetarios. La sociedad hace siempre los cambios necesarios para garantizar su supervivencia. Y la supervivencia, en el momento actual, pasa por el cuidado de la naturaleza. Y dentro de ese contexto, el cuidado de los recursos humanos. Y en la industria textil hoy sabemos lo terribles que son, muchas veces, las condiciones de producción: los talleres clandestinos son una expresión de esto. Ahora tenemos una lupa apuntando hacia allí, hacia cómo producen las marcas. Y esa lupa la colocaron las personas que deberían consumir esos productos. Entonces, las marcas van a tener que comenzar a atender esos aspectos porque el desprestigio es muy grande, no lo pueden minimizar ni ocultar más. Es una realidad que no sé si las marcas están dispuestas a afrontar, porque siguen teniendo como meta organizar su producción para obtener un alto rendimiento económico, objetivo que está descolocado de todo otro contexto.

¿Qué responsabilidad tuvieron las marcas en esta muerte?

Enorme. Las marcas aparecieron, como tal, entre los años 58 y 60 y desde entonces expandieron su significado social hasta límites inimaginables. Se suele decir que las marcas crearon la aristocracia moderna.

Tener, por ejemplo, una cartera Louis Vuitton te otorgaba un sello de nobleza.

¿Cómo perdieron esa coronita?

Las propias marcas fueron matando la gallina de los huevos de oro. Con la aparición del marketing, fundamentalmente, que tanto segmentó la tendencia de la moda. En su afán de controlar todo, terminó segmentando todo. Y si hay tantas modas, no hay moda. El marketing mató esa especie de unión que representaba La Moda: todos nos sentíamos integrando parte de algo, a través de un paradigma estético determinado, que era muy fuerte. El primer síntoma de ese fin fueron las tribus urbanas, pero ya pasó: ya somos todos tribus. Ahora hay una independencia muy fuerte.

¿Autogestionada?

Sí, con fuerte intervención de la red social. La identidad siempre es una construcción que busca saber quién sos, qué esperan los demás de vos y qué aspirás vos a ser. En ese triángulo se construye la propia identidad. Es un juego que se juega creando una imagen, una apariencia. El cambio actual está representado porque en ese juego ya no intervienen las marcas, sino el otro, los otros, al que se les pregunta permanentemente: ¿te gusta?, ¿te gusto? Eso expresan Facebook y Twitter.

¿Dónde ves imágenes de este nuevo paradigma?

En todos lados. Y en cada persona que se viste absolutamente como quiere. En la apertura que caracteriza ese nuevo estilo, que está en plena construcción. Todavía no se diseñó la estética del siglo 21. Porque es muy reciente este siglo, pero también porque en este proceso hay mucha participación. Es una condición de este nuevo paradigma. Y se expresa no sólo en cómo se visten las personas, sino en cómo se produce aquello que visten. Un ejemplo: las estrategias de crowfounding, esas colectas que se organizan para financiar productos. Otro: hay nuevos grupos de diseñadores que usan las redes sociales ya sea para que opinen sobre los diseños en proceso, o para hacer venta anticipada. Y luego producen sólo que vendieron, lo cual por un lado les permite ahorrar o concentrar recursos, pero por otro lado les permite a las personas incidir sobre lo que tiene y lo que no tiene que producir ese diseñador.

¿Cuáles otras características de este nuevo paradigma ya están definidas?

Va a ser muy fuerte la sustentabilidad, sin duda. Otra: la simplificación de la imagen. Un paradigma muy importante es la confortabilidad. Vamos simplificándonos. Si vos observás a las culturales basadas en una fuerte espiritualidad, la prenda emblemática es la túnica, que expresa ese despojamiento de lo terrenal. No digo que vayamos a terminar todos con túnica, sino que ese es el ícono de la simplicidad y hoy ese ícono es un valor en alza: lo holgado, cómodo, noble. Por lo pronto, nos obliga a poner en contexto cosas que antes no nos cuestionábamos. Un ejemplo: el hombre ha usado traje sólo 160 años de su historia. Y lo incorporó como una prenda de trabajo. Hoy vemos cómo el trabajo se está corriendo del centro de la organización de la vida y ese eje está ocupado por valores como la creatividad, la imaginación, las posibilidades de construir cambios. Es lógico, entonces, que el traje –tan relacionado con el trabajo durante la era industrial-, esté totalmente fuera de lugar en esta nueva realidad social.

Estamos hablando, entonces, de un cambio de paradigma importante, que afecta a todo el sistema de producción capitalista.

Así es. No soy marxista pero estoy convencida de que hay que cambiar el sistema productivo. Con este sistema de producción, que ha hiperrealizado la moda y el consumo, el nuevo siglo no va a poder ser. No puede ser. Es una matriz económica inviable, que produce pobreza, desigualdad, no futuro. Y estamos en una instancia de superación. Esa nueva instancia podés llamarla socialismo, cooperativismo, reciprocidad o como quieras, pero lo que es seguro es que vamos hacia un cambio de matriz de producción.

Tu libro da cuenta de uno de los síntomas de ese cambio y señala que nació en Argentina: las fábricas recuperadas por sus trabajadores.

¿Te das cuenta lo que eso significa? Algo maravilloso. Siento que eso es lo nuevo: las cooperativas, trabajar juntos, pensar así, cambios profundos. Porque si pudiste cambiar las formas de organización de la producción para hacerlas más humanas, ¿cómo no vas a poder imaginar formas de recursos más éticas? ¿Cómo no vas a poder preguntarte si la única manera de producir jeans es a partir del algodón, cuya producción es tan nociva para el planeta? ¿Por qué no hacerlos a partir de un material más noble, como el formio? Estos cambios se hacen de a poco, pero muy profunda y cotidianamente. Y a eso apuesto todo. A eso y al desprestigio que representa producir de otra forma. Así se hace patente esta nueva realidad: no va más.

¿No va más un taller clandestino?

No va más. Lo tienen que entender Zara y todas esas marcas acostumbradas a tener grandes márgenes de ganancias a partir de modelos productivos esclavizantes. Tienen que entender que, a partir de 2006, esas prácticas quedaron desnudas, ante todos, con el incendio de un taller clandestino en el barrio de Flores, que le costó la vida a 6 personas. Desde entonces se comenzó a construir una forma de criminalización social de esas prácticas y eso es algo que nadie puede pasar por alto. Pasó con las pieles y pasa ahora con los talleres clandestinos. La condena social es una herramienta muy eficaz, muy fuerte, marca un límite claro.

Son cambios que arrastran a todo el sistema de producción hacia modos más éticos…

Pero las marcas son de terror: no quieren verlo, y siguen ellas mismas montando sus talleres clandestinos, para garantizar así condiciones de explotación de ganancias y personas. Lo hacen hoy acá, en Bangladesh y en todos lados.

El nuevo arco iris

También hablás de un cambio notable en la paleta de colores, ¿se latinoamericanizó?

Sin duda. Es cierto que la paleta de colores siempre está ligada a la naturaleza de cada lugar. Y eso, en Argentina se expresa en el celestito, los marrones, el gris. No somos Brasil. Pero ahora estamos aceptando que formamos parte de un territorio mayor: lo latinoamericano. En parte, esto emerge por la crisis que vive lo europeo, lo occidental, que está de capa caída, y en parte porque en Latinoamérica está el fermento de la renovación. Lo que venga, muy posiblemente esté naciendo ahora mismo acá, en América Latina. Y eso es algo de lo cual la moda ya da cuenta.

¿Dónde ves lo nuevo en el diseño?

En lo tecnológico. Hay un cambio fundamental, que está dado por lo que representan las impresoras en 3D: tres dimensiones.

Por sus costos, además, permiten una escala de producción diferente. No digo que a nivel de casa en casa, pero sí de a grupitos productivos. Eso cambia totalmente el paradigma del estilo de producción fordista porque permite un sistema de producción de escala artesanal. Y si cambia la escala, cambia la significación. Ya no necesitás la escala industrial para producir, por lo tanto la producción en serie pierde su significación social. Ya no es necesaria socialmente, ya no organiza la producción social. Lo que pasa a organizarla ahora es la producción semi artesanal. Y eso cambia todo. Todo. Un síntoma: en tiempos de auge de la producción industrial, el valor social de la producción artesanal era bajísimo. Ahora lo artesanal tiene un valor social altísimo. Hasta es un nuevo símbolo de lujo.

No hay nada más viejo, entonces, que la alfombra roja…

No va más. La alfombra roja es ridícula. Es el lugar donde mostrar, mostrar y mostrar, y que te obliga a mirar, mirar y mirar. Quedó tan alejado de la realidad porque el valor actual es la búsqueda de autenticidad, creatividad, imaginación. Y eso es algo que las personas encuentran en el espacio público, ya sea el real o el virtual.

¿Cómo evitar que el sistema decadente se alimente de lo nuevo?

Difícil. Es la batalla más dura. El sistema de la moda siempre se alimentó de lo nuevo, y lo dio vuelta para convertirlo en producto comercializable. Tenemos que estar muy alertas en esta nueva sociedad que se está gestando, porque lo que expresa la moda es una estrategia común a todo el viejo sistema: muta, cambia de traje, se disfraza, hace lo que sea necesario para garantizar su supremacía. La única manera que podemos garantizar de que lo nuevo crezca es que la masa crítica de creadores, productores y personas que lo sostienen sea cada vez más grande. Eso y el desprestigio de los explotadores es lo que puede hacer la diferencia. Yo aspiro a que haya un cambio, pero va a costar. Va a costar nuestras cabezas, dicho esto simbólicamente. Va a ser un proceso muy duro, de ir desmontando todo el circo que se armó.

Tenés una trinchera: la universidad pública. ¿Cómo ves esta batalla desde ahí?

Muy mal. Está totalmente politizada, pero mal, porque es una política que solo pelea por espacios de poder y en esa dinámica, le hizo perder a la universidad el lugar que tenía y con él, su horizonte. Estudié Sociología en la UBA en la década del 60, así que te podés imaginar que no hablo de la politización desde una crítica a la politización en sí misma. Pero la universidad no es ajena a lo que sucede fuera de sus cuatro paredes. Y en un espacio como el que tengo, dedicado al análisis de la producción de diseño, de lo textil, es claro el impacto que tienen las políticas económicas. El neoliberalismo hizo allí un desastre y lo que vimos desde nuestra trinchera era cómo los jóvenes diseñadores iban cayendo como moscas, y cómo las marcas los chuparon…

Una de vampiros…

Exactamente. Pero esa experiencia está y suma en este proceso, que es diferente. El cambio, ahora, está dado desde el otro lado: el de las personas. Son esas personas las que ahora buscan otra cosa.

¿Qué?

Experiencias y sensaciones. Ya no te querés vestir para que te vean, sino para sentir una sensación interesante. Y esa sensación podés encontrarla en una textura, es cierto, pero la más intensa la encontrás cuando te sentís parte de un cambio ético. Esa ética que te conecta con todo: la red social, la naturaleza. Eso expresa una pregunta clave: ¿para qué te vestís? Antes para competir, distinguirte, mostrar, pertenecer. En este momento, para otra cosa. Es algo que avanza de a poquito, pero produciendo cambios cada vez más profundos.

¿Podríamos sintetizar que los futuros posibles se dirimen entre los dos paradigmas que hoy están en pugna: lo orgánico y lo transgénico?

Sí. Y esos dos paradigmas están hoy 50 y 50. Uno es el que te venden los laboratorios con el cuento de que el ser humano tiene que aspirar a ser una máquina perfecta, y eso implica correr la frontera de la muerte. Están hablando ya de que la vida va a durar 13 décadas, es decir, 130 años. Y esa promesa tiene un impacto importante en las posibilidades de futuro. Pero por otro lado, noto que la locura por la juventud eterna es algo que ya fue, porque generó verdaderos monstruos, muy feos. Y no olvidemos que lo natural también aspira a una mejor vida, que incluye más años, pero también mejores. En ese sentido, la promesa de futuro no es distinta: incluso, es superadora de la transgénica. De todas formas, no pienso que la del futuro vaya a ser una sociedad fantástica, pero sí que va a ser diferente.

Que sea mejor depende, fundamentalmente, de nuestro compromiso ético. Comprender profundamente que todo lo que hacemos influye en todo. Eso es lo más revolucionario que podemos hacer hoy.

Publicado en LaVaca.org