Por Tania M. Merlo/El Salto diario
Organizaciones como Amnistía Internacional denuncian la condena al periodista de Casbah Tribune, Khaled Drareni. Dos militantes del movimiento Hirak han sido también sentenciados a años de cárcel en una Argelia donde continúa pujante el proceso destituyente comenzado hace un año y medio.
A pesar de la gran movilización, nacional e internacional, en favor de la liberación del periodista y fundador de la revista electrónica Casbah Tribune, Khaled Drareni y de los activistas de la Hirak detenidos a principios de julio, el martes 15 de septiembre, los Juzgados de Argel en Ruisseau, condenaron al periodista, preso desde hace más de seis meses en la cárcel de Kolea (Tipasa), a dos años de prisión.
La pena ha sido reducida en dos años respecto a la propuesta del fiscal, pero es considerada por la opinión pública y por numerosas autoridades internacionales como improcedente y completamente fuera del derecho a la libertad de expresión.
Al mismo tiempo, se dictaba sentencia contra dos activistas políticos, Samir Benlarbi y Slimane Hamitouche, con cuatro meses de prisión y ocho más de prisión condicional. Las acusaciones son vagas y de difícil fundamento: atentado contra la unidad nacional e incitación a la revuelta no armada, lo que demuestra la escasa legitimidad de las Cortes argelinas y su clara vinculación con las fuerzas gubernamentales.
Drareni se defendió frente al juez alegando que fue detenido por hacer correctamente su trabajo “yo no estoy aquí por haber trabajado con una cadena extranjera, sino porque he cubierto libremente la Hirak y he grabado algunas detenciones”, a pesar de su fortaleza en las respuestas ante el juez, las personas presentes en los juzgados detectaron signos de mala salud en el periodista, lo que agrava la urgencia de su liberación, truncada tras el veredicto.
A la oligarquía argelina que mantiene el poder desde hace más de 60 años, parece no importarle que Argelia haya descendido hasta la posición 146 en la clasificación que la ONU establece en función del respeto que cada país tiene a los Derechos Humanos. También hace caso omiso a la multitud de manifestantes que desde todo el mundo reclaman la libertad de prensa y una justicia independiente en Argelia.
Hassina Oussedik, directora de la oficina local de Amnistía Internacional, en declaraciones para el periódico argelino Liberté, afirmaba “el régimen debe comprender que es normal que las políticas públicas sean criticadas por la ciudadanía y debe aceptar que exista un debate”. Por su parte Nourredine Benissad, presidente de la Laddh, “la detención de Khaled Drareni, es una clara vulneración contra los Derechos Humanos”.
El objetivo de estas detenciones y condenas por parte de las autoridades argelinas, no es otro que el de disuadir, sembrando el miedo a la represión, a la multitud de activistas que el movimiento de la “Hirak” lleva movilizando desde el pasado 16 de febrero de 2019 y que se mantiene en la sombra por decisión propia desde que se desatara la pandemia del covid-19.
Hirak es una palabra árabe que significa “movimiento”. Este movimiento argelino surgió para reclamar la renuncia del presidente Abdelaziz Buteflika a un quinto mandato en las elecciones que se convocaron en aquel momento para abril de 2019. El movimiento se extendió por las redes sociales hasta culminar el 22 de febrero en una convocatoria seguida masivamente por la población a nivel nacional.
La protesta fue tan fuerte que el 11 de marzo, Buteflika renunció al quinto mandato. Esto no fue suficiente, la población exige un cambio de sistema total, que permita instaurar una democracia real en el país. Ninguno de los presidentes o ministros impuestos hasta el momento cambia realmente el sistema corrupto de la era Buteflika, quien fue sustituido por el presidente interino Abdelkader Bensalah, de su mismo entorno, y, el 19 de diciembre, por Abdelmadjud Tebboune, que asumió la presidencia con un porcentaje de abstención de voto del 60%.
Durante todo este tiempo el movimiento de la Hirak se ha convertido en una confluencia de personas de todos los signos políticos y colores que se han unido con un único objetivo, hacer que cambie el sistema y se imponga en su país una democracia real en la que todas las voces tengan cabida. Para ello se plantean diferentes fórmulas, que pasan por la modificación de la Constitución argelina, y la renovación de todos los cargos políticos actuales, que forman parte de un Régimen considerado autoritario, oligárquico y obsoleto. Es además un movimiento que ha demostrado ser pacífico, pese a todas las provocaciones del estado, incluidas las detenciones arbitrarias de multitud de activistas, como se menciona en la cabecera de este artículo.
El movimiento se hacía visible cada viernes en manifestaciones y concentraciones pacíficas convocadas en muchos puntos del país, pero también del extranjero, donde miles de argelinos exiliados por la decadencia de su país, ven con esperanza los cambios que este movimiento pueda traer. Las redes sociales están siendo también claves en la difusión de ideas y de convocatoria, y no podemos dejar de destacar la importancia que en este movimiento tiene la implicación, tanto de una juventud que ha despertado del letargo, como de las mujeres y del movimiento feminista del país, que ha asumido parte del liderazgo compartido de la Hirak.
Durante los meses de pandemia, se han suspendido las movilizaciones en la calle, pero el debate y el activismo ha continuado en las redes, al mismo tiempo que el Estado, temeroso de la magnitud del movimiento, ha aprovechado para imponer su represión, atemorizando así a la población, en un intento desesperado e infructuoso de desactivar una Hirak que, muy al contrario, no hace más que tomar fuerza e impulso.