Septiembre es un mes que suscita naturalmente muchos recuerdos y evocaciones en Chile. Partiendo por la primera Junta de Gobierno; los eventos de 1924 que fueron claves para la sustitución de la república exclusivamente oligárquica; el hecho que antes de 1973 fuera la fecha de las elecciones presidenciales; el fatídico golpe de Estado de ese año; y el mes en que en 2005 la Concertación asumió como propia (suscribiéndola Lagos y todos sus ministros) la Constitución de Pinochet, con cambios de importancia pero que no alteraron su esencia autoritaria y neoliberal.
Recuerdo especialmente mi primera experiencia “traumática” con el neoliberalismo cuando en 1971 en mi segundo año de Sociología en la UC tuve la fortuna de escoger (por conveniencia de horario y curiosidad intelectual) un curso de “Introducción a la Economía” impartido por quien ya fungía como líder de los “chicago boys” chilenos: Sergio de Castro.
En su primera clase se dedicó sistemáticamente a combatir todos los conceptos sociales que según él alteraban la esencia de la “ciencia económica”. Y, como si fuese hoy, recuerdo cuando al final de su clase embistió contra el concepto de “necesidades básicas”. Empezó planteándonos a los alumnos que les mencionaran, una a una, cuáles podrían ser esas necesidades básicas; y respondía tratando de ridiculizarlas una por una. Hasta que finalmente un alumno se atrevió tímidamente a señalar la “alimentación”. Entonces de Castro señaló que tampoco lo era porque “se había demostrado que con una sustancia parecida al engrudo podía nutrirse a las personas”. Entre atónito y horrorizado no volví más a sus clases.
Por ello, luego del golpe y de la entronización de los “chicago boys” como los reales modeladores de la obra económico-social de la dictadura, no me sorprendió tanto el horror económico (que se sumó al horror político y de violaciones de derechos humanos) de aquella. Si -según ellos- no existían las necesidades básicas y algo como el engrudo podía alimentar a la población; podía comprenderse mucho mejor la crueldad de las políticas económico-sociales de la dictadura. En rigor, no habrían “costos sociales” de sus políticas económicas desarrolladas sobre bases estrictamente científicas…
Bajo la dictadura tuve también la fortuna de trabajar –en la primera mitad de los 80- en el “Proyecto Alternativo”, un virtual departamento técnico del PDC, formado por Eduardo Frei –dos años antes de ser asesinado- y con la acertada y tenaz dirección de Eugenio Ortega. Su labor más significativa fue elaborar un proyecto alternativo para un Chile democrático que cubría los más diversos ámbitos de la realidad nacional. Se conformaron comisiones temáticas que sirvieron de base para dos grandes seminarios de centenares de profesionales y dirigentes sociales desarrollados en lugares de Iglesia (Punta de Tralca y Colegio San Juan), y que dieron lugar a cuatro volúmenes publicados por la Editorial Aconcagua en 1984, los que totalizaron 1.167 páginas. Demás está decir que dichos volúmenes fueron completamente olvidados ya a fines de los 80.
Notablemente, en dicha obra el exponente más importante fue Alejandro Foxley con el “Marco Programático Global”, a cargo de la Comisión de Síntesis de todo el Proyecto. En esa época, Foxley era también el presidente de CIEPLAN, la corporación más relevante de la oposición en las denuncias contra las políticas neoliberales de la dictadura. En su larga y dura exposición, Foxley planteó que “el proyecto de transformación económica y social (de la dictadura) se inspira en ideas extranjeras que buscan convertir al hombre en un consumidor y a la sociedad en un gran mercado. Se trata de un proyecto neoliberal. De acuerdo a este modelo de sociedad, las relaciones entre los individuos estarán reguladas a través de su intercambio mercantil. El anonimato del mercado diluirá los conflictos. El ‘dulce comercio’ temperará las pasiones. La ‘mano invisible’ administrará con generosa equidad los recursos escasos (…) El proyecto concibe un conjunto de ‘modernizaciones’, a través de las cuales se asegurará el imperio del mercado y de los ‘precios’ en la educación, en la salud, en la previsión y hasta en la justicia (…) Se abre la economía abruptamente al exterior, como definitiva e ingenua prueba de nuestra seriedad libre-mercadista. Se entregan los bienes del Estado a unos pocos privilegiados a bajo precio (…) Se crea una pequeña casta de privilegiados. Estos concentran en sus manos el patrimonio como nunca antes en el país. Se impone un estilo de desarrollo excluyente y concentrador” (Seminario de profesionales y técnicos humanistas cristianos.- Proyecto Alternativo, Tomo I; Edit. Aconcagua, Santiago, 1984; pp. 113-4).
Y también, notablemente, Foxley se convirtió en los 90 en el principal líder de la política económica de los gobiernos de la Concertación como ministro de Hacienda de Aylwin. Incluso en 1992 fue promovido infructuosamente como su sucesor por el entorno de Aylwin. Luego fue presidente del PDC y uno de los senadores concertacionistas más relevantes (junto con Edgardo Boeninger) en materias económicas, finalizando su carrera política como canciller del primer gobierno de Bachelet. Y, como es sabido, dichas políticas económicas legitimaron, consolidaron y perfeccionaron el modelo neoliberal de la dictadura con todas sus “modernizaciones”; además del incremento del poder de los grandes grupos económicos y del aumento de los monopolios u oligopolios en las diversas ramas de la estructura económica del país.
Con todo, nunca me olvidaré del asombro –mezclado con indignación y tristeza- que me causó una entrevista que le leí en 2000 en la revista Cosas, en la espera de una consulta médica, en la que decía: “Pinochet realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró a ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza, en forma modesta y en cargos secundarios, pero que fueron capaces de persuadir a un gobierno militar-que creía en la planificación, en el control estatal y en la verticalidad de las decisiones- de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular; etcétera. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal es que, por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).
Por cierto, este “giro ideológico copernicano” no fue exclusividad del PDC ni menos de Foxley. Como lo reconoció descarnadamente en 1997, el considerado principal ideólogo de la “transición”, Edgardo Boeninger, a fines de la década del 80 hubo una “convergencia” del pensamiento económico del liderazgo de la Concertación con la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer”. Y que “la incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago; pp. 369-70).
De este modo, el destacado intelectual del mundo PPD-PS, Eugenio Tironi, en 1999 expresó que “la sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo, Santiago, 1999; pp. 36, 60 y 162).
Pero los ditirambos a los chicago-boys y a la neoliberalización no han ido sólo de un lado hacia el otro, sino que han sido mutuos. Así, el considerado “segundo” de la escuela de economistas de Chicago –después de Milton Friedman- Arnold Harberger, señaló en 2007 que “estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia, y quién habló inmediatamente antes de mí fue el ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo” (El País, España; 14-3-2007).
Y en 2010, en una visita a Chile, el mismo Harberger recordó que la Universidad de Chicago en sus convenios con la Universidad Católica y de Chile tuvo como objetivo “traer la buena ciencia económica a Chile, y yo creo que tuvimos éxito en eso”; ya que “yo creo que ha habido una gran evolución de política en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos anteriores, y eso ha seguido hasta hoy… en los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet siempre ha habido uno o dos de este grupo (de Chicago). Todo eso produjo aquí una cultura económica que es muy fuera de lo normal en Latinoamérica (…) Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas, y difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros. No son muchos los países que han logrado ese grado de consenso referente a la conducción de la política económica” (El Mercurio; 19-12-2010).
Y por cierto, aquellas apologías han sido numerosas de los derechistas y empresarios criollos. Entre ellas, cabe resaltar las del entonces presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, quien señaló a fines de 2005 que a Lagos “mis empresarios lo aman, tanto en APEC (Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico) como acá (en Chile) porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005).
También la del destacado economista y empresario, César Barros, quien sostuvo el día final del gobierno de Lagos que “las alabanzas empresariales dejan pequeñas a las ‘declaraciones de amor’ que le hiciera la cúpula empresarial finalizada la APEC. Un grupo de amigos empresarios que denominaban a Don Ricardo ‘El Príncipe’ (tanto por aquello de Maquiavelo como por ser el primer ciudadano de la República) han optado en llamarlo, de ahora en adelante, ‘Zar de todos los Chiles’ (…) Antes de ese gobierno, los empresarios repetían el padrenuestro del rol subsidiario del Estado (…)
Y, por lo tanto, un príncipe socialista solo podría hacernos daño. Pero el hombre, trabajando con cuidado y con inteligencia, los convenció de que estaba siendo el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos; y el temor y la desconfianza se transformaron en respeto y admiración” (La Tercera; 11-3-2006).
Además, el mismo Barros comparó la situación de Lagos con la del hijo pródigo de la parábola evangélica (Lucas; 15, 11-32), efectuando una analogía del padre (Dios) con la derecha económica; del hijo mayor –que siempre estuvo apegado al padre- con la derecha política; y del hijo pródigo –el pecador arrepentido- con Lagos y la izquierda. Y concluyó señalando que cuando la derecha económica comprueba que la conversión de Lagos y sus ministros a las políticas liberales “es sincera y decidida, no quedaba más que hacer una gran fiesta; esta vez de discursos y abrazos. Porque nos habíamos reencontrado con la izquierda en lo fundamental” (Ibid.).
Y, por último, tenemos la apología del destacado cientista político RN, Oscar Godoy, quien al ser consultado si observaba un desconcierto en la derecha por la “capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).