Pocas veces en la vida política chilena hemos tenido la oportunidad de ver trasvasijes políticos de la magnitud que está protagonizando Joaquín Lavín. El mismo que en El Mercurio escribiera por los años 80 una columna titulada Adiós Latinoamérica en homenaje a un modelo económico chileno marcado por el neoliberalismo que parecía vivir momentos de éxtasis. El mismo que en el 2000 estuvo ad portas de lograr la presidencia del país frente a Ricardo Lagos. El mismo que en sus tiempos mozos, los tiempos en los que no se movía una hoja sin que el innombrable se enterara, tras las bambalinas fue moldeando el país a sus anchas junto a sus correligionarios de la UDI -Guzmán, Longueira, Chadwick, Bombal, Novoa, entre otros-.
Hoy, actual alcalde de Las Condes, una de las comunas de más altos ingresos del país, plantea la necesidad de un gobierno de convivencia nacional, busca salir de la trinchera, aspira recoger elementos propios de la socialdemocracia, y asume la necesidad de una nueva constitución, de un nuevo pacto social apostando por el apruebo en el próximo plebiscito. Las críticas no se hicieron esperar, tanto desde su propio sector y de su propio partido, la UDI, como de la oposición.
No se trata de cualquier personaje. Es un candidato de fuste en cualquier elección, y está posicionado desde hace tiempo en la pole position para la próxima elección presidencial, y gracias a una alta y persistente exposición pública su nivel de conocimiento en la población es alto.
La pregunta es ¿estamos en presencia de un caso de extremo oportunismo político para moverse al compás del viento? ¿O de un sano reconocimiento de una realidad que evoluciona o de que se estaba equivocado? No lo sé.
Quisiera creer que su postura es sincera, que se trata de un reconocimiento de que los ideales que abraza la socialdemocracia no eran tan abyectos como pensaba. Desafortunadamente resulta en extremo difícil creerle, esencialmente por dos motivos. Uno, por tratarse de un candidato a la presidencia bajo un escenario en el que el centro político está huérfano, al menos hasta la fecha de escribir estas líneas. Dos, por militar en un partido, la UDI, que ha sido y es el sostén de un modelo político, económico y social que promueve el individualismo y la competencia exacerbada, atributos que se oponen a los que postula la socialdemocracia, basados en la solidaridad y la justicia entre otros valores. Resulta incompatible su postura actual manteniendo la militancia en la UDI.
En síntesis, si no fuese candidato a la presidencia y si no fuese militante de la UDI su discurso actual podría ser creíble. Pero manteniendo en alto su candidatura presidencial y su militancia en la UDI resulta imposible creer en que su posición frente al plebiscito sea sincera. Más parece una estrategia política inconducente, salvo que la estupidez humana diga otra cosa.
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