Por Marcos Pampillón.-
—¿Y qué haces parado allí frente al Universo?
—Estoy dando respuestas —contesté.
Mi amigo me acompañaba. Sí, estabamos surcando el espacio y luego de haber volado lo suficiente me había detenido casi en seco dejando el juego de crear espacio.
—Un millón de años luz, aproximadamente, fue el tramo esta vez —explicó mi amigo transformando en materia su ridículo sensor atómico: una de las tantas antigüedades pertenecientes a alguna civilización que él solía coleccionar.
—Ventajoso esto de ser dioses, ¿verdad? —comenté.
—Descansemos —dijo mientras generaba un agujero negro cuya fuerza gravitacional nos desplazó a otra dimensión donde había materia. Y allá estábamos ahora, con sendos cuerpos caminando en una playa de arenas azules y un mar color naranja.
—Tus comentarios me llaman al descanso —exclamó mi amigo.
—Tú y tus gustos físicos: ¡mira dónde me has traído! … cuerpos, arena, agua… un paso, después el otro. Tal vez tengamos frío o calor, y también hambre y sueño… ¿¡Qué hacemos acá!? —repliqué algo enfadado.
—Tranquilo, estamos cambiando de juego —me contestó mientras soplando suavemente creaba un bosque de pinos.
—Humm… no es mala idea; pongámonos a la sombra —dije con curiosidad por esa forma de luz atenuada.
El se recostó en la arena y yo opté por evitar contacto con ella: substancia rara… su quietud; de modo que me quedé flotando a cierta distancia del piso.
—Somos, tú y yo, dioses distintos —observó retomando el tema.
En ese momento yo había empezado a interesarme por el cuerpo que ahora tenía, y estudiaba, desde fuera de él, esa rareza: en la parte superior contaba con sensores para detectar la presencia de esa luz tan física, con sus colores y formas; otros sensores capturaban invisibles y limitadísimas ondas sonoras y aún otros aportaban pobre información sobre substancias que se huelen o saborean… en fin… luego, unas prolongaciones que naciendo de una suerte de soporte central, servían unas para andar y las otras para asir cosas, elementalmente, claro está. Todo lo cual, en cierto modo, permitía tener una variedad de sensaciones: una experiencia desconocida para mí.
—Interesante —dije.
—¿Que seamos distintos? —preguntó mi amigo.
—No, me refiero a estos cuerpos. ¿Quiénes los utilizan? —pregunté a mi vez.
—Nosotros, a veces —replicó.
—¡¿Nosotros?! —exclamé.
—¿Por qué no me dejas continuar así lo entiendes todo? —dijo mientras hacía desplazar por el aire un suave rocío de agua del mar para refrescarse.
—¿Y por qué me lo tienes que explicar acá, en esta dimensión y adoptando esta forma de comunicación… ¿elemental?, del habla con sus sonidos y significados; ¡y el tiempo!, sobre todo el tiempo, pues tengo que esperar que termines de hablar para luego responder —repliqué molesto.
—Te dije que estábamos cambiando de juego —contestó.
—Hummm… tus sorpresas —dije mientras probaba el cuerpo empleando sus sensores, triplicando su tamaño (por supuesto que se destrozó, pero creé otro) y daba vueltas en el aire hasta la punta de los pinos.
—Algunos de nosotros solemos jugar en esta dimensión, en cambio tú siempre has optado por aquella otra donde el crear espacio es tu preferencia lúdica. Mi intención es que nos tomemos un amable descanso por estos lugares, sobre los que te puedo dar una idea considerando que de tanto en tanto los he visitado.
—Te voy siguiendo —contesté mientras me valía de los ojos del cuerpo para lanzar un haz refulgente que perforaba una montaña de una isla surta en el horizonte, luego de haber silenciado el mar, pues su ruido me resultaba monótono.
—Entonces —prosiguió—, estos cuerpos los hemos creado para los mortales.
—¡Los mortales! ¿Todavía existen esos? —pregunté mientras transformaba un gran volumen de agua en un cubo de fuego que dejé suspendido en el aire y girando sobre sí mismo a poca distancia de la playa.
—¿Y qué esperabas de estos parajes? —preguntó a su vez.
—No sé —dije—, tú eres el experto. ¿Y cómo es eso de que nosotros utilizamos estos cuerpos? —agregué.
—Para que aprendan a ayudarse —replicó mientras transformaba mi cubo en tres pirámides ardientes unidas en sus vértices, haciendo rotar el conjunto en diferentes direcciones.
—¡Ah!, me gusta la idea —y le pregunté: ¿Y cómo se juega a eso?
—En primer lugar, déjame ponerte al tanto sobre cómo funcionan —y explicó: Parece que llevan su tiempo buscándonos y rechazándonos. Sí, son algo erráticos y cuando viven en el olvido sus vidas se les complican, se pelean entre ellos… en fin, muy densos.
—¿Eso hacen? ¿Se pelean entre ellos? —pregunté al tiempo que miraba hacia el centro del planeta las distintas composiciones de las capas tectónicas.
—Y…, sí. Claro, lo que les sucede es que creen en la muerte —comentó.
—¡Humm!, ya veo; entonces… ¿están fritos? —pregunté curioso mientras observaba cómo ese cuerpo de mi amigo yacía completamente inmóvil sobre la arena con los sensores ópticos en blanco. —¿Estamos cambiando de juego nuevamente? —le consulté.
—No —contesto volviendo a activar la prótesis—. Estaba experimentado cómo sería para ellos eso de que el cuerpo deje de funcionar.
—¡Brillante! —dije, y me puse inmediatamente a experimentar lo mismo.
—¿Qué opinas? —me preguntó luego de unos instantes.
—Opino —respondí—, que no es difícil que pasen hacia nuestro lado, considerando que en ese momento siempre los venimos a buscar.
—Sí, salvo a los que no quieren —añadió él.
—Efectivamente —agregué—, pero claro, el lío se les debe producir a aquellos que, en su tránsito por estos lares, creen que estas formas de tiempo, los cuerpos, son la vida pero sólo inherente a sus personas y no a un plan mayor que las trasciende.
—Algo así —repuso él, y agregó: Además, no tienen problema con no haber estado por acá antes de que apareciera el cuerpo, sino con el hecho de que no van a estar después de que desaparezca.
—O sea, para ellos todo empieza y termina con el cuerpo, pero… ¿qué se creen esos raros especímenes? Claro, ellos viven sus pobres viditas, con sus munditos, y de eso creen que se trata la cosa —exclamé molesto.
—Sí, son muchos los muy profanos que se resisten a asumir la desaparición física; entonces, se hacen los distraídos y viven mal con ellos mismos y con sus pares humanos.
—Y seguramente corriendo como locos por poseer todo lo que les rodea y despojando a otros —repuse mientras experimentaba el soltar de las manos del cuerpo unas naranjas que había hecho llegar desde unos árboles de las antípodas por atracción biomagnética.
—Así es… con varios de éstos. Es como si quisieran inmovilizar el transcurrir de lo físico —repuso él.
—De modo que se hacen los distraídos… —repetí pensativo, luego de volcar sobre la inmóvil arena el jugo que había hecho de las naranjas. ¿Y los que no son así? —pregunté.
—A esos les damos una mano, pero estaremos más cerca de ellos cuando crezcan como hongos —me dijo sin palabras.
—Entiendo —le contesté del mismo modo. ¿Regresamos? —pregunté ya dejando las palabras.
—Sí, pero dejemos estos cuerpos, y algo más, jugando acá para que se mezclen con ellos —me contestó antes del retorno.