Puiggrós, Gentili, Morgade, Diker, Golombek, ¿quién podía estar en contra? Sin demasiada simpatía por las caras y caretas de Víctor Santamaría, sabíamos que Nicolás Trotta llegaba de su mano, para conducir el ministerio que administra los futuros. Y aunque teníamos nuestros reparos, no podíamos dejar de ilusionarnos con cierto cambio de rumbo que pudieran motorizar todas esas eminencias de la progresía intelectual, rodeando cada una de las numerosas e incluso repetidas e incluso absurdas secretarías que fundaron o refundaron sólo para tener dónde ubicar tantas cocardas que no tenían lugar. «Es la Selección del ’82», pensamos cuando leímos la nómina de quienes llegaban al Palacio Pizzurno por distintos caminos. Y hoy tristemente debemos reafirmarlo, «es la Selección del ’82», ésa que nunca funcionó, que nunca se volvió equipo, que nunca hizo historia. Pues aquí estamos, sin Historia, ni Matemáticas, ni Biología, pero con lengua todavía, al menos para pegar un grito de corazón…
¡No tenemos ministerio de educación!
A la sombra de una feroz y ridícula interna entre Trotta y Puiggrós, el primero y la segunda de la cartera que debiera digitar el profundo destino de nuestro país, miles y miles de infancias en los barrios populares continúan a la espera de alguna respuesta certera que al menos intente titubear algún tipo de continuidad escolar, aquí donde no llega la conectividad. Aquí, donde falta invertir todavía el 50% del presupuesto para «Infraestructura y equipamiento», el 53% para «formación tecnológica» y el 67% del «Plan Nacional de Educación Digital». Aquí, donde jamás denostamos a la política, ni a los políticos per se, porque sabemos a dónde nos llevan cuando nos «antipolitizan», a fuerza del odio. Nos llevan sus propios abismos, a odiarnos a nosotros mismos. Por eso ni siquiera nos montamos al debate sobre dietas o salarios de la estructura estatal, aun cuando nos resulta costoso imaginar cómo conciliar el sueño percibiendo tanta guita pública para elucubrar garantías que ni ensayaron. Ahora bien, saldado el reconocimiento a sus trayectorias y la calidad humana que nos consta en algunos casos, no cabe sino la interpelación a ese ministerio clausurado y la invocación a cierta vergüenza que impida naturalizar la desidia, para matizar la dimensión de su inevitable secuela: barrios y barrios, en situación de «sin escuela».
Todas y todos en ese ministerio siguieron percibiendo los mismos ingresos. Todas y todos en ese ministerio tienen una riquísima formación y absoluta conciencia de lo que implica semejante nivel de abandono al sector más jodido de la sociedad. Todas y todos en ese ministerio amanecen hace 4 meses abocados a pensar en «cuarentena y educación». Todas y todos en ese ministerio nos pidieron «levantar la voz», si efectivamente su labor no mejoraba la nuestra. Todas y todos en ese ministerio decidieron que fueran Morgade y Gentili quienes visitaran Zavaleta para poner sus herramientas a disposición, en el comedor del Negro. Y el Negro ya se contagió. Y el Negro ya la luchó. Y el Negro ya se murió… ¡Pero nunca más los vio! Absolutamente nadie de todo ese ministerio nos llamó ni para gestionar, ni para preguntar. Ninguna, ninguno, se acercó. Ni siquiera para darnos un pésame. Ni siquiera para decirnos por qué no llegaron los cuadernillos a nuestros barrios. Ni siquiera para ver cómo defendían la «educación por televisión» ante comunidades que pasan sin luz la mayor parte de cada semana. Ni siquiera para explicarnos por qué dieron de baja el proyecto que nosotros mismos presentamos y ellos mismos aprobaron, para imprimir una edición especial de cuarentena que tradujera los contenidos curriculares a la realidad de tantos estudiantes «desconectados», dándole laburo a la economía popular, dándole jerarquía a sus propios saberes. Y fundamentalmente dándonos la certeza de hacerlos llegar hasta donde no llegó ninguna, pero ninguna, pero ninguna medida que facilitara la posibilidad de estudiar, a quienes Internet nunca conoció.
«Los que pueden» tienen clases.
Y «los que no pueden», no.
Hoy, Trotta nos clava el visto. Puiggrós nos dice que no tiene «nada que ver con la dirección del ministerio, ni con el manejo que dispone de sus fondos» y que por eso mismo ya tiene la renuncia escrita sobre su escritorio, pero no la presentó «a pedido del presidente», aunque «será indeclinable, si no se cambia radicalmente la orientación». Gentili dice que se odia, porque «nos imbeciliza la función pública». Y Morgade dice que justo tiene un zoom, pero que igual está «muy conmovida». Y mientras tanto, todo ese inmenso palacio de mármol y pisos lustrados se ha vuelto un sucio ring de egos que no tiene una sola respuesta para los intubados de la desigualdad, cuya única vacuna probable se volvió un privilegio: el derecho inalieanable al colegio.
Hace 4 meses, les propusimos una publicación impresa dirigida exclusivamente a los barrios populares, contemplando no solamente los contenidos curriculares, sino también las estrategias de distribución y seguimiento, acercándoles hasta ingenuamente una buena respuesta para cuando alguien les hiciera esta simple pregunta: «Che, ¿ustedes qué carajo hicieron todos estos meses con los pibes que no tenían web?». Pues ahora somos nosotros quienes hacemos esa pregunta, mientras Trotta desembolsa su imaginación en los medios de comunicación, afirmando con total descaro y ningún respaldo de la verdad, que «9 de cada 10 niños ven a sus maestros una vez por semana». ¿Cuánto hace, ministro, que usted no pisa un barrio popular? De mínima, 4 meses, porque ninguna persona que haya invertido 40 segundos en caminar medio pasillo de cualquier barriada podría sostener semejante barrabasada, mientras esquiva repartidores de 7 años, mantas con útiles en venta, ventanas con juguetes usados en oferta o manitos manchadas con poxirrán…
Dese una vuelta y confirme, las estadísticas que le dan.
Al día de hoy, hinchados los huevos, explotados los ovarios, la única respuesta que obtuvimos de semejante tropa de iluminados apretujados en su cartera ha sido «disculpas». O ni siquiera. ¿Y entonces? ¿Gritamos más fuerte? ¿A quién jodemos? ¿Nos enojamos, nos resignamos, nos alineamos? Naaa, nos organizamos como lo hicimos toda la vida, para seguir apagando los incendios que los funcionarios involuntarios apenas intentan ocultar, mientras abrazamos el ejemplo inconmensurable de las maestras y maestros villeros, la grandeza de nuestros pequeños, el rol ivaluable de las cooperadoras devenidas en cooperativas y la dignidad que puja desde la base de todos los gremios, para transformar la impotencia en creatividad. O para denunciar la impunidad tantas veces como haga falta, aunque sólo nos vuelva el eco, aunque la Selección no se represente ni a sí misma, aunque siempre, pero siempre perdamos. ¡Vamos! Hoy lanzamos una nueva campaña por acá y por todas las redes, por las nuestras y por las de ustedes, para poner en marcha nuestro propio programa de conectividad, financiado una vez más por la solidaridad que nos mantuvo vivos durante todos estos aluviones, jugando nuestras verdades, a pesar de sus guiones. Artistas, pymes, futbolistas, laburantes, desocupados y hasta jubilados estarán dándole forma al proyecto que muy pronto podrán ver y tocar, porque nunca nos pudieron detener y porque nunca nos podrán silenciar. Ojalá tengan ganas de colaborar, incluso quienes incumplieron sus responsabilidades como empleados públicos, incluso quienes desestimaron nuestra capacidad de hacernos ver, ¡incluso quienes todavía sientan que deben cumplir su deber!
Fuimos nosotros y nosotras, entre muchísimos otros y otras, quienes reconocimos los fundamentos humanos y académicos que fortalecían la nueva era de la educación, tras 4 años de saqueo en malón, esa «nueva campaña del desierto» que alguna vez Esteban Bullrich nos anunció, con el mismo cinismo que finalmente la ejecutó. Y sí, por eso echamos a los empresarios. Y no, para esto no los designaron funcionarios. Ni sueñen que tibia o mansamente nos pongamos a trabajar en sus propias tareas, como si no fueran parte del problema, como si bastaran los diplomas colgados en la pared o como si nos cabiera cubrirlos en el Estado, autogestionando nuestra educación, cuando lo han dejado absolutamente anulado con su inacción, ¿o por qué no los vemos? Pues los expondremos tantas veces como haga falta, hasta que dejen de exponernos, porque falta voluntad, o falta capacidad. Y si no, ¡háganse cargo! Activen. Respondan. Embárrense. O debatan, pero nunca más intenten borrarnos del mapa, como si no tuviéramos derechos, como si fueran superiores por los cargos que nuestro pueblo les dio o como si no hubieran llegado hasta ahí flameando la bandera de Paulo Freire. Todos esos «saberes mal jerarquizados» hoy dejan apellidos célebres ahí postrados, mientras la comunidad inventa y reinventa por su cuenta, todas las respuestas que no supieron dar: cuéntenla como quieran, ¡pero pónganse a laburar! Y así será más fácil escuchar lo que gritamos, ya que no lo quieren ver.
Ustedes que tienen zoom, ¡quizá pueden aprender!
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