Es esta primera entrega: el rol de las organizaciones comunitarias y Derechos Humanos en los territorios del conurbano bonaerense.
Por Escuela Popular San Roque | Ilustraciones: Ailén Goyanes
* El siguiente artículo contiene lenguaje inclusivo (x) por decisión de los/as autores/as
Al momento de escribir esta nota contamos 126 días desde que comenzó a regir la medida de ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) por el Covid-19 en la provincia de Buenos Aires.
Desde la Escuela Popular San Roque y la Radio Pocas Pulgas entrevistamos a diferentes trabajadorxs de 15 organizaciones comunitarias de barrios populares de la zona noroeste del Gran Buenos Aires pertenecientes a la RAE (Red de Organizaciones Comunitarias y educativas), Red de Centros Educativos Comunitarios y Red El Encuentro, todas nucleadas en InterRedes (*). En medio del trajinar cotidiano nos compartieron miradas y sentires sobre cómo están atravesando esta etapa en cada uno de sus espacios y en conjunto con la comunidad. Queremos que conozcan la tarea monumental que llevan adelante cientos de organizaciones comunitarias que, basadas en la presencia y la ternura como principios políticos pedagógicos, buscan preservar un piso de dignidad humana en un contexto inédito.
“El rol de los centros comunitarios es responder a las necesidades del barrio. Nos pusimos eso al hombro y acá estamos”
Patri. Centro Comunitario Para todxs todo, Barrio Rafael Obligado, San Miguel.
Las organizaciones comunitarias en sus diferentes expresiones (centros comunitarios, apoyos escolares, escuelas populares, centros de infancia, etc.) se caracterizan especialmente por ser parte y trabajar en conjunto con la comunidad a la que pertenecen. Son espacios del barrio, que además de brindar propuestas pedagógicas, educativas, recreativas, lúdicas, se organizan para responder a sus necesidades, asistir y contener. Basan su tarea educativa en la presencia y en la ternura como principio político y pedagógico. Este principio explica en gran parte que estas más de 200 organizaciones de todo el conurbano hayan coordinado sin una definición centralizada un tipo de respuesta solidaria similar para acompañar y sostener una labor esencial: la atención a la emergencia alimentaria y escolar, sin descuidar nunca lo humano en el más amplio de los sentidos. Gracias a la reflexión sensible, permanente y colaborativa sobre la práctica de los equipos, y al fortalecimiento del trabajo articulado en red, pudieron dar respuestas creativas y adecuadas a las problemáticas muy particulares que emergen del aislamiento en los sectores populares. Con una sorprendente capacidad de adaptación, fueron cambiando para estar presentes, ofreciendo alimento, recreando los vínculos y narrando colectivamente esta experiencia.
Las experiencias de las organizaciones comunitarias recopiladas en esta nota, arraigadas en los barrios populares de San Fernando, San Isidro, Tigre, Vicente Lopez, Olivos, José León Suárez, San Martín, Virreyes, San Miguel, Moreno y José C. Paz, dan cuenta de cómo durante el aislamiento obligatorio, las problemáticas y necesidades se multiplicaron, y se sumaron -o profundizaron aún más- a las que ya existían en el conurbano bonaerense; región que en diciembre de 2019 contaba con un 51% de su población bajo la línea de pobreza (Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina).
En estos barrios, los vecinos y las vecinas pertenecen casi en su totalidad, al sector del trabajo informal no registrado. Son trabajadoras domésticas por hora, cocineras, empleadas de maestranza, changarines, plomeros, albañiles, cartonerxs. Todxs vieron afectados drásticamente sus ingresos y en muchos casos los dejaron de percibir. Como afirma Rocío, coordinadora del Centro “Niño Dios” (Rincón de Milberg), cuando emerge una crisis social, económica y sanitaria de tal envergadura ellxs “son los primeros que caen”. La incertidumbre y las angustias generalizadas en las familias y las organizaciones no se hicieron esperar por la baja abrupta en sus ingresos ya deteriorados durante el macrismo. Empezó a complicarse seriamente el acceso al alimento y a otras necesidades vitales como los servicios básicos, la ropa de abrigo, zapatillas, frazadas, colchones, medicamentos y artículos de limpieza no sólo para poder llevar a cabo las medidas de prevención. Comenzó a estar en juego la mera subsistencia.
Por eso, el “quedarse en casa” tan necesario, es un pedido noble pero difícil de sostener cuando la casa y el barrio se vuelven territorios donde todas estas tensiones se encuentran y se complejizan. Yani, de “La Casita” (Vicente López) nos cuenta que “lo del cansancio, si bien a todos nos pasa, en estas situaciones habitacionales todo se intensifica. A veces son muchas familias compartiendo espacios muy reducidos. Ahora empieza el invierno, el frío y la lluvia, algunas casas se llenan de humedad o inundan”. Aislamiento obligatorio más condiciones de vida indignas: falta de ingresos, mala alimentación, hacinamiento y otros etc. más, componen una ecuación que puede poner en jaque el bienestar de cualquier familia. Por si esto fuera poco, “los centros comunitarios, como las escuelas, funcionamos como ordenadores de las familias. Al recibir a lxs niñxs, les dábamos un espacio a las mamás para ir a trabajar o hacer changas, y ahora todo eso se frenó. No sólo se tienen que ocupar de las necesidades de lxs chicxs sino de rebuscárselas para poder llevar el pan” concluye Yani. No obstante, tanto por arriba como por abajo, la solidaridad empezó a moverse para traer algo de alivio. Por un lado, muchas familias han sido beneficiarias del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), la Tarjeta Alimentar y las extensiones de la AUH. Por otro lado, como veremos, en momentos así la solidaridad popular emerge con miles de ollas y meriendas y se las arregla para sostener y cobijar con poquito y nada.
En este contexto, la situación de los niños, niñas y adolescentes se volvió en extremo compleja. A las problemáticas familiares previas, el aislamiento sumó novedades: la interrupción de todos sus lazos sociales y la reconversión a una escolaridad en modo “emergencia” muy insuficiente y sesgada. Naturalmente se alteraron sus rutinas y surgieron nuevas necesidades que ni lxs adultxs a cargo, ni las organizaciones comunitarias pueden acompañar del todo. Sabrina, coordinadora del Centro Santa María (San Isidro), nos cuenta que “desde el principio notamos una problemática que se fue profundizando con el tiempo, ligada al aburrimiento de los niñxs y a la paciencia de lxs adultxs para sostenerlo y entretenerlos. Aparecen mucho las pantallas. Los chicos y chicas se fueron mostrando cada vez más desganados para hacer la tarea, ni quieren acceder a hacerla”. Es que, como relata Gisell de Centro Ceferino (San Fernando) “los pibes quieren salir de sus casas. No por lo que el común de la gente pensaría, porque son rebeldes adolescentes, sino porque la situación de las casas hierve. Muchas situaciones rodean todo el tiempo el maltrato, entonces es difícil pedirles paciencia y que se queden en la casa. Ahí nosotros intervenimos para que salgan a pasear un rato con el barbijo puesto, para soltar. Se trata más de pensar estrategias de cuidado que de obligación”.
Estas preocupaciones y la imposibilidad muchas veces de poder resolverlas recrudecen problemáticas preexistentes en los barrios. Luz Aramendi del Centro Comunitario CreSer (José León Suárez) agrega que se alcanzó tal “necesidad económica que genera mucha tensión y muchos problemas. Las familias sienten más inseguridad que antes, hay muchos tiroteos entre bandas. Y a esto se suman los casos por violencia de género”. Según el Observatorio MuMaLá “Mujeres, disidencias y derechos”, entre el 1 de enero y el 31 de julio del 2020, hubo en Argentina 160 femicidios. La mayoría de los casos (97) se produjeron durante la cuarentena. En el 68% de los casos, el crimen ocurrió dentro de la vivienda de la víctima, en el 76% de los casos, el femicida era su pareja, su ex-pareja o un familiar, y un 70% de los casos ocurrieron en la provincia de Buenos Aires. Estas cifras nos alarman sobre el accionar deficiente de las políticas públicas en materia de prevención y acompañamiento y visibiliza aún más la situación de vulnerabilidad de muchas mujeres que, al día de hoy, están transitando el aislamiento obligatorio con sus agresores.
“Nunca pensamos en dejar de cocinar”
Marcela. Centro Comunitario Rodolfo Coronel (Cuartel V, Moreno)
El aumento de la necesidad de alimentos fue notorio en todos los barrios. De la entrega de viandas para cada niñx anotadx, se pasó a la entrega de viandas a grupos familiares enteros y a otros vecinos y vecinas que estaban pasando necesidad. Espacios de jóvenes, como el Gallo Rojo (Barrio Rafael Obligado, San Miguel), que brindaban talleres, tuvieron que “redefinir áreas prioritarias de trabajo en base a las necesidades de la gente del barrio y de nuestrxs jóvenes, por ejemplo, la entrega de viandas, que antes no hacíamos”, nos contó Mimi, educadora del centro. Otros centros introdujeron novedades para “seguir estando presentes con las familias de formas que nunca nos habíamos imaginado” nos dice Alejandro de Caacupé (San Fernando), cuando nos cuenta que se abrió “un servicio nocturno que están llevando adelante unas compañeras con la ayuda de nuestra parroquia, y que están cocinando para los mayores adultos, están llevando las viandas casa por casa”.
Algunas organizaciones de barrios con circulación comunitaria del virus, por seguridad, tuvieron que reconvertir el servicio alimentario diario a una entrega de bolsones de mercadería semanal o quincenal. Este sistema implicó mucho mayor presupuesto, y la creación de campañas solidarias de donación para poder costearlo..
A pesar de este panorama, la solidaridad vecinal se organiza y se traduce, como dice Sergio de Nuestro Lugar y Crecer (San Fernando), en miles de “ollas populares y merenderos como estrategia para sostener lo alimentario.” Estos espacios rebrotaron en las esquinas de cada barrio y, en muchos casos, articularon con las organizaciones y los merenderos para garantizar todas las raciones diarias de alimento, todos los días de la semana.
Agradecimientos para lxs compañerxs Fernando Neo de La Loma (Vicente López), Luz de Creser (San Martín), Pablo de Los del fondo (Tigre), Sergio Vargas de Crecer y Nuestro Lugar (San Fernando), Patri de Para Todxs Todo (Barrio Obligado, San Miguel), Marcela del Rodolfo Coronel (Cuartel V, Moreno), Lucy del Lagarto Juancho (Barrio Vucetich, José C.Paz) Mimi del Gallo Rojo (Barrio Obligado, San Miguel), Alejandro del Centro Caacupé (San Fernando), Gisell del Ceferino (San Fernando), Rocío del NIño Dios (Rincón de Milberg), Sabrina de Santa Maria (San Isidro), Yani de La Casita (Vicente López)
(*) InterRedes, es una Red de Redes, compuesta hoy por 6 Redes: Red El Encuentro, Red Andando, Coordinadora de Jardines Maternales de la Matanza, RAE (Red de Organizaciones Educativas y Comunitarias), Colectivo de a Pie y Caritas San Isidro. InterRedes integra 210 organizaciones sociales y comunitarias, con fuerte trabajo territorial en el Conurbano Bonaerense, en las que participan 21.250 niños, niñas, adolescentes y jóvenes. 2500 educadores comunitarios están a cargo de las tareas necesarias para sostener los centros y las redes.. Trabajan articuladamente desde hace más de 25 años con niñas y niños desde bebés hasta jóvenes en contextos de pobreza. Es el objetivo fundacional de la InterRedes la incidencia en la Política Pública de Infancia, adolescencia y juventud a través de acciones en articulación con el Estado Provincial y Nacional. Vienen desarrollando procesos significativos que han dado como resultado la reformulación del programa de Unidades de Desarrollo Infantil, consolidando una modalidad de atención a la infancia, la adolescencia y juventud que se caracteriza por la integralidad, la participación y el protagonismo de la comunidad en los diversos aspectos de la vida de los centros