Barack Obama, presidente de los Estados Unidos de América, pidió en entrevista televisada por la cadena ABC este viernes 27, que los padres centroamericanos no envíen a sus hijos a la frontera con su país, porque en el camino les pueden pasar cosas muy malas, como «caerse del tren”.
Lo dice como si se tratara de mandar a tu hijo a comprar pan a la tienda de la esquina y le dijeras: «mira bien para ambos lados antes de cruzar la calle”, como si fuera un opción entre otras, o como si fueran realmente los padres centroamericanos los que estuvieran enviando a sus hijos a la frontera con los Estado Unidos: «ve, hijo, juégatela a ver si llegas al sueño americano que yo desde aquí oraré por ti”.
No se sabe si el presidente norteamericano es ingenuo, está mal informado o, simplemente, los norteamericanos están fuera de la realidad de este mundo, y él no es más que el reflejo de esa mentalidad.
Niños centroamericanos están llegando, en efecto, por miles a la frontera entre México y los Estados Unidos, la mayoría de Guatemala, El Salvador y Honduras, muchos de ellos menores de 13 años, y ya suman más de 52,000 en los últimos nueve meses.
No salen enviados por sus padres sino expulsados de sus países de origen, en donde priva una realidad de pobreza y violencia que crea un coctel explosivo en el que no solo ellos no pueden vivir.
Se van los que han logrado llegar a la edad para poder movilizarse por cuenta propia, aunque sus fuerzas pueden estar menguadas tanto física como intelectualmente, porque la mitad de ellos han sufrido desnutrición antes de los cinco años, lo que los deja mellados para toda la vida.
Se van porque hasta el 60% de los que aún no han cumplido los 15 años realizan algún tipo de trabajo para ayudar en sus hogares paupérrimos, en donde la prole se muere de hambre sin que tengan acceso a hospitales ni clínicas, pues los sistemas de seguridad social no funcionan.
Se van porque viven en países en donde, al terminar la escuela primaria queda solo la mitad de los que lograron entrar a escuelas pobres y con profesores mal preparados.
Se van porque en sus países son perseguidos por pandillas que los quieren reclutar e incluir en un círculo de violencia que solo termina con la muerte; porque son víctimas de redes de tráfico de personas, de drogas y armas. Ellos y las mujeres son las víctimas de un sistema siniestro que los devora y no les deja ninguna perspectiva.
Salen huyendo de todo eso, y escogen el camino que miles de hombres y mujeres adultos ya han tenido que tomar antes; recorren caminos ya hollados, en donde prevalecen mafias que los secuestran, los matan, trafican con ellos o los utilizan sexualmente.
Nadie «los manda” a ese infierno, menos sus padres o sus madres, como cree el presidente Obama, sino que son víctimas de una situación insoportable que los anquilosados y reaccionarios grupos dominantes de sus países no solucionan, y a la cual los mismos Estados Unidos han contribuido de diversas formas y en diferentes momentos.
Por más llamamientos de Obama las cosas no mejorarán para los Estados Unidos. Como en Europa, en donde cada vezsonmás los que intentan cruzar a como dé lugar el mar Mediterráneo, a los Estados Unidos llegaran cada vez más oleadas de migrantes que no tienen nada que perder, desesperados, no buscando ningún»sueño americano” sino simplemente sobrevivir, tener qué comer, tener algunos dólares para enviar de vuelta a casa para que los que no pudieron salir tengan algo que llevarse a la boca.
En un mundo cada vez más desigual, Centroamérica es el culmen. No hay que buscar estadísticas ni sesudos estudios, basta con abrir la puerta de la casa o darse una vuelta por el barrio para que la realidad salte a los ojos. Obama, claro, abre la puerta, ve el prado de la Casa Blanca y no se entera.