Porque aseguraría lo más básico: la subsistencia. Y ello tendría enormes consecuencias físicas, psicológicas… individuales y colectivas.
Esta nota es la primera parte de la intervención de la autora dentro del acto virtual titulado Renta Básica Universal e Incondicional, un derecho pendiente, organizado por el Centro de Estudios Humanistas Nueva Civilización el pasado 23 de julio.
Si no está asegurada la subsistencia, el resto de los derechos sobran. Necesitamos asegurar que el cuerpo, que el soporte en el que habitamos, pueda vivir y esté sano.
Y una renta básica universal, incondicional, individual y suficiente, permitiría asegurar esa base primera, imprescindible para sobrevivir y además pondría el piso para poder poner en práctica el resto de los derechos y que no se queden, para la mayoría de la población a nivel planetario, en un escrito, recogido en una Declaración fantástica llena de buenas intenciones.
Hemos de ser serios. Si nos declaramos defensores de los derechos humanos, hemos de ver cómo implementar mecanismos para llevarlos a la práctica.
Hasta aquí nos ha traído, en el mejor de los casos, la caridad. Está bien, la caridad ha asegurado y sigue asegurando que un buen número de personas puedan comer (no todas las que pasan hambre, por cierto. No en todo el planeta, por cierto) aunque los gobiernos, presos del gran capital internacional, traten en ciertos casos y como pueden, de legislar para que esas migajas que el capital deja caer se repartan de manera lo más justa posible.
Los derechos humanos como superadores de la caridad que nos ha traído hasta aquí
Pero si hablamos en serio, hablemos de derechos.
Para hacerlo, lo primero que hemos de cuestionar es la concentración de la riqueza, una riqueza que se acumula de modo escandalosamente inmoral, en manos de unas pocas manos mientras la mayoría pasa hambre, mientras la mayoría de la población a nivel planetario no tiene condiciones mínimas de vida digna porque quienes acumulan esa riqueza les arrebatan esas condiciones. Es absolutamente inmoral que un solo ser humano, uno solo, pase hambre en este momento con la cantidad de riqueza que hay.
De implementarse una renta básica universal, se terminaría de golpe con el hambre en el mundo y, por cierto, se comenzaría a poner en práctica, a desarrollar los artículos 22. 23 y 25.1 de la Carta de DDHH de Naciones Unidas.
Sería un paso en la redistribución de la riqueza y, como consecuencia, ganaríamos en justicia social.
Pero además de terminarse con el hambre en el mundo, una renta básica permitiría que otros derechos pudieran avanzar en todo el planeta: el derecho a la salud, a la educación, a una pensión en la vejez…
Es decir, avanzaríamos ostensiblemente en contar con las mismas oportunidades para todos… Y con ello, ganaríamos en libertad.
Como ven, se produciría un efecto dominó que afectaría a la puesta en práctica de otros derechos, que como todos sabemos hoy son papel mojado para la mayoría de la población a nivel planetario.
Si tenemos asegurado el derecho a la subsistencia (comida, agua, techo, energía… ), tendríamos libertad para negociar un empleo, por ejemplo.
Imagínense cómo cambiaría la situación de las mujeres, no solo porque no tendrían que depender, por ejemplo, de una pareja o ex pareja (a veces maltratadora, por cierto), que ya es mucho, sino porque se les reconocería el aporte impagable del trabajo de cuidados que desarrollan y que habitualmente no está pagado, y cuando lo está, lo está pesimamente. Un trabajo, el de cuidados, imprescindible para la vida. Un trabajo que desarrollan habitualmente las mujeres y las niñas, también las niñas.
Imagino, espero que los grandes defensores del empleo no pensarán que los niños también tienen que desarrollar un empleo para dignificarse o bien para que merezcan sobrevivir
Y aquí entramos en el capítulo del trabajo infantil. Hablábamos del trabajo de cuidados, desarrollado en no pocas ocasiones por niñas.
Pero además está el empleo desarrollado por niñas y niños. Me refiero al trabajo infantil.
Imagino que los apasionados defensores del empleo como medio de subsistencia (porque lo contrario genera vagos -opinan- o porque el empleo es lo que dignifica al ser humano, etc. ) Decía que imagino, espero que los grandes defensores del empleo no pensarán que los niños también tienen que desarrollar un empleo para dignificarse o bien para que merezcan sobrevivir.
¿O es que cuando los niños no son blancos, o no han sido engendrados en ciertas zonas del planeta deberían tener menos derechos?
¿Podemos imaginar por un instante, solo por un instante, cuántas oportunidades se le abrirían a un niño que está empleado por un plato de comida, o que se le paga menos de un dólar al día por trabajar 10, 12, 14, 16 horas… de contar con una renta básica?
¿Qué oportunidades se le abrirían a una niña que hoy se ve obligada a casarse con un hombre, que le dobla, le triplica o más la edad, y que queda embarazada nada más tener la posibilidad natural de que ocurra? ¿Qué oportunidades se le abrirían a esa niña si tuviera medios, si tuviera la subsistencia asegurada desde su nacimiento?
Porque todo esto del matrimonio infantil, con todo el relato de que es un hecho cultural, pareciera que se justifica. Y claro que es cultural, que no es natural, son prácticas culturales, sí, pero que se apoyan en gran medidas en la pobreza, en la miseria de la niña que está condenada a casarse porque su familia no puede mantenerla o porque, de este modo, su familia puede comer.
¿Se imaginan si a todos esos niños se les diera la oportunidad de desarrollarse en plenitud, como seres sagrados que son?
Pero dejemos este capítulo, tan doloroso en la historia del ser humano, y en el cual desgraciadamente estamos y que tanta riqueza produce, por cierto, para nombrar algunos otros derechos que podrían desarrollarse por la implementación de una renta básica.
…sin el derecho a la subsistencia, todos los demás derechos están en cuestión.
Hablo del derecho a la libertad de pensamiento y creencias, a la libertad de expresión, a la libertad de información… todos condicionados si no tenemos la subsistencia asegurada.
Como ven, sin el derecho a la subsistencia, todos los demás derechos están en cuestión.
Podríamos nombrar otros derechos también: el derecho a la reparación histórica y aquí además de mujeres, niños, hemos de hablar de pueblos enteros, regiones enteras del planeta. Pueblos esclavizados, expoliados, pueblos condenados a nacer, crecer, malvivir y morir en medio de guerras que facilitan ese expolio, que los condena a la miseria, la enfermedad y la muerte.
¡Cómo cambiaría la vida de todas estas poblaciones de tener la subsistencia asegurada!
Amigas, amigos, la riqueza -que crece y crece cada día más, por el aporte de todas y todos-permitiría que toda la humanidad viviera en condiciones de vida digna, con mayores oportunidades para todos en todos los campos, con mayor justicia social y mayor libertad. Ello nos ayudaría como sociedad planetaria que somos a comenzar a construir el mundo al que aspiramos la mayoría de las personas.
Parte de esa aspiración quedaba reflejada en un papel en 1948. Esa Declaración de Derechos Humanos puede comenzar a concretarse para toda la Humanidad, si comenzamos por asegurar su subsistencia. Y ello puede llevarse a cabo con una medida como una renta básica universal incondicional individual y suficiente
Eso es posible hoy. Hay riqueza suficiente, más que suficiente, una riqueza que es de todas y todos.
Aquella declaración de intenciones, la Carta de DDHH, no habla exactamente del mundo ideal al que aspiramos pero, de concretarse, se estaría comenzando a escribir el primer capítulo de ese mundo. Un mundo en el que el ser humano pueda mirar su pasado y comprender que fue un error de cálculo que unos pocos se apropiaran de los que es de todos, y que apueste por reconciliarse con su propia historia; un mundo en el que cada ser humano desarrolle el Propósito que considere le hace sentir pleno y desde el cual pueda aportar más a la comunidad, a la construcción del nosotros, un mundo distenso, un mundo más lúcido, con un nivel de conciencia más alto, un mundo noviolento, un mundo a la altura del ser humano… El mundo que anhelamos y que, por cierto, nos merecemos.