Para esto es clave que los medios alternativos más antiguos y los nuevos abran espacios a tantos periodistas desocupados pero motivados que andan por ahí. Pero esta interacción dependerá también de nosotros.
¿Y si las cosas no fuesen lo que parecen?
Pongámosle, como a veces se dice, el caso de nuestro “democracia”. Todos/as (o casi) estaríamos de acuerdo en que pese a la gravedad de la crisis social y política de nuestro país -y pese al pulular de militares armados por las calles- no estaría en juego nuestra mentada institucionalidad. Después de todo, vemos a los/las Honorables discutir y votar, a los violadores del toque de queda llevados detenidos a cárceles de domicilio conocido y algunos, sólo algunos, de los presos detenidos en las protestas mandados a su casa en espera del juicio.
Pero, ¿qué diría usted si le dijera que bajo nuestra nariz podría estar en pleno desarrollo la implementación de un golpe militar 2.0? ¡No será un poco exagerado!, dirá usted. Ni tanto.
Esto es, dicho sin pelos en la lengua, lo que infieren una docena de connotados académicos y académicas especialistas en temas militares que hace pocas semanas expresaron su preocupación a la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados y que posteriormente -con ocasión del envío de fuerzas militares a La Araucanía- emitieran una declaración respecto a los riesgos que suponen las diversas iniciativas legales que impulsa, en plena pandemia, el gobierno de Piñera.
No se trata de un solo un proyecto de ley. Serían por lo menos cinco: el “Sistema de Inteligencia del Estado; proyecto de Infraestructura Crítica; el que limita la Cooperación del Estado con la Corte Penal Internacional (CPI), el proyecto que establece un nuevo sistema de compras e inversiones de las capacidades estratégicas de la Defensa Nacional y el decreto que regula el uso de la fuerza”.
“…Vistos en su conjunto, constituyen un riesgo para el control civil de la defensa, perpetúa el rol de las FF.AA. en el orden interno, y debilitan lo que debe ser un Estado democrático de derecho.” concluye el autodenominado Grupo de Análisis de Defensa y Fuerzas Armadas (GADF), la mayoría académicos/as de prestigiosas universidades chilenas.
Ni más ni menos. Con agentes encubiertos de las policías, los militares y la agencia de inteligencia (ANI); espionaje sin permisos judiciales; el enemigo interno nuevamente en la mira de los militares, y así siguiendo. Todo gatillado por supuesto, por las masivas protestas que comenzaron el 18 de octubre y con la evidente intención de neutralizarlas.
El pequeño detalle, es que todo parece indicar que éstas se reanudarán con fuerza, lo que -sin cambios mediante y con estas leyes en vigencia (un par de ellas ya han avanzado en el Congreso- sólo hacen vislumbrar una masacre. ¿También le parece exagerado? Pues no sería el único.
Es también la percepción, entre otros/as, del colega Manuel Cabieses en una reciente columna, digital claro, ya que como todos/as sabemos la legendaria Punto Final tuvo, una vez más, que abandonar las prensas, que sin embargo agrega que, quizás, no todo estaría perdido. “El gobierno y la clase política, sin duda, no son idiotas. Saben que se aproxima una tormenta social. Sin embargo, parecen estar confiados en que las FF.AA. y policiales -como siempre- se harán cargo de liquidar a sangre y fuego el reventón social.
Las dispersas fuerzas del cambio están obligadas a hacer un enorme esfuerzo por organizarse, dotar de conducción al movimiento, recuperar la amplitud social que permita evitar una masacre y hacer prevalecer la razón mediante una verdadera Asamblea Constituyente.”
¿Y qué papel podríamos nosotros/as asumir en esa magna tarea? En este paisaje periodístico escandalosamente monopólico, con la gran mayoría de los periodistas con trabajos eventuales y precarios, con la población embrutecida y enredada entre matinales pseudopolíticos y redes sociales que parecen replicar sólo temores y rumores. Pues ¡hacer lo que sabemos hacer! pero hacerlo de maneras radical y completamente distintas.
Sacarnos de la cabeza esto del éxito formal, del trabajo asegurado y muy bien remunerado, de los “golpes” periodísticos y construir un tejido de esfuerzos humanos que potencie los pocos y atomizados medios independientes que hay, los nuevos que están a la vista y por qué no hasta los nuevos que habrá que fundar.
¡Si son 200 las radios comunitarias que funcionan a través del país: 99 las señales de TV locales en VHF y UHF y 57 los nuevos canales -entre ellos 5 de carácter comunitario -que están preparándose para transmitir televisión digital: de igual manera, ¡no son pocos los medios de periodistas jóvenes (Piensa Prensa, Prensa Opal, etc.) que nos mostraron el verdadero rostro -muchas veces ensangrentado- de Plaza Dignidad y que sobreviven en las redes! Y los casi heroicos que siguen a duras penas alumbrando, como CIPER, El Desconcierto, El Ciudadano y el más nuevo Interferencia. Por no mencionar las docenas de podcasts y transmisiones en Facebook y YouTube de las asambleas territoriales y otros grupos que alimentan estómagos y almas a lo largo del país.
Estos medios son sólo eso, medios, NO son suficientes: necesitan completarse coordinándose entre ellos, potenciarse mutuamente, saliendo a los quioscos, irradiando sus ondas hasta llegar a los almacenes de barrio o a los livings de las poblaciones. No sólo al celular o la computadora del activista o intelectual. Sólo así podrán distinguirse en el mar tormentoso de los matinales de la TV abierta y las redes.
Para esto es clave que los medios alternativos más antiguos y los nuevos abran espacios a tantos periodistas desocupados pero motivados que andan por ahí. Pero esta interacción dependerá también de nosotros. Buena señal en esta dirección de convergencia es el apañe que ha brindado el Colegio de Periodistas a los medios independientes para poder ejercer su labor frente a la arremetida represiva y censuradora del gobierno.
¿Qué nos impide a nosotros/as periodistas formales y colegiados crear cooperativas para proveer contenidos para estos medios alternativos o equipos para hacer periodismo investigativo, aunque tengamos que hacerlo por un tiempo -quizás no corto- de manera voluntaria? ¿Tenemos acaso otra opción?
Es verdad que habremos de incorporar el derecho a la comunicación y políticas públicas adecuadas en una Nueva Constitución y podrá haber apoyos públicos sustanciales a los medios independientes. Pero para eso, falta un rato, y largo.
Hoy nuestra tarea es tejer esa amplitud social capaz de detener la masacre y obligar que se siga el sendero que el pueblo ya trazó. Nuestra tarea es imaginar e implementar, codo a codo, tecla a tecla, esa convergencia periodística que pueda servir de espacio de diálogo realmente pluralista, de brújula en estos duros momentos, en esta nueva aurora de Chile.