Esta vez les traigo un tema de mucha actualidad.
“¿En qué vamos, subte o colectivo?” le pregunté a Yanushka Adalberto Manuscrito del Rincón Fernandez, mi marido.
“En cucaracha”, respondió con toda naturaleza.
Lo miré con una sonrisa en mis labios. Él permaneció serio. Hizo un ademán con la cabeza y agregó con desinterés, “mirá”. Miré por encima de mi hombro izquierdo y, para mi sorpresa, se acercaba hacia nosotros una cucaracha.
Cuando llegó al lugar donde estábamos parados se detuvo y soltando aire, como hacen los colectivos al abrir sus puertas, levantó una de sus alas.
Miré a Yanushka horrorizada, pero él pasó a mi lado indiferente e ingresó al interior del insecto. Me quedé helada en la vereda. Su voz, algo impaciente, interrumpió mis pensamientos: “¿Te vas a quedar mucho tiempo más ahí?”, dijo. Ingresé al interior del bicho que bajó su ala y se puso en marcha.
Si nunca han viajado en cucaracha se sorprenderían al ver lo amplia que es por dentro. Los asientos son anchos y cómodos, tapizados con un cuero extraño. Hay una iluminación muy tenue que le da al ambiente un aspecto lúgubre, pero a la vez confortable y cálido. En la parte delantera, donde estaría normalmente la cabina del chofer, hay una gran barra de vidrio y sobre uno de los estantes una selección de los mejores whiskys escoceses. En ese momento me pregunté si todas las cucarachas serían iguales, o si ése era algún tipo de servicio diferencial. ¿Tendrán los servicios normales maquinas de jugo y café solamente?
Una de las particularidades del viajar en cucaracha es que en realidad se trata de un medio de transporte terrestre y aéreo a la vez. Arriba, abajo, derecha, un choque. Caída. Avanza con rapidez, cambia de dirección, vuelve sobre sus pasos. Vuela. Como si las coordenadas estuvieran llegando desde una torre de control sumamente indecisa.
Salvo un extraño hombre calvo, con rostro de insecto, el vehículo estaba vacío.
Mientras me encontraba analizando cada detalle de este rarísimo viaje, tuvimos un accidente. Fue una Adidas talle 44 (u 11 norteamericano). Toda la parte delantera del vehículo quedó totalmente aplastada. Mi marido, que justo se estaba sirviendo un trago, murió en el acto.
Por suerte logré bajarme antes de que retiraran los restos. Vaso de brandy en mano, maldije el momento en que acepté subirme. Crucé la calle tambaleando y me fui a la parada del 60.
Estaba caminando tranquilamente por la vereda cuando, justo frente a mí, se acercaba un hombre de unos 50 años, algo calvo y con un extraño rostro que recordaba un poco al de un insecto.
Ambos nos detuvimos súbitamente. Nos miramos y con una sonrisa amable di un paso hacia la izquierda para dejarlo pasar. El hombre también se movió en el mismo sentido y nuevamente quedamos bloqueándonos el paso. Otra sonrisa incómoda y otro paso mío hacia la izquierda. Por alguna extraña razón el hombre nuevamente se movió en la misma dirección.
“Mierda” pensé. Comencé a ponerme nervioso.
Di otro paso, más firme y marcado hacia la izquierda, sintiendo un crujido debajo de mis nuevas Adidas. Levanté el pie y vi una cucaracha aplastada. En seguida vi también el pie del hombre, que por tercera vez había avanzado en el mismo sentido.
“Señor” dije, “¿por qué no se queda quieto y me deja seguir de largo?”
El hombre me miró y respondió:
“¿Por qué usted no sigue de largo y me deja tranquilo?”
“Señor” levanté mi voz, pero sin faltarle el respeto, “¡yo me estoy corriendo permanentemente para dejarlo pasar!”
“¡Eso es lo que estoy haciendo yo!”
Me enojé mucho.
“¡Pero si yo estoy intentando pasarlo por la izquierda!” grité.
“¡Y yo lo estoy tratando de esquivar por la derecha!” respondió levantando ahora él la voz.
Discutimos así un buen rato, yo intentando pasarlo por la izquierda y él bloqueando el camino reiteradamente, cada vez acercándonos más hacia el borde de la vereda.
Una señora mayor que pasó y nos vio discutiendo, se acercó a los gritos:
“Pero, ¿¡les parece bonito!? ¡Se comportan como dos criaturas!”
Le explicamos el problema y ella, luego de unos tensos instantes de reflexión, sugirió:
“¿Por qué no pasa uno primero por la izquierda, y luego usted,” dirigiéndose a cara de insecto, “pasa por la derecha y se van los dos contentos?”
“¿Y por qué él tiene que pasar primero?” preguntó el bicho.
“¡Ay, pero qué testarudo!” dijo la señora alejándose lentamente.
“¡Comé bo jamón crudo, vieja loca!” le gritó el insecto, que además de feo evidenciaba serios problemas auditivos.
Aprovechando su distracción, di un rápido salto hacia mi izquierda, pero el hombre, demostrando unos reflejos inhumanos, pegó un terrible salto hacia su derecha y fue a parar a la calle, donde un Fiat 600 que venía a toda velocidad se lo llevó por delante y lo dejó tirado en la esquina.
Corrí hacia el hombre dolorido, lo esquivé por la izquierda y con una sonrisa de satisfacción susurré “caprichoso”. Luego seguí tranquilamente en mi camino.