Murió Lobito.
Ante esta noticia, me vienen a la memoria muchas imágenes de esta persona maravillosa que quizás nadie de quienes leen estas líneas conoció. Porque pasaba por la vida sin resaltar, casi disimulándose.
Por ello, quiero dar testimonio de lo que ví en él: Era el tipo de ser humano que llamaríamos «anónimo», de esos que nadie conoce ni recuerda su verdadero nombre, que no salen nunca en la televisión, ni los diarios, ni siquiera en las redes sociales, y que sin embargo son indispensables y yo considero tan valiosas.
En las campañas políticas, siempre me maravillé con tanta gente que es así, que da de sí lo mejor, que aporta lo más que puede, que suma a la obra común sin cálculo, que tiene ideales en los que cree. Todos ellos tienen algo que es profundamente inspirador. Y Lobito era, sin duda, uno de ellos.
En su caso, cuando fui candidato presidencial, él asumía siempre y sin que se lo pidiéramos, la función de defenderme, de cuidarme. Se ponía entre los Carabineros y mi cuerpo, para protegerme, dispuesto a recibir los golpes con tal de que no me tocaran.
Eso siempre me impresionó mucho. Superaba su propio instinto porque él sabía que le podían llegar palos, que respiraría los gases, lo mojaría el guanaco e iría detenido. Pero para él era más importante cuidarme. Mi cuerpo era algo más preciado que el suyo propio.
Un ser excepcional, de una coherencia admirable. Como pocos.
Despido a Lobito con agradecimiento, deseándole que vuele alto!!!