Esta pandemia, en la cual aún estamos inmersos, nos ha obligado a cambiar algunos hábitos de conducta. Uno de ellos ha sido sin duda, la relación física entre las personas. Hasta ahora, ésta relación se daba sobre todo, a través de la boca, los ojos y las manos. Eran tres elementos que nos daban una pista clara sobre las intenciones que tenían las personas a la hora de comunicarse.

Lo que durante décadas conocimos como Lenguaje Corporal salta por los aires, al eliminarse uno de los tres elementos que teníamos codificados: la boca, los labios.  Y todo por culpa de una mascarilla que, debemos llevar puesta como recurso sanitario preventivo ante un posible contagio. Es como si de golpe nos hubieran arrebatado uno de los elementos que nos permitía descifrar con total claridad las intenciones de la persona que uno tenía delante. Ahora, ocult@s tras la mascarilla, es imposible saber si las personas con la que uno habla, está contenta, enfadada o se burla de ti. Al no poder “leer” lo labios, esto nos obliga a aprender a “leer” bien los ojos. Y si la persona que tenemos delante tiene buena capacidad de disimulo o posee dotes de actor, en ocasiones resulta muy difícil confiar en su expresión visual. “Qué me está queriendo decir realmente.” puede pensar uno.  Así que, como podemos ver, la comunicación que antes era fluida y clara, se convierte de pronto en toda una cosa opaca y confusa. Lo peor de todo es que todo esto puede ir creando distanciamiento y recelo entre las personas y la comunicación pueda ir perdiendo sentido y pase a convertirse en un conjunto de gestos (nos quedan las manos…) y miradas que uno tenga que aprender a descifrar adecuadamente. Tal vez no sería mala idea fabricar mascarillas trasparentes que permitieran seguir “leyendo” con normalidad ese elemento facial (boca y labios) y se consiguiera así recuperar el valor de la comunicación. De todos modos, no todo es negativo, ahora puedes sacarle la lengua a tus jefes sin que se enteren y sin temor a ser severamente sancionado.